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“Pretzel Logic” de Steely Dan, música dirigida al cerebro

En Música lunes, 11 de marzo de 2024

Sergio Ariza

Sergio Ariza

PERFIL

Para alguien como yo que se convirtió en un obseso de la música a principios de los 90 absorbiendo rock clásico y rock alternativo, Beatles y Nirvana, Stones y Pixies, Steely Dan era todo lo que estaba mal en el mundo, un grupo cerebral y totalmente alejado de la visceralidad o la inmediatez que yo le pedía a la música popular. Su extraña combinación de jazz, pop y R&B, alquimizada en un sonido tan perfecto que me parecía antinatural, era la clara antítesis a la ética de la era Grunge de autenticidad y visceralidad antisistema que se le pedía al rock.

Lo que pasa es que Steely Dan no es una banda rock, bueno, mejor dicho, Steely Dan no es una banda de rock & roll, no viene de Chuck Berry, ni lo pretende, lo suyo es pop de toda la vida (incluido el Tin Pan Alley de Cole Porter y los Gershwin) mezclado con toques jazz, R&B y, sí, también algo de rock. Se podría decir que son un género en sí mismo, si no les hubieran puesto de ejemplo de esa etiqueta que tira para atrás llamada ‘Yacht Rock’, y que ahora está tan de moda como antes era odiada.

El caso es que la música de Steely Dan no va dirigida a tus entrañas sino a tu cerebro y parte de esa contradicción que es tener a dos cínicos neoyorquinos al frente para entregar la música más suave y pulida, mejor tocada, pura California y Los Ángeles, resultando en alguna de la música pop más inteligente y compleja que nos dieron los 70.

Pretzel Logic es su tercer disco y es el que divide su carrera en dos, pues el último en el que Steely Dan es una banda en sí y no una colección de los mejores músicos de sesión al servicio de Donald Fagen y Walter Becker, los cerebros compositores de la misma. Aun así, se podría hablar de este disco como un híbrido, pues a pesar de que todavía siguen siendo una banda, Fagen y Becker comienzan a traer cada vez más músicos invitados al estudio, tanto es así que el batería de la banda, Jim Hodder, no toca en ninguna de sus canciones y se tiene que conformar con ver reducida su presencia a meter alguna voz de fondo en “Parker’s Band”. Claro que tampoco puede protestar mucho viendo que sus sustitutos son Jim Gordon, en la mayoría del disco, y Jeff Porcaro, en “Night by Night”.

Pero no se crean que Fagen y Becker no predican con el ejemplo, este último que era el bajista oficial de la banda, cada vez cede más espacio a los bajistas de sesión, consciente de que no puede tocar tan bien como ellos, algo normal si estamos hablando de gente como Chuck Rainey, que toca con Louis Armstrong, Aretha Franklin o Gato Barbieri, o Wilton Felder, que era el responsable del bajo en el “I Want You Back” de los Jackson 5 o el “Let’s Get It On” de Marvin Gaye. Como si quisiera compensarlo, es la primera vez que Becker se atreve a meter uno de sus solos en uno de sus discos, en concreto en la canción titular, por encima de los dos magníficos guitarristas principales de la banda, Jeff “Skunk” Baxter y Denny Dias. Tras este disco también se acabarían las giras, con Fagen y Becker centrados en el estudio y Baxter marchándose para tocar con los Doobie Brothers.

El comienzo del disco es el más maravilloso en la historia de la banda (aunque posteriormente lo igualaron o incluso lo superaron con Aja), “Rikki Don’t Lose That Number”, “Night By Night” y “Any Major Dude Will Tell You”, tres de las mejores canciones de su carrera. La primera es uno de sus mayores éxitos y una perfecta destilación de su sonido, cogiendo el riff de piano de la maravillosa “Song For My Father” de Horace Silver y construyendo sobre ella una de sus más certeras e ingeniosas melodías. Con un ligero toque latino en la percusión, cada instrumento suena a la perfección para una de las pocas veces en las que Fagen canta algo parecido a una canción de amor, aunque siendo Steely Dan durante mucho tiempo se pensó que esta era una oda a la marihuana. El caso es que es una de sus canciones más accesibles, con un excelente solo a cargo de Baxter y una producción irreprochable.

La seguía “Night By Night” con un punto funk, y unos excelentes vientos, centrada por el ritmo elíptico de Porcaro a la batería, todo lo demás encajaba a su alrededor como una maquinaria perfecta: la sección de vientos, los acordes de guitarra entre acentos y ese clavinet tipo Stevie Wonder tan propio de 1974, que servía más para la percusión que para las notas. Hasta la voz de Fagen (quizás el punto más débil de una banda casi perfecta) encajaba en esa fórmula meticulosamente elaborada, hasta llegar a otro solo verdaderamente increíble de Baxter.

Pero es que luego suena “Any Major Dude Will Tell You” que es pura gloria bendita, una especie de canción perfecta salida del Laurel Canyon pero tocada por tipos que escuchan jazz, hay hasta un breve momento en el que los guitarristas se meten en un breve diálogo que parece sacado de los Allman Brothers de Duane. Una de mis canciones favoritas de la banda.

Después de este espectacular comienzo no es que el disco se desplome, ni mucho menos, pero ya no vuelve a alcanzar esta grandiosidad. Puede que el único punto débil del disco sea la versión del viejo tema de Duke Ellington, “East St. Louis Toodle-Oo”, una de las pocas veces en las que Steely Dan se sale de una composición de Fagen y Becker y que creo que está tocada con demasiado respeto hacia la original, sin tener mucho más que añadir.

Mucho mejor aproximación al jazz es la propia “Parker’s Band” un tributo al gran Charlie Parker en la que mezclan fraseos bop con un gran tema propio, en el que vuelven a demostrar que pocas bandas eran capaces de sonar tan precisas como Steely Dan. También se metían en terrenos poco utilizados como el country rock de la resultona “With A Gun” o el R&B de la directa “Monkey In Your Soul”, sin olvidar cosas más idiosincráticas propias como la brillante “Charlie Freak”, en cuya letra está recogido el zeitgeist de la banda, siendo una fábula  en la que el narrador compra la única posesión de un indigente, un anillo de oro,  “por comida para pollos”, y luego el vagabundo se gasta lo conseguido en un chute que resulta letal. Luego el narrador se entera de su destino y, sintiéndose culpable por haberse aprovechado del vagabundo, decide devolver el anillo al cadáver. Algo tarde, por supuesto, para que no sea ya trágicamente triste.

Aunque el mejor momento de la segunda cara llega con la bluesy “Pretzel Logic”, una de las pocas veces en las que se han metido en terrenos blues, siempre desde su particular punto de vista, esto es no sonando como Muddy Waters sino como Steely Dan, el pináculo de la musicalidad y la sofisticación en la música popular de la segunda mitad del Siglo XX. No es rock & roll, pero, desde luego, tampoco está nada mal…

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