Se ha convertido en un hábito del Festival de Venecia abrir con películas que tienen pinta de ser exitosas en taquilla y en los futuros Oscar. La Mostra de este año lo intenta de nuevo con otra superproducción estadounidense de seguro éxito, con actores famosos y argumento de seguro enganche. La La Land es un claro homenaje, entre nostálgico e irónico, al musical que se producía en Hollywood durante los años cincuenta.
El joven director de la exitosa Whiplash, Damien Chazelle, contrariamente a lo que ha sido el estilo de los musicales de los últimos años, opta por dejar de lado el montaje frenético y prefiere largos planos secuencia con una cámara que sigue siempre con elegancia y gran estilo los movimientos de los actores. El desarrollo del argumento, basado en una pareja formada por una aspirante a actriz y un músico de jazz, está bien planteado, gracias a un tono ligero que oscila con soltura y eficacia entre la comedia y el cuento romántico.
El resultado son dos horas de metraje casi perfecto, donde no hay momentos de cansancio, gracias también a una modélica actuación de los actores protagonistas, Emma Stone y Ryan Gosling, en la pantalla desde casi el primer minuto. Su entrega es increíble, así como meritorio el trabajo realizado por ambos para dominar una buena técnica vocal y un eficaz estilo de baile en las complicadas coreografías.
De opuesto carácter, la película de Kim Ki-duk, Geumul (The Net), sorprendentemente no incluida en el certamen y colocada en la nueva sección algo marginal de la Mostra, Cinema nel Giardino El director coreano nos ofrece una película menos extrema que en otras ocasiones donde el sadismo que caracteriza a menudo su producción se plantea de forma más sutil, sin insistir demasiado en la exhibición extrema de la violencia física.
La violencia en esta nueva obra es mostrada de forma más sutil y surge de la incapacidad de los sistemas de seguridad de dos planteamientos políticos opuestos – el totalitario de la Corea del Norte y el liberal de la Corea del Sur –, de entender la simplicidad, y el error humano de un pobre pescador. Con lucidez y un frío análisis de los ambientes y de los hechos Kim Ki-duk presenta una de sus mejores películas, donde la testaruda actitud del personaje principal es vehículo para desarrollar una reflexión muy actual: cuando se actúa sobre el individuo utilizando una violencia psicológica o física, los comportamientos acaban por ser iguales dentro de sistemas donde la sospecha y los intereses políticos son elementos dominantes.
El cristo ciego del chileno Christopher Murray demuestra, una vez más, el momento feliz que está atravesando el cine de Sudamérica. En este caso estamos a frente del debut en el largometraje de un director que ya posee un gran talento visual, una capacidad narrativa y un estilo cinematográfico propios. Michael es un joven que cree haber experimentado la revelación de Dios en el desierto del norte de Chile. Convencido de su capacidad en mantener una relación directa con el divino empieza un viaje para curar con un milagro a un amigo.
El viaje lo convierte en una figura parecida a un Cristo para las personas que encuentra a lo largo del camino, pero al final tendrá un éxito inesperado para él. Murray cuenta el viaje con simplicidad y con un estilo seco con personajes que parecen salidos de Nazarín de Buñuel. El cristo ciego tiene claramente deudas con la película del director aragonés, aun no compartiendo el estilo surreal del modelo. Sin embargo, es diferente por hacer más hincapié en la desilusión y en su elevado sentido de lo religioso, que en la crítica a un sistema de valores; Una religiosidad que desemboca también en un planteamiento visual de gran impacto, con referencias, nunca banales, de pintores como Caravaggio o Mantegna.
Algo interesante nos ha contado también el canadiense Denis Villeneuve con Arrival, basada en la novela del mismo título de Ted Chiang, una interesante incursión del director en la ciencia ficción. La presencia de Amy Adams y Jeremy Renner, junto a Forest Whitaker, ofrece actuaciones convincentes dentro de un argumento que destaca de forma original temas como la comunicación y el tiempo.
La llegada de doce naves extraterrestres lleva a una especialista en lingüística y a un matemático a intentar entrar en comunicación con los alienígenas, bajo la supervisión del ejército americano. El contacto con un lenguaje de características muy peculiares, que se aclaran a lo largo de la película, es el inicio de un descubrimiento mucho más impactante. Villeneuve consigue enganchar al espectador desde el primer momento con un ritmo narrativo lento, pero sin pausas, donde también la banda sonora, inquietante y a medias entre melodía y sonidos que casi aturden, añade un elemento fundamental transmitiendo a menudo una sensación de amenaza y misterio.
Amy Adams ha sido también la protagonista de Nocturnal Animals, donde el estilista Tom Ford vuelve por segunda vez detrás de la cámara, tras el éxito de su anterior A Single Man, presentada también en Venecia en 2009. Otra vez una novela (Tony & Susan de Austin Wright) es el punto de partida del film, que pone en relación el presente y el pasado de Susan Morrow, mientras lee el manuscrito que su ex marido Walker Hammer le envía, con el mismo título de la película. Con un estilo algo patinado, pero logrado, Ford sitúa a Susan frente a la violencia del relato, que tiene como objeto a una familia que sufre un ataque de inesperada agresividad.
El relato cobra literalmente vida en su mente, a lo largo de las casi dos horas de la película, y no es más que el reflejo de la catastrófica relación entre ella y su ex marido. La idea funciona bien en pantalla y tiene fuerza, pero a veces los flashback de la protagonista a su pasado no consiguen encajar del todo con la historia del personaje del padre de la novela, que tiene el rostro de Jake Gyllenhaal, intérprete también del personaje de Walker Hammer.
La última película made in USA, The Bleeder, fuera de concurso, cuenta la verdadera historia de Chuck Wepner; un boxeador que consiguió resistir quince asaltos en un encuentro con Muhammad Ali en 1975, y que inspiró el personaje de Rocky en la famosa película con Silvester Stallone. Entre éxito mediático, una vida matrimonial fallida y el báratro de la droga, la vida de Wepner desemboca en un final feliz que parece argumento de película: De esta forma es contada por Philippe Falardeau con un estilo narrativo que recuerda en algo, pero con menos extravagancias, el que se ha visto recientemente en Joy y American Hustle de David O. Russel. Excelente y mimética la actuación de Liev Schreiber, un serio candidato para la Coppa Volpi.
Poco que decir de The Light Beetween Oceans, basada en la novela de M. L. Stedman. Tras la Primera Guerra Mundial, un hombre y una mujer se aíslan y viven un idilio, en una parcela de tierra salvaje de Australia. Pero su paraíso terrenal se perturba cuando pierden dos hijos y acaban apoderándose de un tercer bebé, que no es suyo. A partir de ahí la película se pierde en un relato con exagerados y banales tintes románticos, pese a la interesante idea de partida, la línea sutil que divide verdad y mentira, paternidad y pérdida, amor y rencor. Lo mejor son las interpretaciones de Michael Fassbender y Alicia Vikander. Todavía menos interesante Les beux jours d’Aranjuez donde interesa únicamente la bella, pero repetitiva, imagen de Wim Wenders centrada en una pareja y un escritor, en el jardín de una maravillosa casa de campo cerca de París. El uso del 3D es totalmente inútil, como el texto de Peter Handke pretencioso y vacío hasta el aburrimiento.
Frantz, el trabajo de François Ozon, ha sido lo mejor visto hasta ahora en el certamen, basada parcialmente en la película de Lubitsch de 1931 Broken Lullaby. La obra del director alemán es sólo el pretexto para analizar con otro enfoque las relaciones emotivas y psicológicas entre Adrien, un soldado francés que consigue con la mentira entrar en relación con una anciana pareja alemana, que acaba de perder a su hijo en el primer conflicto mundial, y con su prometida Anna. Ozon se sirve de una exquisito blanco y negro (con algunos sorprendentes pero muy lógicos momentos en color) para contar con gran intensidad, pero también elegancia, una relación muy problemática entre los dos jóvenes interpretados excelentemente por la casi debutante actriz alemana Paula Beer (Anna) y el francés Pierre Niney (Adrien).
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