Tras casi cuatro días de Festival de Cannes, diez películas y un tedio tremendo solo agujereado por un par de destellos de creatividad y estilo.
Grace of Monaco, de Olivier Dahan, abrió el fuego en la inauguración (y qué pena que fuera en sentido figurado), con un espeluznante retrato perpetrado por el hombre que consiguió el Oscar para La vie en rose (2007). El postureo, las licencias libérrimas y un acartonamiento mayúsculo que compite con la proverbial inmovilidad facial de Nicole Kidman, se prestaron a un abucheo que se transformó en tímido aplauso cortés cuando su equipo entró a la rueda de prensa.
La primera película en competición, el Mr. Turner de Mike Leigh, nos halló con la expectación propia del que espera gozar una nueva gran obra del director de El secreto de Vera Drake y Another Year, ganador de dos galardones en este festival. Sin embargo, en un sorprendente giro en su carrera, se adentra en el terreno del biopic con una película áspera como un membrillo, donde un Mr. Turner encarnado por Timothy Spell sustituye diálogos por gruñidos en una composición bizarra y casi bestial del pintor de los naufragios, precursor del impresionismo. La factura estética del film es apabullante, cuidadísima en fotografía, en iluminación y composición, acorde con las pinturas que muestra, en ocasiones auténticos tableaux vivants. Sin embargo, la sensación final es de un extraño vacío, eso sí, desabrido y nada complaciente.
África ha estado representada en sección oficial por Abderrahmane Sissako, de quien también esperábamos mucho más. Timbuktu es un film sencillo, con el lirismo simple de un paisaje que es casi un página en blanco, pero que acarrea graves lastres. Si vemos una gacela correr, lo siguiente debe ser el camión que la persigue, si un cántaro va a la fuente más de una vez (aquí son las vacas que rondan las redes del pescador) acaba rompiéndose, pero esto no es lo peor. El gran problema del director de Bamako ha sido la errática perspectiva sobre su historia. Cuando el espectador ya está situado y ha aceptado tácitamente su arriesgado punto de vista: la satirización de la sharia, a través de diferentes situaciones que muestran el absurdo en que se basa, y cuando aun nos estamos debatiendo interiormente sobre lo ético de la propuesta, nuestro guía casi nos pone una piedra en la mano para hacer blanco en las cabezas de una pareja de adúlteros. Donde un gran maestro del humor negro nos habría provocado una sonrisa para después congelárnosla, la película de Sissako nos amarga las comisuras con una repugnancia culpable.
Por su parte, Atom Egoyan sigue enganchado en bucle a las historias de pederastas, puesto que teniendo fresca todavía la telefílmica Condenados, sigue dando vueltas sobre sí mismo sin avanzar (más bien mermando su prestigio) en The Captive. Menos mal que la destreza en el manejo de los tiempos a través del montaje y la eficiente interpretación de Ryan Reynolds (que en ningún momento compensa a sus compañeros de reparto) nos impiden abandonar la sala hasta el final, aunque se presta a ello, gracias a los descosidos en el guion, las inverosimilitudes, los papelones de guardarropía y los cabos sueltos al estilo de su anterior film.
La sección Un certain regard nos ha aliviado con La chambre bleue, dirigida y protagonizada por Mathieu Amalric. El director de Tournée ha tomado la historia de Simenon para crear un noir inspirado, de gran estilo, con una personalidad evidente tanto en todos los aspectos cinematográficos como en la exquisita adaptación del texto. La interpretación de todo el reparto (Amalric, Léa Drucker, Stéphanie Cléau y Laurent Poitrenaux) denota una cuidada dirección de actores, consiguiendo en algunos momentos esa turbadora y sutil ambigüedad tan inseparable de los canones del suspense. Violeta Kovacsis firma su crítica desde Cannes, puedes leerla aquí.
La liberación de las emociones, la carcajada y la astracanada llegaron de la mano de la productora el Deseo, del argentino Damian Szifron y sus Relatos salvajes, Una colección de cortometrajes sucesivos sobre la venganza y la (mala) gestión de la ira, protagonizados por Darío Grandinetti, Leonardo Sbaraglia y Ricardo Darín, entre otros. Al final, resulta una traca que solo llega a fuegos artificiales en algunos instantes. El conjunto, falto de coherencia argumental y conceptual se queda en el costumbrismo de giros previsibles sin pretensiones.
El gran Yves Saint Laurent estará trasegando champán entre querubines, en compañía de Grace Kelly, observando con espanto el retrato que le ha filmado Bertrand Bonello, más interesado en lo autodestructivo que en lo creativo de la obra y la personalidad del modisto que hizo elegantes las saharianas y femenino el smoking. Cuánta reiteración, tópico y desnortado planteamiento, que titubea entre varias opciones de enfrentamiento al icono de la moda, quedándose a medio camino de todos. Ni Louis Garrel ni Léa Seydoux o Jéremie Renier sobreviven al intento en Saint Laurent, mientras que su protagonista, Gaspard Ulliel, bello y entregado a su papel, a duras penas sale del apuro en que le meten un guion y unos diálogos que llegan a sonrojar. Al final, Helmut Berger, encarnando al modisto en su vejez, se observa a sí mismo en La caída de los dioses, en una pirueta que bien podría resumir toda la representación, que no es lo mismo que la biografía del creador. ¿Quién le iba a decir al protagonista de Luis II de Baviera que aun le quedaba una alfombra roja que pisar?
Con el panorama que hemos descrito, la gran esperanza hasta el momento fue Winter Sleep, de Nuri Bilge Ceylan, que superaba el récord de La vie d’Adèle con sus tres horas y dieciséis minutos de metraje, excelente perspectiva tratándose del director turco, o sea más disfrute. El maestro de los silencios elocuentes, el montaje invisible y las historias de profundidad abisal narradas con la humildad del que mira a otra parte hacía esperar lo mejor, pero el director de Los climas y Lejano se ha decantado en esta ocasión por una “película hablada”, en la que los tres personajes principales peroran a lo Bergman entre las nieves que azotan un pequeño hotel de Capadocia.
Por el momento, La chambre bleue (en Un certain regard) y Winter Sleep (Sección oficial) nos han hecho vislumbrar ese cine con mayúsculas, que no necesita alfombras de ningún color.
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