Todas las pelis sobre Vietnam, y mira que hay, tienen una buena banda sonora. Los clásicos del soul, del rock y del pop de los 60 mezclan bien con el sonido de los helicópteros, las metralletas y… la derrota.
El mito del bufón triste es un símbolo universal muy presente en la música. No sólo por ilustres referentes como Rigoletto de Verdi o Pagliacci de Leoncavallo, sino porque la música pop también nos ha invitado varias veces a ver cómo es el comediante, el entertainer, por dentro. El placer morboso de desconchar una fachada jovial está presente en las inconmensurables It Was A Very Good Year de Frank Sinatra, en El cantante de Héctor Lavoe y en Tears Of A Clown y The Tracks Of My Tears, dos gemas soul-pop de belleza trágica que Smokey Robinson & The Miracles dejaron para la posteridad. Estas dos deconstrucciones de la naturaleza de las apariencias representan la edad dorada de la Tamla Motown, el mítico sello del sonido de la joven América del que Smokey Robinson era el vicepresidente, uno de sus más inspirados compositores en la sombra (de su puño salieron My Girl o Get Ready) y un hipersensible cantante a la luz.
Como en todas las películas sobre la guerra de Vietnam (Apocalypse Now, La chaqueta metálica, La colina de la hamburguesa, Good Morning Vietnam…), la BSO de Platoon de Oliver Stone es como trastear con el dial de la FM de los años sesenta: cualquier estilo musical que apareciera, ya sea garaje, pop, rock, psicodelia, folk o soul, es una gozada. Que esta selección de canciones en particular incluyera un gran momento a costa de la imperecedera The Tracks Of My Tears significaba un par de cosas: 1) que Vietnam fue el primer conflicto bélico en el que el ejército estadounidense mezcló a los soldados de raza negra en el mismo pelotón de los blancos, sin segregar y 2) que la música que ponían estos soldados afroamericanos cuando tocaba evadirse de la realidad de la contienda (e inhalar vapores narcóticos a través del cañón de un rifle) explicaba mejor que cualquier hit blanco por qué estos momentos de felicidad de los pipiolos en campaña eran, en realidad, falsos. Si mirabas bien, se podría descubrir el rastro de las lágrimas en las mejillas de todos esos soldados que supuestamente se lo estaban pasando tan bien.
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