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La mirada

En La viñeta torcida, Lifestyle jueves, 2 de octubre de 2014

Álvaro Pons

Álvaro Pons

PERFIL

Las Meninas, la novela gráfica de Santiago García y Javier Olivares editada por Astiberri es una obra sorprendente y fascinante, una zambullida a la mirada del autor hacia su obra.

Una vez me dijeron que Las Meninas era un cuadro molesto para el espectador. Frente a la seguridad del voyeurismo silente del que observa, escondido tras la cuarta pared, la mirada de Velázquez no era una forma de incluir al pintor en la pintura, sino un guiño perverso al espectador. ¡Sé que estás ahí!, parece decir el pintor, dejando al descubierto el juego del hasta el momento secreto público. Es un cuadro autoconsciente de su naturaleza, una pintura que nos dice directamente que es un objeto nacido para ser contemplado, en un mensaje discreto, pero contundente, contenido en tan solo una mirada. La mirada del artista.

No creo que sea esta la razón que hace de Las Meninas uno de los cuadros más estudiados y contemplados de la historia del Arte. Pero me gusta pensar que es esa mirada la razón, puro romanticismo, me dirán, pero es algo bonito de pensar.

Cuando Santiago García y Javier Olivares anunciaron hace tiempo que estaban trabajando en una obra sobre Las Meninas, pensé, quizás sin lógica, que sería un ejercicio interesante de historia. Un ensayo artístico sobre uno de los cuadros más famosos de la historia que, atendiendo a la calidad de los autores, sería con seguridad interesante.

Pero me equivoqué. Las meninas, el cómic de García y Olivares, no es una novela gráfica sobre el cuadro de Velázquez. Es muchísimo más. Es una reflexión profunda y abierta sobre la naturaleza del Arte y, sobre todo, sobre la mirada del artista. No es un riguroso estudio histórico lleno de documentación sobre la gestación de la obra, sino un relato que busca encontrar las claves que llevan a crear una obra maestra. Un algo indefinible que se convierte en una especie de juego del gato y el ratón entre creador y creación, y que García y Olivares expanden con talento, entendiendo el Arte como un todo, como una gigantesca telaraña tejida con las miradas de los autores, que se interrogan ante la obra de los demás y la suya propia en un baile continuo.

La aparición de Picasso, Rubens, Dalí, Goya, Buero Vallejo, Foucault… son tan solo ejemplos de esa red infinita, en la que el avance del arte no se produce por evolución biológica, sino por acreción, por una suma que tiene un límite imposible, la de la satisfacción del artista ante su obra. La mirada del pintor hacia la obra ajena que nos plantean García y Olivares no es la de la envidia, sino la de una pasión que no sabe de autocomplacencia, solo de exigencia continua. En la evolución darwinista, el que no se adapta, desaparece. En la evolución del Arte, el que se adapta, desaparece, solo sobrevivirán aquellos que siguen avanzando.

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Un reto complejo, que a primera vista parece inalcanzable, pero que se resuelve con éxito gracias a un juego de espejos perfectamente orquestado por García: una cuidada puesta en escena que semeja un facsímil de la realidad histórica, pero que es realmente un trampantojo para que el lector asuma el reto tras la lectura, ese debate continuado en el que se lanzan ideas al lector a bocajarro. Quizás, sí, con una cierta tendencia a la frase rimbombante, a la sentencia grave y transcendente, pero que juegan un papel necesario a modo de provocaciones necesarias, que se descubren al chocar directamente con las sorprendentes piruetas narrativas que los autores ejercitan a lo largo de la obra.

Al igual que Las meninas, la pintura es consciente de su naturaleza, Las meninas, la novela gráfica, es completamente sabedora de ser solo un tebeo ante la inmensidad de una obra universal. Pero nada más y nada menos que un tebeo con la inteligencia de saber que su propuesta es tan solo una puerta abierta al debate, no un ensayo definitivo.

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Pero todo lo anterior, toda la complejidad de la propuesta, la brillantez del resultado, el reto al lector, todo, pasa por un desarrollo gráfico sin igual. El cómic es el arte de la narrativa dibujada, es el arte invisible que precisa de algo más que un estilo agraciado. Es un reto que el guion de García convertía en tarea titánica al alcance de muy pocos. Y Javier Olivares es uno de ellos.

Un autor que, por desgracia, se prodiga poco por la historieta pero que, desde aquellas primeras historias de la añorada Madriz, ya había dado cuenta de un estilo personal y carismático. Pocos autores como él han conseguido extraer tanto de la mancha de negro, del trazo libre y expresionista, exprimiendo el grafismo hasta convertirlo en mucho más que una caligrafía, en una gramática en la que basar un discurso personal. En crear una mirada personal. La mirada del artista Olivares que, en un requiebro total, tiene que ponerse en el lugar de la mirada del artista Velázquez, generando un choque de personalidades, un duelo en el  que el trazo de Olivares es obligado ganador, lógico, pero consiguiendo lo imposible: que veamos la obra del inmortal pintor a través de su dibujo.

No hay renuncias, no hay imposiciones. Solo la mirada de un artista que se implica más allá de la ilustración de un guion, entrando en el juego propuesto por García para ser parte indisoluble de esa telaraña infinita del Arte. Es la obra que, definitivamente, debería reconocer a Olivares como lo que siempre ha sido: uno de los mejores historietistas que existen.

Las Meninas, la pintura, es una obra maestra. Las Meninas, la novela gráfica, no se queda atrás.

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Las Meninas, de Santiago García y Javier Olivares. Astiberri, 2014

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