fbpx

Lifestyle

El barbero siempre llama dos veces

En La porte en arrière, Lifestyle 30 enero, 2017

Fernando Ruiz Goseascoechea

Fernando Ruiz Goseascoechea

PERFIL

La peluquería de caballeros regresa por sus fueros. La barbería tradicional y los afeitados clásicos, a base de espuma y navaja, imperan por barrios y ciudades. Vuelve la barba larga en la parte frontal y el cabello con los laterales, y la nuca, muy cortos. Pero ¿no nos suena a nada? La barba dominante parece, de alguna manera, la confluencia de tres tradiciones ancladas en la cultura española: la Orden de los Capuchinos, los progres de los años 70 y la Legión española.

El pelo en el hombre es algo vital, casi mágico, más allá de las modas retrosexuales y, por eso, estamos hablando de un fenómeno eminentemente masculino. La prueba es que mientras la peluquería femenina y la manicura china low cost se expanden por las calles españolas, a la misma velocidad, pero en sentido contrario, se abren lujosas barberías temáticas del Lejano oeste o del Londres victoriano. Y así por todo el mundo.

James Dean en la barbería

De hecho, las chicas mantienen una cierta prudencia con el universo hipster, y su compromiso con esta corriente nunca fue mucho más allá que la pasión por Instagram y el vintage, el moñete Kint Knot, los boyfriend jeans, las bandanas en la cabeza, los skinny jeans (fatales para la salud), las Wayfarer, los zapatos Oxford y la caja de Coca Cola amarrada a la parte de atrás de la bici.

Pero hubo un tiempo en el que la barbería tradicional sí era globalmente mainstream.

Los cuartos de baño tienen muchos olores a lo largo del día, según las personas que lo ocupan, lo que hagan en su interior, los jabones y lociones que se utilicen y el tipo de ventilación. Recuerdo que de pequeño detectaba mucho esos olores; no era el mismo aroma cuando yo me duchaba con agua caliente y gel de hierbas, a cuando mi padre se afeitaba, cuando mi madre se acicalaba por la noche para salir a cenar o mis hermanas se encerraban a oír música. Todos dejábamos una huella olfativa en el baño.

La experimentación del efecto Proust es muy profunda y recurrente, cuando me estoy afeitando frente al espejo con mis cuchillas Gillette desechables. La evocación de mis recuerdos autobiográficos viene, obviamente, por el profundo olor, pero también por el dramatismo de la misma escena del afeitado. Recuerdo como si fuese ayer la teatralidad que protagonizábamos mi padre y yo muchas mañanas en el cuarto de baño de nuestra casa en Almería.

Gillette

Era un cuarto de baño sencillo, casi desnudo comparado con los que hoy tenemos, pero muy amplio y luminoso, alicatado con pequeños azulejos blancos. De este color era todo el espacio -salvo la tapa del inodoro que era de madera oscura. Desde la puerta, las paredes y el techo hasta la lámpara, los armaritos, las repisas, la bañera, el lavabo Roca (empresa fundada en Gavá (Barcelona) por los hermanos Roca en 1917), el inodoro y el juego de porcelana formado por el aplique sobre el espejo, el colgador de la puerta y el toallero. Una blancura que resplandecía todavía más a esa hora de la mañana en la que abríamos la ventana y veíamos en el horizonte la playa de San Miguel y el espejo azulado del mar de Alborán.

Mi padre se afeitaba cada día a primera hora de la mañana. Con frecuencia, yo participaba entusiasmado en el ritual, ayudado de un espejo de mano de mi madre y un kit de afeitado de juguete que tenía. Rememoro la imagen de los dos en el baño, en pijama: el de mi padre, de botones y a rayas azules y blancas, y el mío, un skijama Meyba verde botella.

Herramientas de barbería

No puedo calcular cuánto duraban las sesiones porque tengo la sensación de que el tiempo se detenía en aquel cuarto de baño. Mi padre y yo, juntos, con el Mediterráneo queriendo entrar por la ventana mientras compartíamos fragancias imperecederas en el recuerdo.

Ahora pienso en aquellos momentos y olores como un escudo de protección que me daba confianza y seguridad. Yo era un niño atrapado y refugiado en los olores de mi casa. Y no había un enemigo capaz de atravesar aquella barrera.

Lo primero que hacía era abrir bien el grifo de agua caliente y poner la brocha de cerda a remojar un rato. Utilizaba una brocha Villalonga (actualmente la empresa se llama Vie-Lon, fundada en 1940 y capitaneada desde Valencia por un nieto del fundador) de madera y con las cerdas de color gris. Pero podría haber usado cualquiera de las utilizadas en aquellos años en España. Pemar, empresa que sigue fabricando brochas en Molina de Segura (Murcia) o Danido, fundada en Torelló (Barcelona) por Joan Domènech en 1955 y que todavía sigue funcionando. O podía haber sido Greco, Tres Claveles, La Walkiria, Escoda

Jabón de afeitar La Toja

El caso de Filomatic es memorable y triste. Fue un producto lanzado en Barcelona a finales de los 60 por Jacques Bassat para hacer frente al desembarco de Gillette. La familia Bassat, de origen centroeuropeo, tenía ya experiencia en el mundo del afeitado con sus cuchillas y navajas Iberia. Cuando Filomatic tenía un 80 por ciento del mercado y Guillette un 20, esta marca compró la empresa de la familia Bassat. Y la cerró poco después.

La barra de jabón La Toja era de color marfil, tenía una envoltura de granate y una capa inferior de papel de estaño que era lo que protegía el jabón. Mi padre tenía un cuenco para enjabonar la brocha pero apenas lo utilizaba; tampoco se pasaba la barra directamente por la cara, prefería pasar la brocha húmeda por la cabeza de la barrita de jabón y hacer subir la espuma en la misma cara. Un día, mientras hacía esta maniobra me explicó que el secreto de un buen afeitado estaba en un buen enjabonado. Y me guiñó un ojo.

Todos los sentidos a flor de piel para apropiarnos del momento: el vapor del agua caliente, la cremosidad de la barra de jabón La Toja, que recogía la brocha y la espuma creciente en su cara y cuello. Mi padre seguía el manual ceremoniosamente. Agarraba la brocha con maestría de viejo barbero y comenzaba a ejecutar unos movimientos circulares sobre su cara para beneficiarse del poder exfoliante del jabón y para preparar la barba para el rasurado. Un aroma a maderas lejanas, quizá sándalo, inundaba la estancia.

Barbería Baxter-Finley

En España ha habido dos jabones históricos para el afeitado, La Toja y LEA, pero el primero ha sido hegemónico en todo el territorio desde 1905, año en el que el marqués de Riestra, José Riestra López, empezara la producción en la fábrica de jabones y sales que había montado en la isla de La Toja. Primero fue la pastilla de jabón y, al poco tiempo, salieron la crema de afeitar y el jabón para afeitar en barra. En 1955 aparece el jabón Magno, el primer jabón negro como el ébano que produce espuma blanca como la nieve. Actualmente La Toja forma parte de Henkel Ibérica, dentro de la división de cosméticos Schwarzkopf & Henkel, y los jabones y cremas se producen en Polonia.

LEA fue fundada en 1823 por Juan Bernardo Lascaray en el barrio del Prado, en Vitoria y actualmente es una de las industrias de más larga trayectoria en el territorio español y la más antigua de Álava. Casimiro Lascaray, la segunda generación, pone en marcha en 1855 una nueva factoría bajo la denominación de La Estrella Alavesa (LEA), donde se fabrican bujías esteáricas y jabón de oleína. La compañía pone un pie, entonces, en el mundo de la jabonería y detergencia, iniciando la fabricación de jabón de marfil. Fue en los años 20 del siglo pasado, y bajo la dirección de la cuarta generación de la familia Lascaray, cuando ya bajo la marca Productos LEA, comienza la fabricación de cremas y jabones de afeitado. Hoy en día, Lascaray SA, bajo la tutela de la sexta generación de la familia, sigue funcionando y ampliando sus actividades.

El barbero siempre llama dos veces

Tras el enjabonado venía la parte más arriesgada, el rasurado. Mi padre hacía gestos forzados cuando pasaba su maquinilla Merkur, de peine abierto, por ciertas partes de su cara mientras oíamos con gusto el ruido de la hoja Palmera segar su barba, ras, ras. Un ruido muy especial, tan especial como era el momento y, sobre todo, el recuerdo.

King Camp Gillette ha pasado a la historia como el inventor de la maquinilla de afeitar, aunque algunos detractores dicen que la especialidad de Gillette era perfeccionar los productos que iban sacando al mercado sus competidores. Fundó The Gillette Company en 1901. En 1971, la marca lanza al mercado una herramienta revolucionaria, la Trac II, el primer sistema de afeitado con doble hoja. Actualmente la marca pertenece a la empresa Procter & Gamble. En 1994, Guillette desmonta la única factoría que mantenía en España, en Sevilla, y traslada sus centros de producción a Rusia, Polonia y Turquía.

La maquinilla de mi padre, Merkur, era una muy buena en su época. Se sigue fabricando en la localidad alemana de Solingen. Ahora, con el resurgimiento de las barberías y de los afeitados tradicionales, la empresa, subsidiaria de Dovos Solingen, es una de las mayores productoras mundiales de navajas de afeitar.

Hoy el mercado está saturado de productos para el afeitado del hombre moderno. A la mayoría de los mortales solo les suenan Gillette, Wilkinson y BIC. Pero en España se puede acceder a todo un universo: Iridium, Feather, IP (Israel), Elios, Laser, Sharks (Egipto), Merkur (Alemania), Lord, Personna (Israel), Bolzano, Derby, Voskhod (Polonia), Lord, Treet (Pakistán), Polsinver, (Israel), Tiger (R.Checha), Dorco (Corea), PermaSharp (Rusia) Ladas (Rusia), Timor (Alemania), Kai (Japón), Croma (Alemania), Polsilver (Polonia), Racer (Egipto), Zorrik (India)…

Licocrem. Barbería

Casualmente, la empresa que fabricó la hoja Palmera fue creada también en Solingen en 1864. Pero fue Juan Vollmar, quien adquiere una fábrica de hojas de afeitar en Irún en 1945 y se consigue la licencia en Alemania para fabricar y comercializar en España Palmera. Otras marcas populares de cuchillas de afeitar españolas de la época fueron Beter, Sevillana, Salomon, Maravilla y la propia Solingen.

La ceremonia del afeitado finalizaba con el aclarado con agua fría para cerrar los poros y un delicado y armonioso secado con la toalla. Algunas veces había un enérgico palmoteo en las mejillas con una loción que los Reyes Magos le habían traído pero que apenas usaba, tipo Floïd o Varón Dandy. ¡Que intensidad!

Floïd era una loción más de barbería que de uso doméstico, y actualmente tiene un gran éxito entre los aficionados al afeitado tradicional, porque una pasada de esta fragancia por la cara es una experiencia especial y de sabor antiguo. Tiene un aroma con notas mentoladas, muy clásico y atemporal, que resulta intenso y reconocible. También produce un leve escozor en la piel debido a su base alcohólica, que actúa como desinfectante y refrescante.

La loción fue creada en Barcelona en 1932 por Joan Baptista Cendrós en los laboratorios Haugron Cientifical. Con el tiempo, una de las hijas de Joan Baptista se casó con uno de los hijos de Josep Colomer Ametller, propietario de la empresa cosmética Henry-Colomer y Josep acaba vendiendo a su consuegro Haugron Cientifical y el producto estrella, Floïd. Años después, la multinacional Revlon adquirió la firma y más tarde volvió de nuevo a las manos del grupo Colomer. En 2013 Revlon volvió a comprar The Colomer Group, propietaria también de marcas como Llongueras y Natural Honey.

Floid Masaje de afeitado

Varon Dandy es otra loción clásica que ha pasado a ocupar un lugar en la cultura popular española. La fragancia, muy intensa, también nos trae recuerdos de barbería de toda la vida, pero esta vez con notas orientales, amaderadas y especiadas. Los especialistas encuentran notas de bergamota y musgo de roble. Los adictos a la loción aseguran que la primera impresión en la cara es inolvidable, porque se siente como si todas las fragancias del mundo se juntasen en una sola.

Varon Dandy fue creado por Juan Parera Casanovas en 1912, el mismo año en que se fundó la Perfumería Parera en Badalona (Barcelona), que en 1973 traslada la producción a Granollers. La empresa Parera fue adquirida en 1990 por la firma Benckisser, años después pasó a formar parte de Cosméticos Astor y actualmente forma parte del grupo Coty Spain.

Con los años, mi padre fue abandonando las maquinillas manuales y la brocha y entró en el mundo eléctrico. El afeitado eléctrico era otro universo; eran los 60 y 70, franquismo maduro y con apertura al exterior, vida rápida, clase media de oficina y taquimecanografía, jóvenes que bailaban en guateques.

En esa pendiente de modernidad irrefrenable mi padre se lanzó a consumir varias maquinillas de afeitar eléctricas. Tuvo varias afeitadoras y las recuerdo muy bien. Como la mayoría de los españoles de su tiempo, entró en ese universo de la mano de Philips, con una pequeña y coqueta Philishave SC 7910 de doble cabezal que venía en una bolsa de cremallera con su cable. Al poco tiempo adquirió otra Philishave de tres cabezales y de ahí dio un paso de gigante cuando se compró, primero una elegante Sunbeam 555 y poco después una Sunbeam 777, con recortador de patilla. Luego se pasó a Braun y ya no cambió nunca más de marca.

Es en este cambio de ciclo donde me encuentro a mi padre inmerso en el afeitado eléctrico. Un mundo que se mueve rápido y en que ya no puedes pasarte media mañana con la cara enjabonada y la brocha a remojo. También recuerdo que el baño adquirió el olor eléctrico inequívoco, como de metal recalentado, pero sobre todo es que llegó un ruido nuevo a casa, el zumbido leve pero persistente del artefacto.

En 1927 Jacob Schick inventó la primera máquina de afeitar eléctrica en seco, pero la revolución llegó en 1929, cuando Anton Philips, gerente de la empresa Philips, contrató a Alexandre Horowitz para el departamento de investigación. Horowitz inventó en 1939 la famosa máquina Philishave con cabezal rotativo. Philips y la alemana Braun son las que introducen en España la rasuradora eléctrica, a mediados de los años 50.

Máquina de afeitar Phillips

Al principio, mi padre seguía poniendo sus semblantes especiales cuando atacaba la parte del bigote y las patillas, y su muñeca mantenía el toque de usuario avanzado, pero, con el tiempo, se fue todo volviendo más rutinario. Una vez rasurado, se daba unas pasaditas de Aqua Velva por la cara.

Una vez leí que Aqua Velva huele a lo que olían los americanos hace 50 años. A modernidad de los años 60 y 70, a ejecutivos agresivos, a mueble bar con whisky en las rocas, a barbacoa en el jardín y, sobre todo, a frescor, mucho frescor. Claro que es una loción que tonifica la piel a base de alcohol y mentol, y, por consiguiente, hidrata más bien poco, pero para eso están los bálsamos.

Aqua Velva fue originalmente lanzada como enjuague bucal para hombres en 1929 por la compañía de JB Williams, aunque la loción Aqua Velva se creó como tal en 1935. Durante la Segunda Guerra Mundial, Aqua Velva fue la loción de dotación de las fuerzas armadas norteamericanas. Cuenta la leyenda que rara vez la colonia terminaba en las caras de los soldados, invariablemente se la bebían. Para evitarlo, Williams le agregó un saborizante amargo a la fórmula, que se mantiene hasta el día de hoy. Años después la marca fue adquirida por GlaxoSmithKline. Desde de 2016, Williams es comercializado por Combe Incorporated y Unilever (anteriormente Sara Lee) en Europa.

Una vez acabado el afeitado, mi padre sacaba el cabezal y lo limpiaba con una escobilla que venía con cada maquinilla. Pero el toque personal final lo daba con unos soplidos enérgicos y cortos para limpiar de pelitos la rejilla y las cuchillas. Y es que la maquinilla eléctrica también tenía sus secretos, sus protocolos y sus rituales.

Suscríbete a nuestra newsletter

* indicates required

Compartir:

modahipstersmoda hombremarcas de modaperfumebarberiapeluqueriacoloniacosmetica

Artículos relacionados

Comentar

Debes ser registrado para dejar un comentario.

Sin comentarios

Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!