Qué semana la que ha tenido Estados Unidos. El terror lo ha puesto el discurso con despuntes fascistas de Donald Trump durante la convención republicana de Cleveland, Ohio. Del pesimismo se han encargado los bailes a pie de pista de un partido republicano con un evidente síndrome de Estocolmo. Y la incredulidad ha ido a cuenta de los espectadores norteamericanos que no tienen previsto responder a la llamada del ahorro de Trump. La de ahorrarse el civismo, digo.
En contraposición a ese aterrador escenario se han puesto los “medios de la élite” que Trump dice tener en su contra (y de todos los que le siguen). Es su forma de protegerse del fact-checking y de que se perpetúe el convencimiento entre el votante republicano de que la gran mayoría de los medios de comunicación estadounidenses están dominados por el establishment. Ya si son sólo demócratas o de su propio partido importa poco, pero la clave es colarlos en el hueco de lo que él denomina “el sistema corrupto” que todo lo domina.
Trump es en sí mismo parte de ese sistema (y no lo digo sólo yo, lo admite él mismo). Lleva tanto tiempo en el imaginario estadounidense que lo fascinante ahora es ver cómo los medios se adaptan a la imprevisible campaña que le ha colocado como nominado del Grand Old Party (GOP), tras bajarse a favoritos de la prensa (Rand Paul, Marco Rubio), de los votantes más conservadores (Ted Cruz) o del mismo establishment que él critica (Jeb Bush).
Y en esa adaptación quienes salen ganando son los espectadores, que reniegan de esta senda conservadora y xenófoba que lidera Trump. La retahíla de barbaridades que suelta en cada discurso, así como las polémicas que él mismo alimenta con ruedas de prensa gratuitas, han sido convertidas en burlas y Trump es ya la caricatura favorita de una televisión que se atiborra de él. Las meteduras de pata de su campaña son material de cachondeo para los late night, mientras que sus insultos y comentarios políticos irresponsables acaparan los debates de los shows matinales.
Pero aunque el trabajo de cómicos y periodistas está siendo encomiable, la coyuntura es una estrategia trumpiana inequívocamente efectiva. Ante la desconsideración de un votante republicano cada vez más distanciado de los medios elitistas que se meten con o cuestionan a Trump, el hecho de que las cadenas de televisión disputen cada tontería que dice sólo hace que validar el mensaje antisistema que abandera su campaña. Según Trump, si le rebaten una afirmación probadamente deshonesta es porque están contra él, no porque alguien esté ejerciendo la labor periodística que se espera de cualquier medio competente.
En el discurso con el que aceptaba su nominación a la presidencia, Trump empezó diciendo que todo lo que iba a contar eran verdades. Que no iba a mentir. Como bien mencionaba Stephen Colbert en su especial en directo del jueves, Trump apenas necesitó una frase (Acepto humildemente la nominación…) para confirmar que pocas verdades iban a salir de su boca esa noche. Y así fue. Politico, que había conseguido hacerse con el texto del discurso horas antes de que Trump lo versara en público, analizó la sarta de mentiras y las publicó justo al terminar el evento. Había más de diez y la mayoría se basaban en el propósito de amedrentar al votante republicano con índices de criminalidad inventados y recursos xenófobos contra los inmigrantes.
Resulta paradójico que a estas alturas sean la elocuencia cómica y el buen hacer periodísticos los mismos que puedan coronar a Trump, y convertirle en enemigo de lo aceptable en el campo político, pero Estados Unidos es así de complejo.
Dependiendo de cómo se desarrollen los acontecimientos, Trump puede convertirse en el peor recuerdo de nuestras infancias (ahí le teníamos en Una pandilla de pillos como padre del niño rico y villano del filme) o en la mayor recompensa de nuestra vida adulta (y si no, repasen los especiales que Colbert, Jon Stewart, Seth Meyers o Samantha Bee han dedicado a la convención republicana. La televisión norteamericana es maravillosa. Esperemos sólo que su calidad no sirva para darle el reinado del país al showman más inquietante de lo que va de siglo.
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