– ¿Te he hecho daño?
– No.
– ¿Te has enfadado?
– No.
Era verdad. En aquel momento todo era verdad, porque vivía la situación en estado bruto, sin preguntarse nada, sin intentar comprender, sin imaginarse que llegaría un día en que habría que intentar comprender. No sólo todo era verdad, sino que además todo era real: él, la habitación y, sobre la cama deshecha, Andrée desnuda, con las piernas abiertas, con la mancha oscura del sexo de la que salía un hilillo de esperma.
Así comienza La habitación azul, la novela de Georges Simenon en la que se basa la última película de Mathieu Amalric como director. El filme arranca como el libro, desde la pasión y desde las impresiones. El cineasta posa su mirada sobre los detalles, de los cuerpos y de la habitación de hotel donde Julien y Esther se encuentran, cada jueves, para confundirse en la pasión amorosa, alejados de sus respectivas parejas.
La Chambre bleue está tan cerca de otras adaptaciones de Simenon (Feux rouges, de Cédric Kahn) como de la fragmentación propia de Arnaud Desplechin, un director cuyo actor fetiche, su alter ego, no es otro que Mathieu Amalric.
La Chambre bleue se adentra en los infiernos, en esa espiral tan propia de la narrativa de Simenon como de cierto polar francés (el de Clouzot, Chabrol…). Lo hace, sin embargo, a partir de la deconstrucción del relato y de los elementos. Amalric filma constantemente en plano detalle: del sexo, de un pie, de un documento, una toalla, una prueba. Todo está profundamente fragmentado, son piezas sueltas de un rompecabezas que parece imposible completar. Se trata, también, de elementos difusos del recuerdo y de las sensaciones del protagonista, inmerso en su particular descenso a los infiernos, acusado de un crimen pasional. En este sentido, Amalric logra tocar la esencia de la obra de Simenon (la culpa, la inocencia, el descenso moral) a partir de recursos propiamente cinematográficos.
Amalric dota al relato de una cierta ambigüedad, inexistente en la novela. A su vez, sabe aprovechar los puntos fuertes del libro, como su narración en dos tiempos –el pasado en el que tuvieron lugar los hechos y el presente de la investigación policial– y los diálogos arrebatados y las palabras recurrentes.
Ambos autores tocan el mismo punto. Ponen el foco en las palabras. “Encore de mots”, “más palabras”, dice Julien en un momento de la película. En el centro de La Chambre bleue está aquello que los dos amantes se dijeron cuando jugaban al amor, en una habitación azul donde, como escribe Simenon, “todo era real”; antes de que aquello que expresaron cobrase otro valor.
* La habitación azul ha sido publicada por Tusquets.
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