Aprovechando el 30 aniversario del Nevermind de Nirvana, posiblemente el segundo disco más famoso de todos los tiempos, vamos a recordar algunos de los segundos mejores discos de la historia. Y es que los segundos discos siempre han tenido fama de conflictivos, especialmente en la música rock, llena de debuts extraordinarios y decepcionantes segundos discos. Lo normal era que un grupo comenzara a tocar, se hiciera un nombre, coleccionara un buen puñado de canciones y luego fuera descubierto. Si su sonido era original y fresco, y además contaban con buenas canciones, el impacto estaba asegurado, pero luego la compañía intentaba explotar el éxito y metía a la banda a grabar una continuación al poco tiempo que, invariablemente, sonaba continuista y solía tener peores canciones, al haber tenido mucho menos tiempo para componerlas. Es lo que les pasó a los Byrds, a los Doors, a King Crimson, a Television, a Guns ‘N’Roses, a los Strokes o a los Arctic Monkeys, muchos de ellos lo superaron, otros no, otros ni siquiera tenían otro disco en ellos, como les pasó a los Sex Pistols, es lo que se conoce como la maldición del segundo disco.
Por eso son tan especiales estos trabajos, porque rompen una regla no escrita. Pero para poder acotar un poco más donde elegir me he autoimpuesto dos pequeñas reglas, una es que ese segundo disco tiene que superar al primero de ese mismo artista, por ejemplo soy un gran fan de Axis: Bold As Love o This Year’s Model, pero me quedo con Are You Experienced? y My Aim Is True (aunque sea por la mínima), así que eso los descalifica. La otra regla es que tiene que ser el segundo disco de verdad de ese artista o banda, por ejemplo no me vale el maravilloso segundo disco de Lennon, Imagine, o Neil Young, Everybody Knows This Is Nowhere, esos artistas ya habían sacado su segundo trabajo con los Beatles y Buffalo Springfield respectivamente. Así que, sin más dilación, les dejo con la lista, ordenada cronológicamente, aquí va la primera parte:
Bob Dylan – The Freewheelin’ Bob Dylan (1963)
En 1962 había aparecido Bob Dylan, un disco en el que un jovencito con una extraña voz nasal hacía varias versiones de viejos temas folk y blues, también había un par de canciones firmadas por él, pero eran pequeños homenajes/plagios del hombre al que estaba dedicada una de ellas, Woody Guthrie, por eso cuando un año después apareció este The Freewheelin’ Bob Dylan parecía como si aquel jovencito se hubiera caído en una marmita que le hubiera dado superpoderes, y es que aquí aparecían varias canciones que se iban a convertir en himnos para toda una generación y le iban a convertir en la cabeza visible del movimiento folk, se trataba de monumentos como “Blowin’ in the Wind”, “Masters of War” o “A Hard Rain’s a-Gonna Fall” que capturaban el zeitgeist de una época y convirtieron a su protagonista en el portavoz de su generación. Pero es que, a pesar de que algunos no lo querían ver, allí había también algo más que un cantante protesta, como bien testimonian otras maravillas como “Girl from the North Country” o “Don’t Think Twice, It’s All Right”. Por supuesto, Bob Dylan tomaría otras direcciones y acabaría superándose a sí mismo, pero The Freewheelin’ Bob Dylan es el cénit de su etapa folk.
Buffalo Springfield – Buffalo Springfield Again (1967)
La banda de Stephen Stills y Neil Young ya había grabado un maravilloso debut, con canciones como “For What It’s Worth”, “Sit Down I Think I Love You” o “Hot Dusty Roads” del primero, y “Nowadays Clancy Can’t Even Sing”, “Burned” o “Flying on the Ground Is Wrong” del segundo, pero el caso es que con su segunda obra lo llegaron a superar, entregando uno de los mejores trabajos del rock americano de todos los tiempos, una obra en la que la psicodelia se mezcla con las raíces y, además, aparece un tercer compositor, que sin estar a la altura de los otros dos, tampoco era manco, Richie Furay, cuyo “A Child’s Claim To Fame”, ya adelanta los sabores country rock de su siguiente banda, Poco. Pero, por supuesto, lo mejor sigue llegando a través de sus líderes, Stills se adelanta también al sonido y las armonías de su siguiente proyecto, Crosby, Stills & Nash, con “Rock & Roll Woman”, además de coquetear con el jazz en la envolvente “Everydays”, y dejar dos de sus mejores canciones con “Bluebird” y “Hung Upside Down”, con un excelente trabajo a las guitarras por su parte y la de Young.
Por su parte, Young abre el disco con la potente “Mr. Soul”, cuyo riff recuerda al “Jumpin Jack Flash” de los Stones, que no aparecerá hasta el año siguiente, además de entregar otras dos gemas de su carrera, las psicodélicas y orquestales, “Expecting To Fly”, donde se notaba que había estado escuchando con atención tanto Pet Sounds como Sgt. Pepper’s, y “Broken Arrow”, en las que casi no participan el resto de sus compañeros de banda, siendo un trabajo en colaboración con Jack Nitzsche, el discípulo aventajado de Phil Spector.
Led Zeppelin – Led Zeppelin II (1969)
El primer disco de Led Zeppelin ya era una absoluta maravilla, pero todavía se les notaban mucho las fuentes principales de las canciones, a pesar de que Page insistiera en firmarlas todas. Aquí lleva a su banda a un paso más allá, demostrando que era un mago de la guitarra pero también como productor. Ayudado por el fundamental Eddie Kramer, Page le da a la banda su sonido definitivo, desde el brutal arranque con el riff de “Whole Lottal Love” hasta el final de “Bring It On Home” en la que Page enseña su truco, con una primera parte totalmente fiel al espíritu de la canción escrita por Willie Dixon para Sonny Boy Williamson II, armónica incluida, y una segunda en la que demostraba que Led Zeppelin estaba llevando al blues a territorios inexplorados y totalmente propios.
Aquí también ofrece una muestra de su igualmente influyente sonido acústico, con la genial “Thank You” o en la primera parte de “Ramble On”, sin olvidarse de entregar esos riffs gigantescos por los que siempre serán recordados, como el de la citada “Whole Lotta Love”, “The Lemon Song”, “Heartbreaker” o el final de ese “Bring It On Home”, aunque la fuerza de la banda se puede apreciar mejor en esas canciones en las que juegan con la dicotomía entre partes calmadas y súbitos ataques de electricidad, como en “Ramble On” o “What Is And What Should Never Be”.
The Band – The Band (1969)
En 1968 apareció Music From Big Pink y alteró completamente el mundo del rock, poniendo fin a la psicodelia y proponiendo una vuelta a las raíces de la música popular. No hubo un grupo que se librara de su influjo, de los Beatles a los Stones, incluso Clapton decidió romper Cream, e intentar que Robbie Robertson le fichara, tras escucharlo. Fue el disco que les dio identidad propia, más allá de ser la banda de Bob Dylan, así que es bastante increíble que lograran sacar un disco que lo superara, pero eso es lo que hace este maravilloso trabajo.
Para más inri, Robertson toma casi por completo las riendas de la composición y lo hace con una colección de canciones sencillamente espectacular. Solo en la primera cara aparecen “The Night They Drove Old Dixie Down”, “Across the Great Divide”, “Up on Cripple Creek” y “Rag Mama Rag”, compuestas en solitario por el guitarrista, más “When You Awake” y “Whispering Pines” en colaboración con Richard Manuel. Pero es que el compositor sabe perfectamente como componer expresamente para las voces de los tres increíbles cantantes con los que contaba, el propio Manuel, el batería Levon Helm y el bajista Rick Danko. Por si fuera poco como cierre del disco se guardan “King Harvest (Has Surely Come)”, otro de los grandes tesoros de su cancionero. ¿Fabricaron el mejor disco de Americana cuatro canadienses y un rudo tipo de Arkansas? Sí ¿Lo consiguieron superar? No.
The Stooges – Fun House (1970)
El primer disco de los Stooges de Iggy Pop ya sonaba primitivo y sucio pero al lado de su segundo, Fun House, aquel debut parecía tocado por los Herman’s Hermits. Cuando se explica que el mejor rock & roll tiene que sonar sucio, indecente y escandaloso es a esto a lo que nos referimos. En los tiempos en los que todavía coleaba eso de paz, amor y música, Iggy Pop y los suyos sueltan el mayor escupitajo de la historia del rock y ponen un terrible espejo a su sociedad. Y es que en el Detroit de los Stooges no había flores en el pelo, sino violencia, disturbios raciales y mucha desigualdad.
Por si la energía de la banda no fuera suficiente, meten el saxo de Steve Mackay para que de la réplica a los berridos de Iggy. El inicio con “Down On The Street” y “Loose” es uno de los más demoledores de la historia del rock, desatándose una tormenta perfecta de electricidad de la que saldrán el punk, el grunge o el noise rock.
Black Sabbath – Paranoid (1970)
Black Sabbath ya había establecido su poderoso y oscuro sonido con su debut, también publicado en 1970, pero lo que encontraron con Paranoid fueron las canciones perfectas para ese sonido. El disco se abría con el amenazante riff de “War Pigs” confundido con unas alarmas, algo se estaba cocinando y no podía tener mejor comienzo. Y es que Paranoid es uno de los pilares sobre los que se construyó el Heavy, del que es la destilación de todo lo que lo hizo grande, la oscuridad de las letras de Geezer Butler, la rabia de la voz de Ozzy Osbourne y, por encima de todo, el arquitecto de la catedral del riff, Tony Iommi. La colección de canciones que aquí aparece es sencillamente descomunal, desde la titular, una canción influida por el “Communication Breakdown” de Led Zeppelin y que, como ella, suena a antecedente del punk, luego está esa orgía de riffs antológicos que es “Iron Man”, la mencionada “War Pigs”, la pesada y potente “Hand Of Doom” o los ambientes psicodélicos de “Planet Caravan”.
Nick Drake – Bryter Layter (1971)
Habrá quien piense que el maravilloso debut de Nick Drake, el también espléndido Five Leaves Left, está por encima de este, pero este es mi disco favorito de Drake. Los hay también que prefieren su espartana continuación, Pink Moon, un disco también maravilloso y, quizás, más próximo al verdadero espíritu de Drake, pero sigo quedándome con Bryter Layter y es que, personalmente, a mí me parece una maravilla lo que hizo el productor Joe Boyd con las canciones de Drake, dándolas lujosos arreglos y acompañándole de la flor y nata del folk rock británico, como Richard Thompson, Dave Pegg o Dave Mattacks de Fairport Convention, además de un invitado de lujo como el gran John Cale que aquí aporta la viola y el clavicordio de “Fly”, además del celeste, el órgano y el piano de la imprescindible “Northern Sky”.
Pero es que, además, aquí están algunas de mis canciones favoritas de su carrera, cosas tan increíbles como “Hazey Jane II” (de la que sale la carrera de Belle & Sebastian), “At The Chime of a City Clock”, “Fly”, “One Of These Nights First”, “Poor boy” o la mencionada “Northern Sky”. Un disco en el que la melancolía y la tristeza siguen siendo las notas predominantes pero en la que también se puede vislumbrar alegría, algo poco habitual en la obra de Drake.
Big Star – Radio City (1974)
Otro caso parecido al de Drake, puede que Radio City sea el disco que menos literatura tengo de la pequeña discografía de Big Star, aquí ya no está el fundamental Chris Bell y no es el disco suicida que supuso Sister Lovers, pero creo que, canción a canción, que en el caso de Big Star es de lo que se trata, es el mejor de los tres. Y no solo porque contenga su mejor canción, esos tres minutos de gloria pop de “September Gurls” sino porque es en el que consiguen ese sonido que les hace mucho más que uno de los padres del Power Pop, esa mezcla de las melodías y armonías de los Beatles, la chulería de los Stones y las guitarras de los Byrds. Por no hablar de un cancionero, sencillamente, incontestable, “Back of a Car”, “You Get What You Deserve”, “O My Soul”, “Life Is White”, “Mod Lang”, “Diasy Glaze” o esa preciosidad acústica que lo cierra, “I’m In Love With A Girl”.
Joy Division – Closer (1980)
Pocos grupos han sonado tan nuevos y originales como Joy Division. La suya fue una revolución sonora en toda regla que todavía sigue coleando pero que solo dio como resultado dos discos, Unknown Pleasures y Closer, debido al suicidio de su cantante Ian Curtis, unos días antes de la aparición de este último en el mercado. Por ello es un disco en el que es difícil separar la pompa de la circunstancia, la portada tiene una tumba, la gélida (y excelente) producción de Martin Hannett tiene un sonido que fue descrito como “sepulcral” y las letras de Curtis suenan a nota de suicidio.
Es imposible no emocionarse ante el tremendo impacto emocional que tiene una canción como “Decades”, que cierra el disco, pero eso seguiría siendo igual si Curtis siguiera entre nosotros. Si la angustia y la desesperación se convirtiesen en sonido, sonarían así.
Public Enemy – It Takes A Nation Of Millions To Hold Us Back (1988)
It Takes a Nation of Millions to Hold Us Back fue el disco en el que Chuck D decidió contarnos lo que estaba pasando como antes había hecho Marvin Gaye. El líder de Public Enemy entrega un disco que convertía al rap en la “CNN del pueblo negro” y cubría sus soflamas con la incendiaria base musical de The Bomb Squad en la que el funk se mezclaba con el free jazz y collages sonoros. Una combinación que era más explosiva que una bomba y que sirvió de introducción al género para muchos jóvenes blancos que solo escuchaban rock, claro que en la agresividad y la furia de Public Enemy había una fuerza similar a la del punk. La colección de clásicos era impagable: “Bring The Noise”, “Don’t Believe The Hype”, “Louder Than a Bomb”, “Night Of The Living Baseheads”, “Black Steel in the Hour of Chaos” o “Rebel Without a Pause”.
>> Continuará
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