De un tiempo a esta parte, el festival barcelonés Sónar, ha ido mutando y creciendo con su público, hasta convertirse en un modelo de negocio claro y sólido. Desde aquel llamado foro de música avanzada y arte multimedia, ha derivado con el tiempo en un congreso de música, creatividad y tecnología, donde la música no es la principal protagonista, ya que los debates, los espacios de programación y hacking, presentaciones de realidad virtual, apps y pantallas táctiles, inundan el festival.
Su apuesta por la tecnología y los avances musicales, siempre ha diferenciado al Sónar de otros festivales a nivel mundial. Aunque como señala Luis Costa, jefe de prensa de la discoteca Razzmatazz y creador del proyecto Dancetería: eso de música avanzada -que el festival optó por eliminar de su claim hace algunos años- puede sonar hoy desfasado y hasta pretencioso, pero durante muchos años tuvo todo el sentido del mundo. Y es que, según van pasando las ediciones, cada vez va siendo más complicado mantener el equilibrio de una trayectoria tan buena.
Para Equipo (aka Cristobal Saavedra), un productor chileno, afincado en Barcelona, e insaciable si hablamos de experimentar con la electrónica desde todos los ángulos, testimonia así su experiencia en el festival: La primera vez que fui a Sónar me gustó mucho el ambiente y lo que ahí sucedía. A parte de los conciertos estaba la feria discográfica y de tecnología musical, instancia en la cual podías interactuar con la gente de los sellos y trastear cacharros; además de la sección de arte digital. En general, el Sónar Día estaba enfocado a profesionales y a las propuestas más innovadoras.
A día de hoy, el discurso del Sonar de Día sigue prevaleciendo y siendo tan pertinente, original e inconfundible como el césped artificial de los escenarios exteriores, hasta el punto de que podríamos decir que es la propuesta que mejor representa el espíritu del festival.
Ahí uno se encuentra con un público abierto, relajado y con muchas ganas de pasarlo bien. Nada que ver con lo que ocurre en el Sónar de Noche, donde la identidad del festival parece difuminarse en propuestas más pensadas para aglutinar y traspasar al público entre escenarios, desvirtuando así la experiencia por momentos. La creencia de que la mayoría del público Sónar es muy abierta y le gusta la variedad es, en el caso de Sónar Noche, falsa. Una gran parte del público va a pasar la noche en La Fira de l’Hospitalet porque conoce apenas 3 o 4 nombres grandes. Es como si entendiesen más el festival como un concierto largo que como un festival en sí. El resto del tiempo, cuando no conocen demasiado lo que ocurre se refugia bebiendo en las zonas más tranquilas o se queda charlando en los laterales de las pistas, al fondo o haciendo cola para pasar el rato con los autos de choque. Salvo la noche de este año programada por Resident Advisor y otro evento más, los escenarios carecen de personalidad propia y la gente va pululando de uno a otro sin saber muy bien dónde meterse ni que es lo que realmente quieren ver. Son como unos paseantes que van dando vueltas, rodeados de luces y música atronadora, birra en mano. Es decir, aportan poco a la esencia del festival, declara el periodista musical Vanity Dust.
Esto ha llevado, en las pasadas ediciones, a que mucho público devoto prescinda de asistir al Sónar de Noche, o que se pierdan por el camino localizaciones emblemáticas como el Pueblo Español y sobretodo el CCCB, como señala Luis Costa.
Para Equipo la conquista del público masivo es algo relativamente reciente y gran parte de su masificación ha dependido del hecho de que los propios artistas han aumentado su fama y de la integración de la audiencia juvenil gracias a fenómenos comerciales y su correspondiente asimilación de las herramientas tecnológicas.
La nueva estrategia comercial del festival ha hecho que las reglas del juego cambien en otro sentido, y según Luis Costa, de acuerdo a una realidad: es triste aceptarlo, pero los clubbers de hoy se mueven más por la fiesta que por la música y eso hay que tenerlo en cuenta. Esta combinación de factores hace cada vez más difícil, en mi opinión, cuidar la programación hasta donde sería deseable.
Esta perspectiva lleva a que el público entendido, el que conoce los line-ups, los sellos y demás, no vaya definitivamente al Sónar. ¿Por qué? Porque ese público busca la música por encima de la fiesta. La crisis de los clubs es paralela al auge de los festivales, donde el anonimato y la facilidad de comprar un pack electrónico, es preferible a la cercanía con respecto a los artistas y a la música, o a la comunidad que se pueda generar en un club.
Ahora bien, ¿es posible que la tendencia a la masificación haya traicionado los principios vanguardistas de un festival como el Sónar? Para Equipo, no tiene nada que ver una cosa con la otra, sino más bien con que la cultura electrónica antes era un lenguaje de vanguardia y hoy ya no lo es.
La música electrónica se ha hecho mayor y su evolución se ha estancado. El techno y el house, como los dos grandes bloques de música de baile, son dos estilos con 30 años de vida y de historia cada uno. Esa excitación y fiebre de sus años mozos se ha perdido y han sido sustituidos por otros nuevos, del jungle al dubstep, pasando por el grimme o el trap, añade Luis Costa.
Esto nos lleva a plantearnos lo siguiente: ¿tiene porvenir un festival como el Sónar que se declara avanzado en un momento de colapso en el campo de la música electrónica? ¿Hay posibilidad para el riesgo? Para Equipo hay esperanza en la programación del festival, pero no en su atrevimiento, puesto que no es arriesgado programar algo que se dice arriesgado. Por otro lado, la moda presentada como rupturista juega su rol alienante al igual que otra moda; uniformando estéticamente y eliminando el riesgo. Y concluye: Creo que riesgo es apostar por artistas que tienen su sello y discurso propio más allá de su popularidad (no un sonido a la moda ni extravagante necesariamente) y el profundo compromiso consigo mismo con lo que respecta a calidad musical. Que cada cual saque o no sus propias conclusiones.
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