Más dolor, dificultades, desesperanza y canibalismo económico, en la última película de Ken Loach. Sorry, We Missed You es la historia de una familia de Newcastle, con dos hijos, que lucha por sobrevivir, educarlos y mantener su humanidad en un mundo muy cruel. Una vez más, como ha hecho a lo largo de su filmografía en innumerables ocasiones, el director ha contado con un guion de Paul Laverty para instalar a sus deshauciados en los más terribles contextos económicos del primer mundo. El catálogo de explotación que se ceba en los más débiles podría ser infinito si el director de Mi nombre es Joe decide no jubilarse nunca.
Machacados e impotentes, tomando las peores decisiones bajo la presión de la precariedad y la dependencia, los personajes de Loach son perdedores sin paliativos. En este caso, la tecnología ha contribuido, en su faceta más usual y salvaje, a la esclavitud y explotación de los trabajadores, a su control sofisticado, siempre en la línea de un discurso cosmético, que se ampara en la verborrea new age y el eufemismo de marketing para perfeccionar la dominación.
La puesta al día se limita a la nueva práctica capitalista que evoluciona con el mundo, las innovaciones y la legislación laboral que deja al trabajador con el trasero al aire para atizarle mejor. Todo puede ir a peor, la explotación cambia de collar sin cambiar de víctima y acabamos viendo la misma película una y otra vez, aunque cambie de título.
Machacados e impotentes, los personajes de Loach son perdedores sin paliativos.
Vivir en una familia que se comunica por mensajes y solo se reúne a la hora de dormir, trabajar 14 horas siete días a la semana y enfrentarse a las torturas que el mercado laboral no deja de innovar, son algunos de los elementos argumentales que vehiculan la esquemática historia de Rick, un falso autónomo que recorre las calles desesperadamente con su furgoneta. Loach sigue retratando la crueldad del capitalismo despiadado, como un atisbo extendido en la vida de los otros, que no tiene principio ni final, como él afirma: la clase media habla de equilibrar la vida y el trabajo, mientras que la clase obrera está atascada en la necesidad.
No serían pocos los espectadores que se reflejaran en esas vidas bajo aplastante presión deshumanizadora, que ya definieran los tiempos modernos según el gran Chaplin, en el caso hipotético de que ocuparan la butaca del cine y no la pantalla.
Loach milita, denuncia y crea arte, folletín, alegato… sobre ello, como también hacen otros supervivientes del cine social europeo, con distintas perspectivas, los hermanos Dardenne o Robert Guédiguian, cada uno a su estilo. Lo que no cambia es que la expectativa nunca es defraudada, sabes lo que vas a ver y es lo que obtienes con tu entrada: Una estación más del Calvario.
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