El simple aunque meritorio hecho de haber cumplido cincuenta y que te quepa una 36 o te atrevas con los colorines no te convierte en un icono de la moda.
Es posible tener cincuenta y estar fabulosa, porque a los veinte todo lo que te pones te queda bien. Con estos aires de Sharon Stone de provincias se presentan algunas de las pobladoras más veteranas de la blogosfera fashion en cuanto tienen ocasión. Lo espetan a bocajarro, esperando asentimiento, alabanzas y hasta vítores por parte de sus interlocutores.
Aunque existan honrosas excepciones, la mayoría de estas señoras que alimentan diarios virtuales lo hacen con fotos descuidadas y comentarios tópicos sobre lo que, según ellas, son tanto la elegancia como el estilo. En otras palabras: se creen Sonsoles Espinosa pero si a alguien se asemejan es a Mayte Zaldívar.
La existencia de estas bitácoras es tan respetable como perfectamente cuestionable es el criterio estilístico de quienes las firman. Del mismo modo que una curvy no es estilosa por el mero hecho de poder cubrirse con prendas de su talla, una señora madura no es un icono de moda por seguir enfundándose una S de Bershka o envolverse sin pudor en trapos de colores. El problema es que estas maduritas portan un iPhone en la mano que les permite contárselo al mundo (y creérselo).
Es obvio que mujeres elegantes las hay de todas las edades y condiciones: jóvenes, mayores, enjutas, carnosas… Al igual que las hay garrulas o anodinas. Un único factor, sea la edad o la talla, no determina la elegancia de nadie. Ser nonagenaria y no temerle al color, a los estampados, a los accesorios es algo que Iris Apfel hace bien, muy bien y que Cayetana de Alba hacía mal, muy mal. ¿Veis? Dos abuelas poco convencionales en el vestir y solo una de ellas merece la calificación de icono de la moda. Dudo mucho que el MET persiga a los herederos de la duquesa para dedicarle a su armario una retrospectiva, como sí que hicieron con Iris en 2013.
La clave para mantener la elegancia a medida que una va cumpliendo años la resume a la perfección mi señora madre. Indefectiblemente, cada vez que le ejerzo de personal shopper y me meto con ella en un probador, ella repite lo mismo: Hijo mío -dice, mientras le paso unos pitillos, una blusa con tachuelas doradas o una chupa de cuero-, si es que yo, atreverme, me atrevo, pero seas moderna o una antigua, la única verdad es que a partir de cierta edad, o te amojamas o te ajamonas.
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