Los últimos informes sobre el estado de la igualdad y la pobreza en el mundo coinciden en señalar el aumento de la distancia entre ricos y pobres. A nivel global, la fortuna de los milmillonarios aumentó un 12% el último año —2.500 millones de dólares diarios—, mientras que la riqueza de la mitad más pobre —3.800 millones de personas— se redujo en un 11%; y otra de las cuestiones muy preocupantes, ligada a lo anterior, es que la pobreza y la riqueza se heredan y mantienen, eso afecta a un concepto del que se habla mucho, aunque no se sabe muy bien qué es: la meritocracia, ¿qué es la meritocracia?
La meritocracia es la idea de que debe haber una correspondencia entre la trayectoria individual —laboral, profesional, empresarial, académica o política—, las virtudes, el sacrificio, la inteligencia y el esfuerzo, depositados en una carrera, trabajo, empresa, institución etc., y el cargo o la posición socio-económica que el individuo finalmente ocupa.
La palabra meritocracia es un híbrido del latín y del griego. No existe en la Grecia antigua, el origen de expresiones ligadas al kratos (poder o gobierno): democracia, aristocracia y otras (aunque es posible decir que Pericles, por ejemplo, defendió una idea afín a la recompensa de las virtudes de los mejores en un sentido dinámico y que China tuvo un temprano y poético sistema de oposiciones), sino que es una idea moderna y un término reciente. El mérito legitimó el ascenso de la burguesía en oposición al principio adscriptivo del esquema estamental. ¿Qué servicios ha realizado el señor conde para llegar a ser un gran hombre merecedor de estos bienes? Simplemente se ha tomado el esfuerzo de nacer… eso es todo.
En El antiguo régimen y la revolución, Tocqueville describe magistralmente el proceso por el cual la nobleza feudal (basada en un criterio de legitimación carismático en los términos de Weber) va siendo sustituida por funcionarios, cuya autoridad está delimitada por normas. Conforme el viejo sistema decae, la organización social comienza a basarse en la competencia y capacidad de funcionarios y profesionales. Hoy el principio del mérito es central en los sistemas de oposiciones en el ámbito público, mientras que el principio de Intelligence + Effort = Merit, al menos en teoría, es el principio de estratificación propio de las sociedades postindustriales que describieran Daniel Bell o Joaquin Richta.
La primera aparición del término meritocracy en prensa, en The Economist de 1 de noviembre de 1958, debió ser como reseña de la novela distópica de Michael Young, The Rise of Meritocracy. El 28 de abril de 1960, aparece en The Guardian, como término vinculado a la política. En 1961, en Harper’s Bazar, The grammar schools… have given birth to a new class, the meritocracy. En 1975, el Suplemento del Times de 2 de mayo dice de Keynes que era un meritócrata, no un demócrata. En la actualidad, el uso se ha generalizado. En Europa se usa más en el ámbito educativo que en el político, lo cual es fácilmente contrastable si observamos la capacitación y las virtudes reales de nuestros representantes políticos.
El mérito es un principio que ocupa un lugar privilegiado en el debate sobre justicia social o distributiva. Un concepto contingente que como señalaba Amartya Sen ha de ponerse en relación con lo que en cada momento una sociedad considera valioso. El principio del mérito tiene como presupuesto la existencia de una serie de premisas, o dado el trasfondo competitivo en que se funda, unas reglas de juego: normas de competencia, respeto contractual, fair play, ausencia de jugadores excluidos (igualdad formal), igualdad de oportunidades.
En la modernidad, el mérito aparece: (a) como fórmula legítima de adquisición privada de bienes y dinero: suma de esfuerzo y de talento en los términos de Locke y/o (b) como capacidad para ocupar cargos y posiciones públicas. En el primer sentido, está presente en las tesis sobre las formas legítimas de apropiación/enriquecimiento descritas en el Segundo ensayo sobre el gobierno civil y en el estudio de Adam Smith sobre la inclinación del hombre a mejorar su condición de La riqueza de las naciones. En el segundo sentido (b) como capacidad, el principio quedó plasmado en el artículo 6 de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789: La ley es la expresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos, al ser iguales ante ella, son igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según su capacidad y sin otra distinción que la de sus virtudes y sus talentos.
El estudio del mérito personal o principio de mérito ocupa un lugar central en la filosofía moral y política norteamericana. Con el término desert se hace referencia a la idea de merecimiento individual, una especie del género más amplio de mérito (merit). La fórmula se expresa usualmente como A merece X en virtud de Y (A deserves X in virtue of Y). Por ejemplo, A merece una buena nota (X) porque se ha esforzado en estudiar mucho (Y). (Y) puede considerarse como la base del mérito, aquí el esfuerzo. Cuando nos preguntamos acerca de qué es una sociedad justa, lo hacemos acerca de la manera en que ésta distribuye la riqueza, las posiciones sociales, los beneficios y las cargas. Creemos justo recompensar el desempeño, la inteligencia, el esfuerzo y el talento.
La idea de mérito individual (desert) tienen un anclaje cultural en la visión de la vida que surge en EEUU en coherencia con imágenes de un poderoso imaginario fundacional: individualismo, derecho a la búsqueda de la felicidad, la tierra de oportunidades y las epopeyas de movilidad vertical de acuerdo con la imagen lírica del self made man. La adjudicación de su autoría resulta una cuestión baladí, pero suele incluirse tanto el discurso de Frederic Douglass Self made man, la no menos célebre autobiografía de Benjamín Franklin y, de acuerdo con Harold Bloom, la obra de Ralph Waldo Emerson, cuyo célebre aforismo la confianza en uno mismo es el primer peldaño para ascender por la escalera del éxito, supone la exaltación entusiasta de un individuo que debía liberarse de las ataduras físicas (la abolición de la esclavitud fue una de sus grandes causas públicas reprochando al mismo Lincoln su lentitud en este aspecto) y del peso del pasado para acometer la aventura de vivir. La imagen del hombre hecho a sí mismo, tanto la de Douglas como la de Emerson fue inusitadamente poderosa y presentó una formidable capacidad de adhesión.
No hay diferencia de inteligencia entre el hombre y la mujer, ni entre el blanco y el negro, ni entre el gitano y el payo, por eso, si persiste la concentración de la pobreza o la infrarrepresentación política, académica, laboral o empresarial de la mujer o de algunas minorías étnicas, los problemas de la desigualdad en el mundo actual se pueden leer como problemas de la meritocracia. Un problema añadido a todo esto, es que, paradójicamente, a pesar de que la meritocracia no parece realizar en la actualidad sus aspectos positivos (creciente movilidad social vertical, legitimación/ racionalización de las posiciones ventajosas, imputación del estatus al talento o al esfuerzo), el principio del mérito se enarbola recurrentemente por el pensamiento más conservador, frente a medidas informadas por el valor igualdad. En La meritocracia y el C.I. Una nueva falacia del capitalismo, Bowles y Gintis escribieron que la versión liberal-económica de la meritocracia es funcional a la desigualdad del capitalismo y su criterio del éxito, la acumulación de la ganancia en una organización selvática de perdedores y ganadores con una movilidad vertical menor que la del Imperio Romano. Esto es aún visible en el debate la reforma de la sanidad pública en EEUU, en las medidas de acción afirmativa, las políticas de cuotas o la oposición a la Renta básica universal.
El concepto sociológico de igualdad de oportunidades apunta a los ingresos de unos individuos, según el nivel de estudio de los padres. Si tuviéramos que plantearlo muy brevemente, podríamos decir que si los individuos cuyos padres tienen un nivel de estudio A obtienen sueldos siempre inferiores a los individuos cuyos padres tienen un nivel de estudio B, hay desigualdad de oportunidades. Sobre este punto, los últimos informes sobre igualdad destacan que las personas nacidas en hogares pobres necesitan más de tres generaciones para ascender social y económicamente, mientras que las personas nacidas en hogares privilegiados tienen la vida asegurada más de cuatro generaciones, solo merced a su origen afortunado. El sociólogo francés Pierre Bourdieu advirtió sobre el calibre de la reproducción del capital social y cultural. ¿Hasta cuándo podrá el sistema seguir amortiguando el escándalo de la desigualdad?
T. H. Marshall, en su obra clásica Ciudadanía y clase social, apuntó (pero no desarrolló) la siguiente profecía: Esto aguantará mientras no se generalice el sentimiento de que la gente no lleva, más o menos, el tipo de vida que se merece. El 82% de la riqueza generada durante 2018 fue a parar a manos del 1% más rico, mientras que la riqueza del 50% más pobre no aumentó lo más mínimo. La riqueza extrema de unos pocos se erige sobre el trabajo peligroso y mal remunerado de una mayoría. Mientras las mujeres ocupan mayoritariamente los empleos más precarios, prácticamente todos los súper ricos son varones. Con estos frentes teóricos abiertos y el limitado efecto de la educación como instrumento de mejora de las posiciones sociales (la esperanza en la educación como «ascensor social»), la crisis financiera desveló la ausencia de méritos de los humanos que se enriquecieron de forma obscena y la necesidad de una meritocracia real ligada al talento y la profesionalidad. La alternativa a una meritocracia es el nepotismo, el abuso de las influencias de las redes de capital social (el «enchufismo») de una suerte de oligocracia elitista, el gobierno de idiotas sin escrúpulos o algo todavía peor, algo que está sucediendo fuera y que, con tanto ruido de fútbol, micro-identidades, talent shows y banderas, aún no entendemos del todo bien.
Hermosos: Miracle Legion.
Malditas: estadísticas de movilidad social.
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