Sí, todos sabemos que el London Calling (1979) de The Clash, el Exile in Main Street (1972) de los Rolling Stones o el The River (1980) de Bruce Springsteen son esa clase de discos que nunca faltan cuando a alguien le da por hacer su listado de los mejores álbumes dobles de la historia. Pero lejos del canon que nadie osa discutir, hay decenas de dobles que explican por sí mismos la faceta más desafiante, audaz y poliédrica de solistas y bandas que también forman parte del mejor pop y rock de las últimas décadas. Abordamos algunos de esos discos que no son tan comunes.
#1 Todd Rundgren – Something/Anything? (Bearsville, 1972)
El big bang creativo de uno de los grandes genios del pop de siempre. Veinticinco canciones entre las que incluso hay anticipos del mejor power pop y soft rock nunca facturados. Una obra maestra.
#2 Stevie Wonder – Songs In The Key o Life (Motown, 1976)
Frondoso e inagotable trabajo de quien años antes fuera Little Stevie, aquí ya doctorado con piezas del calibre de “I Wish”, “Ordinary Pain”, “Black Man”, “Have a Talk With God”, “Village Ghetto Land” o “Pastime Paradise”, coronando su etapa clásica, la de los años setenta, la que le encumbró como uno de los indiscutibles grandes talentos de la música negra.
#3 Donna Summer – Bad Girls (Casablanca, 1979)
No tiene canciones de la audacia visionaria de “I Feel Love” o “Love To Love You Baby”, cierto, pero este disco entronizó definitivamente a Donna Summer como la figura femenina por antonomasia de la música disco (con permiso de Gloria Gaynor y Grace Jones), mediante clasicazos instantáneos como “Hot Stuff” —que gozó de una segunda vida casi 20 años después, tras aparecer en la banda sonora de Full Monty, de 1997— y el extraordinario tema titular, digno de los mejores momentos de Chic. Palabras mayores.
https://www.youtube.com/watch?v=HzxW4eu9heY
#4 Fleetwood Mac – Tusk (Warner, 1979)
Tenía todos los números para ser un autosabotaje comercial en toda regla, tras el éxito descomunal de Rumours (1977), porque Lindsey Buckingham quería desmarcarse del sambenito de banda-para-todos-los-públicos. Lo que le privaba en aquel momento eran The Clash, Talking Heads, Gary Numan o Laurie Anderson. Y lo que les salió es algo que, para algunos —servidor, sin ir más lejos— es su mejor disco.
#5 Game Theory – Lolita Nation (Enigma, 1987)
Repleto de recovecos inesperados, texturas experimentales y breves interludios de poco más de un minuto, este disco confirmó la fina perspicacia de Scott Miller como inteligente y singular escritor de canciones pop. Tiene todo lo que se le puede pedir a un gran álbum doble.
#6 Prefab Sprout – Jordan: The Comeback (Kitchenware, 1990)
No todo en la vida va a ser Steve McQueen (1985), por magistral que fuera. Porque si aquel delimitaba la geometría de las bóvedas que iban a rematar la discografía de Paddy McAloon y los suyos, este Jordan: The Comeback fue algo así como su particular Capilla Sixtina. Un grandísimo doble dividido en cuatro bloques temáticos: el amor, Elvis, Dios y la muerte.
#7 Sonic Youth – Dirty (Geffen, 1992)
Sacrilegio en la casa de la juventud sónica: en vez del referencial Daydream Nation (1988), también doble, apostamos por reivindicar este otro artefacto con cuatro caras de vinilo. Una versión más pulida de la banda —Butch Vig mediante— sin ningún desperdicio, con canciones que son tótems del rock alternativo como “100%”, “Sugar Kane”, “Youth Against Fascism”, “Chapel Hill” o “Wish Fulfillment”.
#8 Liz Phair – Exile in Guyville (Matador, 1993)
Surgió como una respuesta indie femenina al Exile on Main Street (1972) de los Stones, con lo que también tenía que ser doble. Sorprendió a todo el mundo, y justificó que la irrupción de su autora fuera una de las más refrescantes del rock de los noventa.
#9 Pavement – Wowee Zowee (Matador, 1995)
Vale, este disco no era doble. O no exactamente, ya que sí que estaba compuesto por dos vinilos, pero el segundo de ellos solo tenía música en una de sus caras. Un doble a medias, vaya. Pero por lo que respecta a su contenido, responde a las trazas de doble: diverso, desprejuiciado, deliberadamente imperfecto. Una gozada. El momento en el que Pavement tocaron su techo.
#10 Wilco – Being There (Reprise, 1996)
Orgía de rock americano que confirmó a Wilco como una de las grandes bandas de nuestra era. Tiene de todo, y todo bueno. Nunca sonaron más panorámicos ni más desatados.
#11 Nick Cave – Abbatoir Blues/The Lyre of Orpheus (Mute, 2004)
Si alguien quería disfrutar del Nick Cave baladista y del Nick Cave que muta en bestia del averno en un mismo disco, y además hacerlo con un puñado de canciones sensacionales, con una inteligente absorción de nutrientes gospel, este era su disco. A la altura de cualquiera de sus obras maestras.
#12 Benjamin Biolay – La Superbe (Naïve, 2009)
Chanson, pop electrónico, jazz, arreglos de cuerda exuberantes… este fue el gran opus del francés, su versión más ambiciosa y una de las más afinadas. Y eso es mucho decir en el caso de un músico, mayúsculo, acostumbrado a despachar sus canciones en entregas dobles.
#13 Arcade Fire – The Suburbs (Merge, 2010)
Estupenda epopeya urbana, en la que los canadienses atenuaron algo de su épica y se acercaron a libros de estilo —el toque Neil Young del tema titular, por ejemplo— que les eran extraños. No es un disco perfecto, no. Ni falta que le hace.
#14 Moses Sumney – Græ (Jagjaguwar, 2020)
En un año ya de por sí propenso a muy buenos álbumes largos, por parte de otros músicos jóvenes que se ciscan en la dictadura de la fugacidad del streaming o youtube (los de The 1975 o Haim, por ejemplo), el gran doble de este 2020 es hasta ahora el de Moses Sumney. Un artista llamado a marcar época.
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