Existen fiestas a decenas, luces de neón y estilo de vida americano. Una ciudad de vicio y para el vicio que se postra ante la industria de ocio más grande del mundo. Azafatas y excesos nocturnos. Y videojuegos, videojuegos también.
Reconozcámoslo, lo mejor de la Electronic Entertainment Expo de L.A. son las fiestas nocturnas en Hollywood Boulevard, el take it all de productos inverosímiles e inútiles; en definitiva, la propia grandilocuencia de la sociedad estadounidense, el cachondeo y la exuberancia propia de un encantador de serpientes. Pero claro, las fiestas temáticas en Vine Street, bajo el edificio de Capitol Records siempre son un punto.
Pero para caradurismos y excesos erótico-festivos no hace falta viajar a California. Los juegos son, en definitiva, algo con lo que uno se topa al cubrir un evento así, el más grande del mundo. En Cannes o en San Sebastián los periodistas desplegados ven películas, aplauden de manera más o menos racional y trabajan. El E3, por su parte, despliega un ejército de adultos encorsetados en la edad púber. Son tópicos, pero benditos sean. Por cada periodista responsable, ausente de pamplinas y petardazos al son del dinero y de la promoción de un juego o sistema, existe otro, cosplayer venidos a menos, troll de web 2.0. -la peor progenie que ha dado- para ignorar propuestas que no esperan, aplaudir lo que ya todos intuimos y odiar visceralmente cualquier producto de una marca contraria a sus creencias.
El medio del videojuego es adolescente, una savia nueva en permanente crecimiento que, no lo duden, se arriesga más y permanece ligado mentalmente a las revistas Pulp, a su origen macarra. Todo vale. Son un medio cambiante que igual te desencaja la mandíbula con una presentación de un videojuego de un universo zombi como, al final, le otorga el premio Juego del Año a una fábula en la que tomas el control del viento mientras impulsas un pétalo de flor. Cabe todo, todas las formas inimaginables de juego, transmutación del usuario con cualquier elemento gracias a un factor diferenciador con otras formas de ocio: la interactividad.
El del 2014, todavía dando sus últimos coletazos cuando leáis estas líneas, ha servido para posicionar a la industria en el bipartidismo gamer, el “Zidanes y Pavones”. Los títulos, cada vez necesitados de un presupuesto mayor para la nueva generación, se dividen en grandes producciones y pequeños descargables de estudios pequeños. La clase media ha muerto. Ya hace tiempo. Tenemos de nuevo FPS como Battlefield: Hardline que con una propuesta de polis y cacos que lo hacen más llamativo para el multijugador y el nuevo Call of Duty: Advance Warfare con exoesqueletos, a lo “Edge of Tomorrow” de Tom Cruise, Destiny, Far Cry 4 o The Division. Mucha fantasía oscura con The Witcher 3, Dragon Age: Inquisition o Bloodborne, deporte hasta echar el vómito y, además, Assassin’s Creed cortando cabezas parisinas en la Revolución Francesa. También lo nuevo de Lara Croft y Nathan Drake, alumnos aventajados de Indiana Jones. El mejor nombre para un juego corresponde a “H1Z1” (en referencia a la gripe A de 2009 y 1918), que es de zombis, como los espectaculares Dying Light, Dead Island 2 –el mejor tráiler de toda la feria-, o Inside.
El E3 genera ilusión –y dinero-, pero también resacas bienvenidas. ¿Hemos mencionado que también organiza fiestas Nintendo, nada infantiles, en un rascacielos de Sunset Boulevard? Lo dicho, una fiesta de juegos.
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