La comedia de HBO ha probado en sus últimas tres temporadas ser uno de los mejores aciertos de la cadena de cable. En los últimos años, las comedias de HBO siempre han estado un peldaño por debajo de los grandes dramas de la cadena. Juego de tronos o True Detective han sido las mejores marcas del canal en los últimos años y así lo han demostrado las audiencias. Las comedias, en cambio, han vivido casi entre bastidores. Salvo por una excepción: Silicon Valley.
Veep, Girls o Getting On, que siguen en antena, lo han tenido difícil a la hora de rascar espectadores en sus últimas temporadas, y si acaso sus logros han llegado por el respaldo de la crítica y de un nicho de público muy entregado a la causa. Más problemas han tenido las canceladas Togetherness, Enlightened, Hello Ladies, The Brink, Family Tree o Looking, series de una o dos temporadas que acabaron de retiro anticipado por no ser producciones demasiado vistas por… bueno, por nadie.
Pero en el espectro que divide a los exitosos dramas de las moribundas comedias de HBO, quien sí disfruta de un viaje mucho más placentero es la genial Silicon Valley. Colocada en el espacio que sigue a la muy vista Juego de tronos, la sitcom de media hora sobre unos jóvenes ingenieros que desarrollan una plataforma de compresión es el mayor éxito de comedia de la cadena en muchos años. Y muy justificadamente.
En los tres episodios que se han podido ver de su tercera temporada, Silicon Valley ya ha visto caballos copulando y se ha vuelto a obsesionar con un gag específico. El año pasado fue con una ecuación sobre masturbación y, esta vez, con una cadena de oro que luce uno de los protagonistas. Y no es tanto la cantidad de bromas que llegan a soltar los personajes lo que saca la carcajada, sino la genialidad de la construcción del diálogo (¡qué juegos de palabras!), las referencia a la cultura popular y el cómo todo ello encaja en el contexto de la serie.
El contexto, evidentemente, es la Silicon Valley que enfrenta los egos de los CEOs de las grandes compañías del valle con los talentosos e infantiles ingenieros que escriben el código de las startups. Ese escenario social que les engloba a todos se divide después en tribus más concretas y propone una mitología plagada de chistes y representaciones muy acertadas de una industria salvaje (la escena de los topos en el tercer capítulo de la tercera temporada es, a su modo, tan devastador como desternillante).
Mientras unos manejan los billetes, los otros lidian con sus peterpanescos conflictos de adolescentes —pese a que no lo son— o tratan de encontrar oasis en sus trabajos frente a la pantalla de ordenador.
Es ese choque de identidades el que hace de Silicon Valley una serie tan atractiva. Las singularidades de los personajes y los distintos objetivos que tienen para sus invenciones tecnológicas se enfrentan constantemente: La pretensión económica de los hombres de negocios contra la imaginación de los soñadores, el mercado de las empresas privadas contra las plataformas abiertas y el ingeniero que no es capaz de mantener una mirada durante más de dos segundos contra el ejecutivo que necesita ver procrear a sus caballos.
Si Silicon Valley es capaz de mantener la hilaridad de sus diálogos y de seguir jugando tan bien con la mitología del universo que representa, pocas incógnitas necesitarán resolverse para que esta sea una de las mejores comedias de la historia de HBO. Por el momento, y con Juego de tronos en la ecuación, Silicon Valley es la mejor serie que tienen en antena.
PD: La campaña promocional de la serie ha sido un 10 de principio a fin. En el South by Southwest supieron jugar muy bien sus cartas.
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