Desde que Erich Fromm publicó Ser o tener, esta sociedad se ha reído ampliamente de sus teorías y se ha desarrollado hacia un enorme hiperconsumismo y una competitividad extrema que muy poco favorece al ciudadano de hoy en día.
A medida que más años me acompañan en este discurrir de los días y de las noches, me doy cuenta de que empiezo a deshacer algunas de las cosas que he ido construyendo a lo largo de la vida.
En esencia, todo esto tiene que ver con dos conceptos que son el tener y el ser, que constantemente pasean uno detrás de otro por esta cabeza que nunca ha dejado de pensar. Aunque gran parte de mi tiempo he creído que soy “teniendo”, ahora las cosas se me presentan como mucho más simples.
El otro día, leía un cuento en una revista, esperando que me atendieran para una consulta, que decía algo así como…
Había una vez un hombre muy rico y un hombre muy pobre. Un día el rico subió con su hijo a una montaña:
– “Mira”, le dijo, “todo esto de ahí abajo un día será tuyo”.
Otro día subió el pobre y le dijo a su hijo:
– “Mira”.
No creo que la vida tenga mucho que ver con clasificarse como rico o pobre para tener o ser, porque no solo en lo material podemos tener, sino que con el propio lenguaje ya decimos que tenemos insomnio, tenemos problemas, tenemos dolores y tenemos, ¿por qué no?, frío o calor. Tenemos de todo y solo en las cantidades es cuando podemos discriminarnos unos de otros. Es decir, que la cultura del tener provoca exclusión, discriminación, resentimiento…
Sin embargo, el ser tiene como requisitos previos la independencia, la libertad y la presencia de la razón crítica, tal como nos contó en su día Erich Fromm. En el ser la característica fundamental es estar activo en cuanto al desarrollo de nuestros talentos y facultades, la riqueza de sabiduría que cada uno de nosotros tenemos. Esta circunstancia es la que nos permite crecer, renovarnos, amar, transcender a la prisión del ego aislado, interesarse, dar…
En esta sociedad siento que cada día son más importantes sus ciudadanos, su potencial, su capacidad de innovar, de crear, de transformar lo real, aunque lo que he vivido y sigo viviendo de cerca es que una parte de esa sociedad sólo valora a las personas, a las instituciones o incluso a un país entero por su productividad, por su rentabilidad, por su capacidad de asumir deuda y más deuda, etc.
Frente a una cultura del tener, que veo que únicamente causa frustración y devastación ecológica, podemos apelar a la cultura del ser donde el desarrollo de los talentos personales, la activación de las posibilidades latentes de cada ser humano para que aporte lo mejor a esta sociedad, son las banderas que pienso esgrimir en los años que todavía me queden por vivir.
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