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«Tres recuerdos de mi juventud»: el amor y el tiempo

En Cine y Series 15 junio, 2016

Emilio Doménech

Emilio Doménech

PERFIL

Tres recuerdos de mi juventud, el nuevo largometraje de Arnaud Desplechin es un alegato en favor del amor. Su reinvención del coming of age y el drama romántico, aún en la superpoblada cinematografía francesa en esos dos géneros, parte de una estructura en absoluto aleatoria.

Dividida en cuatro episodios, los tres primeros refieren a recuerdos del protagonista, Paul Dedalus. El capítulo que abre el filme es casi una pesadilla que retrata, en un violento enfrentamiento, la relación de Paul con su madre (“1. Infancia”); mientras que el siguiente nace del anecdotario del Paul ya adulto y es la reconstrucción de una de las más épicas aventuras que vivió el personaje en su juventud: un thriller de espías para chavales en la Rusia previa a la caída del Muro (“2. Rusia”). Ya el tercer acto, mucho más dilatado que los anteriores, focaliza su atención en el enamoramiento entre Paul y Esther, una joven que lleva locos a todos los adolescentes del pueblo natal de ambos (“3. Esther”).

Tres recuerdos de mi juventud (Arnaud Desplechin, 2015)

La propuesta no es arbitraria, en tanto que “Infancia” y “Rusia” parten de una confesión honesta del personaje por contarnos dos de sus más vívidos (y trascendentes) recuerdos. Abren la película como si fueran un regalo a los espectadores, que pasan a convertirse en confidentes de la historia de Paul. El viaje, y el romance que le sigue, son ahora compartidos. Y las referencias a la madre o a la anécdota rusa de Paul volverán, con la diferencia de que la audiencia será entonces capaz de completar el puzzle con las concesiones que ha hecho el filme en sus primeros 30 minutos.

Uno de los aspectos formales de los que más abusa Arnaud Desplechin es el de la mirilla. Casi como el periscopio de un submarino que viaja en el tiempo, el realizador deambula por los recuerdos de Paul con esa lente de la que es imposible apartarse. Miramos un rato, entramos en la escena y, cuando se nos olvida, el contorno negro desaparece y ya estamos de nuevo subidos en la montaña rusa submarina de Paul y Esther. Y a ver quién se sale de ella cuando está en marcha, pues es un torrente tan vigoroso el de su relación que los obstáculos revientan contra el casco a cada milla náutica recorrida.

Tres recuerdos de mi juventud (Arnaud Desplechin, 2015)

Porque si por algo nos retuerce y acongoja Trois souvenirs de ma jeunesse es por su historia de amor.  es por su historia de amor. El idilio entre Paul y Esther lo cuenta Desplechin con la alegría y la excitación adolescentes, ayudado de una edición fluida sin viajes temporales o reposos innecesarios, de dos actores (noveles) impresionantes y de un libreto que destila una sensibilidad implacable. Coloca además el director un finiquito tan emocionante y sincero, tan elocuente y poético, que poco queda más que abrazarse a uno mismo y pensar que esta angustia y este disfrute románticos no se han acabado.

Kovalki, uno de los personajes clave en el relato de Paul, entona una frase importante en el tramo final del filme. Él, que a diferencia de sus amigos restará en el pueblo para siempre, aporta el lirismo melancólico que vaga por Trois souvenirs de ma jeunesse desde el comienzo del tercer acto («Esther»). Pero es un verso que nos sirve de refugio ante la catástrofe. Nos da esperanzas. Porque tal y como Kovalki, la película se quedará con nosotros. Se quedará como “el guardián de la infancia» con la que Paul y Esther ya han terminado. Y ya me voy, que el corazón está a punto de estallarme.

Tres recuerdos de mi juventud (Arnaud Desplechin, 2015)

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