Bong Joo Ho llegó a Cannes con la expectación y la polémica ya sembrada, desde que se conoció la programación de su último filme, Okja, en sección oficial. La primera aventura americana del director de Snowpiercer ha sido coproducida por Plan B (Brad Pitt), Tilda Swinton y Netflix, de ahí que fuera objeto de discusión su presencia en un festival de cine que estrena y presenta a competición películas destinadas a la gran pantalla.
La accidentada proyección en la sala Lumière, de la que se ha especulado principalmente por el abucheo -puntual y al inicio-, ha desatado los comentarios sobre una supuesta protesta contra Netflix, cuando realmente se ha debido a un problema técnico, frente al que se ha reaccionado con retraso.
La premisa de partida del director sugiere la revisión del capitalismo actual que manipula la información para consolidar una sociedad consumista, bajo el paraguas de las nuevas etiquetas eco, lejos de la modificacación genética, para en realidad cambiar el collar de los voraces perros de la economía global.
El argumento, simpático y tan complaciente como un blockbuster infantil, plantea el fin de la Arcadia -situada en las montañas de Corea del Sur- donde un plácido abuelo y su avispada nieta Mija crían en libertad, por encargo de una multinacional, una nueva especie de cerdo, gigantesco, más aprovechable, desarrollado con el mínimo impacto ambiental.
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Llegado el momento de verlo partir hacia Nueva York, por haber ganado el premio al mejor ejemplar, la niña lo sigue por medio mundo con el deseo de recuperarlo y, finalmente, librarlo de una muerte segura. El final es fácil de imaginar, ningún niño saldrá llorando del cine, mientras los mayores que esperaban un desaforado y feliz testimonio de la creatividad del surcoreano, tienen que conformarse con esbozar una sonrisa aquiescente ante la simpatía que derrocha la joven actriz An Ser Hyun (Mija) , el talento, en su línea de piloto automático -desdoblamiento incluido-, de lady Tilda Swinton, la valiosa presencia de Paul Dano y un histriónico y muy paródico Jake Gyllenhall.
Un drama tunecino basado en hechos reales, La belle et la meute (Kaouther Ben Ania) no ha destacado por ningún valor en especial, únicamente como denuncia de los abusos policiales y la falta de libertad en el país. En este caso, narrando el callejón sin salida que supone la inútil búsqueda de la justicia en un caso de violación policial.
La tercera jornada del festival ha deparado dos interesantes filmes, uno es el nuevo Ruben Östlund, The Square, una sátira social en la que expone sus temas favoritos, la insolidaridad, el espíritu gregario borreguil de bajar la cabeza y que elijan al otro y la falta de actitud proactiva para quedarnos al margen de las vidas de los otros, aunque las podemos mejorar. El título de la película corresponde al de una exposición que organiza su protagonista, Christian (Claes Bang), el conservador de un museo de arte contemporáneo, para visibilizar la indiferencia de nuestra sociedad con los iguales y la ignorancia respecto a los que consideramos inferiores.
Östlund deja al descubierto el postureo y las ruedas de molino que el papanatas moderno se traga sin respirar, por desconfianza, por temor a ser rechazado de la manada, la misma en que se cobija para no salir de la zona de seguridad en que realmente se ha convertido su vida.
Durante la proyección, me ha venido a la memoria la reflexión de Tom Wolfe, en su retrato de una época, La hoguera de las vanidades, en la que, en pleno furor yuppie, se trastoca la vida de los protagonistas al entrar por azar en un barrio marginal. No olvidemos que el representante del “nuevo periodismo” se dedicó en ¿Quién teme a la Bauhaus feroz? a criticar la actitud de los estadounidenses ante la arquitectura vanguardista llegada de Europa huyendo de los nazis: ¿Existe otro lugar en el mundo donde tanta gente rica y poderosa haya costeado y soportado tanta arquitectura que tanto detesta como el que abarcan nuestras benditas fronteras?.
Tal es la aquiescencia de la clase adinerada, que abre sus carteras para financiar eventos artísticos que no comprende, ni disfruta, y que en el ejemplo de The Square son llevados al extremo para hacer patente sin atisbo de duda la enorme distancia que separa nuestras emociones de nuestra razón. El profesional urbanita triunfador y ensimismado vive con un manual de instrucciones que le protege de romper la pompa de jabón en la que organiza su trabajo, relaciones sociales y familia.
Elisabeth Moss, como la periodista Anne, y Dominic West, interpretando al artista Gijoni -siempre en pijama y chaqueta, imitando a Julian Schnabel- desenmascaran la faceta íntima del protagonista y la profesional, respectivamente. La primera, en una excelente secuencia en la que no falta ni el humor para mantener el tono del filme y, el segundo, en la cumbre de la película, una performance ejecutada por el talentoso stunt californiano Terry Notary, especialista en motion capture animal, en la que no habrá espectador que no se refleje.
El recurso a los primates, tan eficaz como bien resuelto, es otro de los aportes de Ruben Östlund para vehicular su manifiesto (si bien, heredado de sus antecesores en la historia del cine), una excelente película que sube peldaños en su apuesta cinematográfica y nos llega a recordar a un cierto Lars von Trier o incluso, ustedes perdonen, a Buñuel.
La otra gran película de la jornada compite en Un certain regard: Lerd (A Man of Integrity), del iraní Mohammad Rasoulof. Se trata de una historia de gradual acoso inmobiliario contra un honesto piscicultor, que asiste impotente a su ruina, desengañado ante la corrupción de los tres poderes. Como marionetas en las manos, una gran compañía tiene cabecillas a sueldo en el pueblo, y Reza debe tomar decisiones para defenderse que lo abocan a un fracaso detrás de otro. Finalmente, un cambio radical de táctica supondrá para él y su familia una consecuencia mayor de la que imaginaba, un giro que también le obliga a cambiar de bando.
La narración es sencilla, elegante, el guion avanza como un goteo que rebosa al final el vaso. La descripción del microcosmos de envilecimiento, destacando la escena del funeral, en la más pura esencia mafiosa es remarcable; la transformación personal de Reza (Reza Akhlaghirad) es experimentada físicamente, no solo en el gesto sino en la actitud corporal, su interpretación es deslumbrante en un filme valiente y exquisito.
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