El director polaco Jerzy Skolimowsky dirige la fábula EO, de clara inspiración bressoniana, puesta al día, una película de insólita belleza, con imágenes que se quedan grabadas, donde el asno protagonista adquiere cualidades humanas, desde la pasividad de sus diferentes destinos a manos de los hombres. A partir de su liberación de un circo, por parte de un grupo animalista, donde era amado por su dueña y compañera de pista, EO pasa por distintas fases y propietarios, siendo más o menos estimado, explotado o maltratado. Skolimowsky nos retrata a través de EO —su nombre parte de la onomatopeya del rebuzno y representa su falta de individualidad—, de su mirada humanizada, tan expresiva como la de un personaje de animación, humilde, resignado, obediente, este Baltasar se deja hacer con mansedumbre pero también es capaz de huir y buscar su propio destino.
Aunque el filme se desarrolla en Polonia y al final en Italia, su propuesta es global, pues los defectos y virtudes de la humanidad se ejemplifican pero no reducen a la anécdota. Las clases entre animales, los aristócratas como caballos de competición o los nacidos para envolver con su piel a los humanos o alimentarlos, los caballos convertidos en salami… demuestran nuestra percepción de la animalidad y la diferencia en nuestro respeto.
Una gran parte del interés del filme radica en su visión de la naturaleza en la que nos incluye sin distinción, visualmente, EO es un film bello, incluso hipnótico, que juega con las imágenes surreales de bosques y riachuelos, transformados por el tratamiento del color y la fotografía de Mychal Dymek para expresar sin palabras la deriva de la humanidad. La forma de fotografiar el paisaje descubre perspectivas y sentidos inéditos, las modificaciones cromáticas, o particularmente la escena donde el agua marcha atrás. Sin moralismos, con una austeridad semejante a la impasibilidad del asno protagonista, Skolimowsky nos pasea de un lugar a otro, nos pone frente a diferentes personajes que encarnan las miserias o los valores que nos diferencian de los otros animales, siempre a través de la mirada inocente del asno.
Con guion del director y de Ewa Piaskowska, la película aspira a la universalidad desde el minimalismo, en menos de hora y media. La capacidad de sobredimensionar pequeños eventos y el talento de filmarlos enriquece extraordinariamente un argumento tan sencillo como su protagonista. Sin seguir ninguna regla, libre como un asno en un prado, Skolimowsky se permite romper su propio ritmo y sorprendernos con escenas violentas o inquietantes, e incluso introducirnos en un drama familiar —con cameo de Isabelle Huppert y su hija Lolita Chammah—, mientras el sufrido EO aguarda en un jardín.
Después de ver esta película, no podemos dejar de pensar en el talento, el atrevimiento y la audacia que en este Festival de Cannes parecen quedar en manos de la veteranía de los directores de más de ochenta años.
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