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¿Tristeza? ¿Enfado? No, no…vergüenza

En Sin miedo, Juan, Lifestyle lunes, 13 de julio de 2015

Juan Solbes

Juan Solbes

PERFIL

La posibilidad de que nuestra identidad e imagen queden dañadas es el motivo de la existencia de una emoción que puede llegar a ser dañina y complicar nuestra existencia.

Hace algún tiempo escribíamos sobre la culpa como una emoción social, creada por algún genio, que conseguía tenernos a todos pendientes de lo que más le interesaba a cada sociedad. Hoy descubrimos la vergüenza como antesala a esa culpa, que también juega a ser una emoción social, creada por nosotros, para favorecer el proceso de socialización. La vergüenza la descubrimos cuando se hace pública una actitud, un acto o un comportamiento nuestro que nunca hubiéramos querido que se supiera.

Es como un juego perverso. Sentir la vergüenza es saber que no soy digno para alguien, que perderé la dignidad y finalmente, la ignominia. Los posibles juicios de una sociedad que establece los límites, las constantes prohibiciones, los conceptos del bien y del mal, son los que provocan situaciones para que sintamos vergüenza. Es lo que provoca que un ser humano pueda llegar a tener pensamientos del tipo “soy un fracaso” “soy poco atractivo” “soy mala persona” “soy un fraude” “soy un egoísta”, etc…y cuando nos afecta en exceso puede llegar a ser demasiado tóxico. Evidentemente, la vergüenza no es igual para todos y depende de conceptos como la cultura, la educación, las normas que son aceptadas o no por la sociedad, y también por nuestra trayectoria, formación seguridad o autoestima, que nos permitirán reaccionar positiva o temerariamente hacia la vergüenza.

En casi todos los casos la vergüenza se manifiesta a través de la ocultación o la evitación para que los demás nunca conozcan tus comportamientos anti-normativos y no perder la dignidad. Es un miedo permanente y genera actitudes que pueden modificar una vida entera. El querer desaparecer o que se nos trague la tierra cuando hemos cometido un error o hecho algo que no esté bien visto no debe ensombrecer, en ningún caso, la multitud de aspectos positivos que tenemos y que constantemente sostienen y alimentan nuestra estima. Ante la vergüenza, fortalecer nuestra propia identidad y seguridad en nuestra imagen es básico para no traspasar la línea de la toxicidad. Esta sociedad, cada vez más, demanda cualidades y virtudes físicas e intelectuales que hace que no todos entremos en los grupos de aceptación.

Todos sabemos lo que es tener vergüenza y seguramente, todos la hayamos escondido en más de una ocasión, disfrazada de emociones como la tristeza o el enfado. Poner en juego nuestra identidad personal y social es un riesgo que ahora nadie quiere correr. La vergüenza cuando es tóxica tiene el gran peligro de fomentar agresiones, depresiones, transtornos alimenticios, adicciones, baja autoestima, culpa irracional, perfeccionismo, codependencia, etc…y además limita nuestra capacidad para disfrutar de relaciones satisfactorias o éxito profesional. Ganar la batalla a la vergüenza es ganar nuestra libertad, es mostrarnos como somos aún a costa de compartir nuestra vulnerabilidad…quizá este es el reto que nos propone esta emoción.

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