Grian Chatten se muerde las uñas. Luego sacude la mano derecha, como si acabara de freír unas patatas y el aceite le hubiera salpicado directamente desde la sartén. A veces también le propina bruscos giros a su muñeca, cual tenista que practica ante el espejo esa dejada tan elegante como para ser golpe ganador y además salir estupendamente en las fotos. Todo esto lo hace con el gesto enfurruñado, moviéndose ansioso de lado a lado del escenario, como el león que lleva meses sin salir de su jaula.
Cualquiera que haya visto alguna vez a Fontaines D.C. en directo sabrá de lo que estamos hablando. No es una puesta en escena espectacular, repleta de fuegos de artificio. Ni siquiera un torrente de electricidad que apabulle al personal desde el minuto cero, como el que procuran los Idles con su agresiva estampida. El toque de corneta de los irlandeses es algo más mundano, escasamente novedoso.
No inventan la pólvora, pero transmiten eso que en territorio rock quizá no tenga mucho sentido atesorar (porque el término ha sido tan manoseado que dejó de significar algo) pero ellos saben preservar como si fuera un envidiable valor añadido: la autenticidad.
Huelen a calle. A asfalto. A lluvia. A pub. A lecturas de James Joyce regadas con pintas de Guinness y maceradas tras horas de abrumador tedio en trabajos de mierda o en la cola del paro. Fontaines D.C. no inventan el mecanismo de la rueda, pero la hacen girar de tal forma que te acaban por convencer de que ellos LO tienen, y los demás no. Sea lo que sea eso que tienen.
Te cuentan una vieja historia como si estuviera recién salida del horno. Y la cuentan estupendamente: las letras de las canciones de A Hero’s Death (Partisan/PIAS, 2020) son más brillantes aún que las de su debut, Dogrel (Partsian/PIAS, 2019). Si son ustedes de quienes prestan atención a los paréntesis, lo habrán advertido: apenas un año ha transcurrido entre ambos, pero el crecimiento es exponencial. Casi abrumador.
Servidor confiesa que se le iba quedando cara de póker, cierta sensación de expectativa no cumplida, a medida que los adelantos iban goteando durante la primera mitad de este fantasmagórico 2020 (“A Hero’s Death”, “Televised Mind”, “I Don’t Belong”): ¿Dónde estaba el ansiado arrebato de ira juvenil? ¿En qué momento cualquiera de estas canciones explotaría en un brote de rabia que pudiéramos convalidar con nuestro propio encabronamiento, ese que llevábamos acumulados tras meses de encierro y bombardeo de vinagre en dosis intravenosas de ponzoña y fake news? ¿Por qué esa cuajada sensación de intriga no desembocaba en un feroz estribillo de los que te noquean y tumban a la primera de cambio?
La publicación del álbum completo, con su medida secuencia, se guardaba todas las claves: A Hero’s Death es un álbum como la copa de un pino, sí, pero es de lo que logran que todas sus piezas cobren pleno sentido cuando se muestran juntas. Cuando el ensamblaje les confiere su pleno significado. Y supone otro guiño a ese viejo orden que se resiste a entrar en barrena, otra peineta al ocaso que muchos le vaticinan: viva el álbum como unidad lógica de medida. Esa que limpia, fija y da esplendor. Aún. Sí. Aunque siga siendo rock. Con guitarras.
Son tan genuinos que el oropel de Los Angeles no era para ellos. Por eso desestimaron el trabajo que estaban desarrollando allí y volvieron a principios de año a Streatham para grabar con Dan Carey, el mejor traductor posible de sus ideas —y de las de Kate Tempest— a los surcos de un disco. El sueño americano no se hizo para Fontaines D.C.
Los de Dublín no han necesitado más de un año para demostrar que son igual de convincentes cuando pisan el acelerador que cuando levantan el pie de él. Y la voz de Grian Chatten es igual de cool cuando brama (“A Lucid Dream”, cuatro minutos con los que poner a hervir la sangre) que cuando entona con aparente desgana obsesiva (“Love Is The Main Thing”), recita letanías de hálito nocturno (“You Said”) o se pone tierna en baladas a ritmo de vals al ralentí, de una melancolía que tiene mucho de los Smiths de “Back To The Old House” (“Oh Such a Spring”).
Podemos incluso entretenernos localizando más padres putativos: el trote de los Strokes en “I Was Not Born” o la acidez y la electricidad estática de The Fall o Wire en “Televised Mind”. Pero lo único que podría importarnos ahora mismo, en medio de este erial que es el anémico panorama de la música en directo y sus conciertos que no son conciertos, es que Grian Chatten pueda volver a morderse las uñas y sacudir y chasquear compulsivamente su mano como un enajenado el próximo mes de marzo en Razzmatazz y La Riviera. Y que nosotros lo veamos y lo vivamos, como si estos últimos meses tan solo hubieran sido esa pesadilla desprovista de épica y grandeza a la que ellos no han tenido a bien dedicar ni un solo minuto de su tiempo.
La vida no siempre va a estar vacía. Claro que no.
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