Tres adolescentes, hartos de la sobreprotección de sus padres, deciden independizarse y empezar una vida salvaje sin adultos y al margen de la sociedad, según sus normas, según sus principios.
Hay en The Kings of Summer una película inteligente con seductoras ideas en torno a los sinsabores que el paso a la madurez conlleva para toda persona, pero, lamentablemente, está sofocada por la estridencia de su reverso, pretendidamente afable y con el reconocible tamiz indie. Los excéntricos resortes que el enunciador maneja son el fruto evidente de su simpatía hacia los protagonistas de la historia. En otras palabras, la caracterización exageradamente grotesca de los personajes paternos ha de leerse en cuanto que adopción del punto de vista de los caracteres adolescentes, para quienes sus progenitores son así de irritantes. La libertad que los protagonistas reclaman cristaliza en los dispositivos narrativos del filme, siendo éste su principal acierto: Vogt-Roberts se descubre tan rebelde como sus personajes principales. Exigir una absoluta madurez al relato es, por ende, tan absurdo como obligar a un adolescente a acostarse a determinada hora.
The Kings of Summer convoca temas de gran calado (amistad, lealtad, relación paternofilial, desamor) y resonancias mitológicas (el mito fundacional americano de la conquista del territorio virgen o el del hombre hecho a sí mismo, popularizado por Robinson Crusoe) para narrar el rito de paso de sus protagonistas, pero no consigue redondear un discurso propio con una entidad equiparable a sus pretensiones. Con todo, queda ese tono elegíaco que regala al espectador la sensación de estar experimentando junto a ese triunvirato de improbables amigos el que, a buen seguro, será su último verano antes de que los estudios, los trabajos precarios o las chicas los separen irremediablemente.
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