En Alcossebre (Castelló) se disputó recientemente el I Magistral Internacional, con una nómina en la que figuraban varios MI (maestros internacionales). El torneo lo ganó el joven Eric Sos. Las numerosas tablas en pocas jugadas afearon el campeonato.
La iniciativa privada se rasca de vez en cuando el bolsillo -ojalá fuese más veces- patrocinando campeonatos diversos para promocionar sus firmas comerciales, los atractivos de sus ciudades o por generoso amor al deporte. La ciudad costera de Alcossebre, en Castelló, celebró del 12 al 20 de diciembre el I Magistral Internacional de Ajedrez Restaurant Barreda-Rosildos, organizado por los clubes de ajedrez Alcalà de Xivert, Castelló y Benimaclet. Diez jugadores, entre ellos seis Maestros Fide, en sistema de liga de todos contra todos y a una sola vuelta. El ranking inicial lo encabezaba Jaime Valdaña, y en la nómina figuraban el Gran Maestro (GM) croata Davor Kolmjenovic, el ajedrecista más veterano del torneo, con 71 años, el Maestro peruano Jhoel García, el Maestro venezolano José Velandia y el Maestro Internacional serbio Slobodan Kovacevic. El torneo, arbitrado por el internacional argentino Hernán Siludakis, fue retransmitido a través de internet, con el visor de las partidas y con imágenes de la sala en directo.
Este I Magistral lo ganó con toda justicia el joven Eric Sos, que obtuvo su segunda norma de MI. El subcampeón fue Jaime Valmaña, logrando su tercera norma, lo que le convierte en próximo Maestro internacional. El campeonato estuvo bien organizado, en una buena y bien iluminada sala de juego, y se disputaron excelentes partidas. Pero tuvo un “lunar” y no precisamente pequeño: afearon la competición las numerosas tablas acordadas en menos de quince movimientos. Exactamente fueron 14 las partidas que escenificaron una falsa y rutinaria lucha en el tablero. A los pocos minutos, se acordaba el empate y se firmaban las planillas. Medio punto para cada jugador. 14 partidas de un total de 45 (nueve rondas, cinco encuentros en cada ronda) son casi el 33% de las disputadas.
¿A qué se debe esa perezosa costumbre, no muy deportiva, de realizar un pobre simulacro de partida para firmar tablas en pocas jugadas? A varios motivos. En ocasiones los dos jugadores se tienen mutuamente miedo -o vamos a llamarlo respeto- y si consideran que un empate no es mal resultado, pactan el empate. Así se evitan durante una jornada la tensión, a veces insoportable, de una partida dura. Ambos contendientes hacen sus cálculos. Con unas tablas no estropeo mi ELO, sumo medio punto y encima dispondré de tiempo para pasear un poco por la playa o ver relajadamente las partidas de los demás. La comodidad y la tranquilidad son fuerzas atractivas, no voy a negarlo, aunque de unos verdaderos currantes del tablero cabe esperar un mayor afán de lucha, sobre todo si son profesionales -la gran mayoría de los participantes del campeonato lo eran- y se les ha invitado para que luchen en las partidas con ardor de gladiadores. Los patrocinadores quieren pasión, lucha abierta y juego real y emocionante. Un 33% de partidas ficticias es un porcentaje alto y deprimente.
Este cronista, que en tiempos fue el mejor jugador valenciano, también firma últimamente bastantes tablas acordadas y en pocos movimientos. Tengo dos excusas. Una de ellas, la más seria y convincente, es que no soy un profesional. A mí no me pagan por jugar al ajedrez, más bien al contrario. La segunda es muy humana, huidiza y algo pintoresca: fui joven, pero de eso hace ya años, y en la actualidad, con menos energía de la que tenía hace décadas, lo que en realidad me gusta es irme pronto a casa y ver una buena película en blu-ray. En las ocasiones en que no tengo ningunas ganas de jugar, pido humildemente tablas y si me las conceden, me voy pitando al dulce hogar, con la ilusión de esconderme en mi refugio, sentarme en un confortable sillón y disfrutar con las imágenes de Espartaco (la de Kubrick, por supuesto) o Lawrence de Arabia. Grandes espectáculos al alcance de la mano.
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