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“Tiburón”: medio siglo de talasofobia

En Cine y Series lunes, 16 de junio de 2025

Aníbal Moltó Barranco

Aníbal Moltó Barranco

PERFIL

Es de todos conocido que la Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975) es capaz de provocar una inmediata sensación de talasofobia que se extiende por la corteza cerebral con la rapidez y la toxicidad de un virus. Sumergirse en el mar tras el visionado de este film no resulta una idea estimulante, ya que genera la ineludible impresión de estar a merced de un monstruoso escualo hambriento, dispuesto a arrancarnos el primer pedazo de carne.

Steven Spielberg, armado de ingenio y espíritu visionario, logró crear con este clásico, ya quincuagenario, no solo un nuevo estilo de terror que desafiaba los tópicos hasta entonces conocidos y explotados dentro de este género, sino una innovadora idea de concebir el cine como arte y negocio, coronándose así como el rey Midas de Hollywood.

La película es una adaptación de la novela homónima de Peter Benchley, de la cual, los productores de Universal Pictures, Richard Sanuk y David Brown, leyeron una crítica positiva, que les hizo pensar en una adaptación cinematográfica incluso antes de la publicación de la obra. Tras descartar a directores de la talla de John Sturges y Dick Richards, optaron por un joven Steven Spielberg, que acababa de rodar su primer largometraje, Sugarland Express. Tras la lectura de la novela y unos retoques en el guion que introducían momentos de alivio cómico y eliminaban subtramas presentes en el libro original que, por otra parte, no aportaban nada, comenzaría su proyecto de terror talasofóbico.

Tiburón

Portada original de la novela de Peter Benchley, Tiburón.

Son muchos los méritos de Tiburón a la hora de presentarse como una cinta de terror. En primer lugar, la inmensa mayoría de las escenas destinadas a generar miedo en el público tienen lugar de noche, en lugares oscuros o, en su defecto, en ambientes de luz tenue. Sin embargo, en esta película, las secuencias más terroríficas suceden de día, en ambientes marcadamente luminosos.

La clave para lograr asustar al público no era otra que la sugestión, apelar más a la imaginación del espectador que apostar por lo evidente. No obstante, esta no era la idea original de Spielberg a la hora de plantear el terror, sino que resultó fruto de una de las múltiples complicaciones del rodaje. Para dar vida al tiburón, se crearon tres escualos animatrónicos que, durante la preproducción, se probaron en piscinas de agua dulce, pero no contaron con la acción de la sal marina, que corroía los motores de los tiburones de atrezzo. Al tener que recurrir mínimamente al uso de los animatrónicos, se inclinó por el terror psicológico. Inspirado por uno de los grandes pioneros del cine, Alfred Hitchcock, se optó por la sugestión, generando la idea de un peligro del que los protagonistas no son conscientes, pero sí los espectadores, generando así una sensación de empatía con los personajes y, al mismo tiempo, de talasofobia, al hacer del mar una sensación de amenaza constante e invisible.

Tiburón

Steven Spielberg en las mandíbulas del tiburón Bruce.

En los primeros ataques del tiburón no se ve a la criatura, o solo se revela su aleta dorsal. Se le puede ver por primera vez a través del agua, tras una hora de metraje y de forma completa a los ochenta minutos de trama. Este inteligente recurso de terror de ir revelando al monstruo de forma paulatina y parcial a lo largo del film, ha sido reproducido en más de una ocasión por directores, posteriores, como Ridley Scott en su célebre Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979), donde el extraterrestre nunca es mostrado de forma completa hasta el final, o recientemente, Robert Eggers y su remake de Nosferatu (2025), en la que el aspecto del conde vampiro, en sus primeras apariciones, se va revelando parcialmente.

Obviamente, este ambiente talasofóbico de Tiburón no habría sido posible sin la magistral aportación musical de John Williams. El tema principal, surgido según el propio Williams de la Séptima Sinfonía de Beethoven, se ha convertido en un leit motiv mundialmente conocido y tarareado por generaciones de espectadores víctimas del fantasma de la talasofobia. ¿Quién no ha bromeado alguna vez con sus amigos tarareando este icónico tema en mar abierto? Chan chan chan chan chan chan chan chan….

Siendo la primera vez que trabajaban juntos, Steven Spielberg no dio crédito al principio a lo que le propuso el compositor. En su domicilio, Williams se sentó al piano y, con dos dedos, tecleó el sencillo tema del tiburón al director. La primera sensación del cineasta fue que su amigo le estaba tomando el pelo, pero nada más lejos de la realidad. Esa sería, definitivamente, la música de su sinfonía de terror marino.

Esas dos notas que suenan, primero con instrumentos de viento y más adelante con instrumentos de cuerda, no solo aciertan a la hora de narrar el progreso del acercamiento del tiburón hacia su presa, sino su sofisticación e infalibilidad como cazador. El progresivo espacio de silencios entre notas, tornándose el tempo paulatinamente más acelerado, asemeja el instinto asesino del depredador con la precisión de un detector de metales, a mayor cercanía, mayor el ritmo de los pitidos. De este modo, Williams logra acrecentar el espíritu de suspense hitchcockiano del que se vale Spielberg, el de la inminencia del peligro del que es conocedor el público, pero no los personajes.

El último ingrediente definitivo de esta película a la hora de generar miedo fue su reparto. Una de las ideas más brillantes de Spielberg fue la de no incluir en el casting a actores conocidos, rechazando a intérpretes como Charlton Heston y Robert Duvall, y optando por Robert Shaw, Richard Dreyfuss y Roy Scheider. La idea era que, siendo poco conocidos, al público le resultaría más fácil empatizar con sus experiencias. Todo ello se sumó a la creación de un ambiente de vacaciones de clase media americana, que amplió aún más el espectro de terror.

Tiburón

Sin embargo, Tiburón no solo funciona como película de terror, sino también como aventura marina. Inspirado por obras como Moby Dick o El viejo y el mar, el segundo acto de la trama se aleja del terror (sin soltarlo) y apuesta por la historia de un grupo de aventureros viviendo peripecias en alta mar. En esta segunda parte, el tono de la película cambia, incluyendo su banda sonora, adquiriendo un carácter más épico y simpático y menos terrorífico. La trama funciona muy bien, los personajes generan proximidad y empatía y la química entre ellos es completamente creíble. El hecho de que Shaw y Dreyfuss no se llevaran bien dotó de un profundo realismo a la trama.

Aun así, casi al final de la cinta, obtenemos la pieza de horror que el público lleva esperando después de casi dos horas, la catarsis del tiburón cuando, ya expuesto de forma casi completa, devora al personaje de Quint, en una escena de un contenido perfectamente vinculable al subgénero del gore.

Por otro lado, Tiburón no solo revolucionó el terror, sino también el cine comercial, siendo considerada como el primer blockbuster de verano. Debido a que  fue el rodaje sufrió complicaciones y retrasos, la película, cuyo estreno se tenía previsto para la Navidad de 1974, se trasladó al verano 1975. En esa época, la temporada estival se reservaba para los estrenos de las películas de menor calidad y destinadas, por tanto, a recaudar menos en taquilla, debido a que los consumidores preferían disfrutar del aire libre y no en una sala de cine.

No obstante, la productora creó una campaña de promoción sin precedentes, anunciándola reiteradamente en televisión, promocionando la novela original creando ediciones con el póster de la película en la tapa y con la masiva producción de artículos de merchandising como juguetes, toallas, camisetas, pins, pósters…, una estrategia de marketing genuina que se reproduciría durante décadas.

 La campaña tuvo sus frutos, en su primer fin de semana en salas de cine recaudaría 9 millones de dólares y en su segunda semana lograría cubrir los gastos de la producción, convirtiéndose en la película más taquillera de la historia hasta el estreno de La guerra de las galaxias (Star Wars, George Lucas, 1977). Además, siendo un estreno veraniego, su impacto en el público fue aún mayor, reduciendo la asistencia a las playas de todo el mundo en un 70%.

Tras su estreno, llegó una segunda parte que resultaba ser más de lo mismo, una tercera parte rodada en 3D profundamente abominable y una cuarta que, planteada como una comedia, habría resultado una hilarante obra de sátira. Más tarde aparecieron cocodrilos, pirañas y demás criaturas acuáticas devoradoras, protagonistas de historias cada vez más demenciales, como estos exploits, pero que evidenciaban el carácter pionero y de culto de la obra de Steven Spielberg, que le coronaría como uno de los directores más relevantes e influyentes de las últimas cinco décadas.

Ahora, surge la pregunta más importante… De cara al verano, ¿playa o montaña?

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