Ha terminado la XL edición del Festival de Terror de Molins de Rei y como reza el título de la película ganadora de los premios a la mejor dirección, guion y actriz principal, estamos regresando a casa en la oscuridad. El film neozelandés Coming home in the dark, magníficamente dirigido por James Ashcroft, no encaja estrictamente en el género del terror, aunque haya recogido con más lucidez que ninguna historia que hayamos visto los últimos años la esencia y el material mismo del que están hechos los fantasmas: recuerdos que se resisten a ser enterrados, apariciones inconsolables, imágenes que nos sobresaltan en mitad de la noche.
El merecido premio a Mirama McDowell podría haberse acompañado en el apartado masculino de una mención al contenido rostro del desgarro interior del secundario Matthias Luafutu. Por lo demás, esta película tensa, de estupenda fotografía y secuencias de una aspereza brutal (tanto en la puesta en escena como en el guion firmado por James Ashcroft y Eli Kent) destaca, a mi juicio, por la fusión de la creciente desesperanza de los aparentes protagonistas con una serie de espacios inhóspitos al estilo de los no-lugares del antropólogo Marc Augé (circuitos abandonados, autopistas desiertas, gasolineras hostiles) que funcionan como una metáfora de la colonización británica (otra suerte de mala conciencia).
De alguna poética forma, con sus monstruos surgidos de la cruel disciplina inglesa y su predilección por el tormento dickensiano de huérfanos y desamparados Coming Home in the Dark parece el reverso de cemento de la poética y etérea Picnic en Hanging Rock, la modélica adaptación que Peter Weir hiciera de la novela de Joan Lindsay también en nuestras antípodas.
El eco-thriller In the Earth, ganador del premio a la mejor película, supone un salto en la carrera de Ben Wheatley y cubre el cupo de historias de sensibilidad ecológica (a medio camino entre lo eco, Lovecraft y el folk-horror) en la continua búsqueda de sentido a la pandemia. Fue toda un sorpresa distinguir a Reece Shearsmith (la mitad de la mítica serie británica Inside number 9) en el papel de «malo». Shearsmith participa también en el mejor documental, en mi opinión, que ha rescatado el Festival en la plataforma Filmin, el suculento Tales of Uncanny (David Gregory, 2020) dedicado a las antologías de terror (mi antología –mi película de capítulos de miedo preferida– es From Beyond the Grave de Amicus Productions y en particular el episodio interpretado por los Pleasence, Donald y su perturbadora hija Angela).
El problema de In the Earth, según lo veo, es que tal como ya sucedía con otros títulos similares de este mismo año como Gaia, no me acostumbro moralmente a la facilidad con la que los científicos concernidos por el deterioro ambiental acaban reproduciendo los tics clásicos del crazy-doctor al modo del inolvidable Herbert West (Re-animator) y de los misántropos más ilustres al estilo del capitán Nemo de Verne. ¡Pero si llevan razón!
La 40ª edición del Terror Molins, un entrañable e inteligente festival (gran parte de su crecimiento exponencial obedece tanto a una hábil y sensible gestión del público no presencial a través del acuerdo con Filmin como al mantenimiento de rituales imprescindibles: las sesiones dobles y el maratón) ha supuesto toda una alegría. Una alegría de muerte, por seguir con el género.
Entre las 200 películas que se han podido ver con récords de asistencia de público al mítico teatro de La Peni (con su fachada iluminada en el mejor estilo de Dario Argento) destaco la historia clásica sin concesiones a los vientos morales de la nueva sensibilidad identitarista que supone la pequeña, incomprendida pero débilmente maravillosa Offseason, también nos gustó el trepidante ritmo del film de animación para adultos The Spine of Night, de Philip Gelatt y Morgan Galen King, (sección Bloody Madness), la sólida –y solidaria con los que padecemos acúfenos– Masking Threshold, de Johannes Grenzfurthner (sección Being Different); la fresquísima creatividad narrativa independiente de la imprevisible Agnes de Mickey Reece (también en la sección Being Different), algunos impactos visuales de The Sadness, la intención de The Scary of Sixty-First de Dasha Nekrasova, el sólido ritmo de The Boy Behind the Door (David Charbonier, Justin Powell): una breve selección de destacados en la que coincidimos con el esmerado jurado de esta edición.
Entre lo que hemos podido ver en la plataforma Filmin, destaco Sounds of Violence (Alex Noyer, 2021) una exploración sinestésica sobre los efectos alucinantes de determinadas formas de percusión, donde la protagonista femenina «negativa» ya puede ser negra y homosexual (lo que considero un hito en la lucha por la igualdad), así como algunos segmentos de Landlocked (Paul Owens, 2021), ambas (a pesar de algunas opciones discutibles de casting de secundarios y montaje) ofrecen ideas originales y un buen dibujo de personajes de una generación que trata de escapar de la nostalgia y que se maneja con temeraria naturalidad tanto con la nueva como con la vieja tecnología del sonido y de la imagen.
Mención aparte merece la canadiense The Righteous (Mark O’Brien, 2021). Con su trasfondo cristiano, más protestante que católico para ser exactos (la idea del castigo ineludible por los malos actos), su tensión creciente y su exploración del alma humana, no solo supone una de las mejores películas que podremos (o no) ver este año (gran fotografía en blanco y negro y memorables encuadres de Scott McCellan) sino toda una expresión artística iluminadora del punto en común entre la teología como relato de terror (el castigo, los excesos, la petición de Dios a Abraham, el sacrificio, como un episodio de Saw), el examen de la culpa post-Bergman (y la imagen de la religiosidad post-Dreyer) o la idea de sanción para una teoría del derecho poco formalista.
Hermosos: nombres de las secciones del festival: Bloddy Madness, Being Diferent…
Malditas: moralizaciones ventajistas en las tramas del género de terror.
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