La nueva Fe es un inmenso hospital en el límite de la ciudad. Enfrente tiene en el Bulevar Sur, aquí llamado calle Antonio Ferrandis, un espléndido paseo, con carril bici, sombras, parques e incluso alguna cuidada barraca. Pero detrás, por donde accedemos los pacientes y sus familiares, ¿qué tiene? ¿Qué se esconde detrás de la Fe?
El hospital de la Nueva Fe de Valencia es un centro de referencia y el más grande de España, pero cuesta entender por qué se ha anclado ahí, justo unos metros más allá de límite de la ciudad. Flanqueado por la bonita Casa Ronald McDonald para familias con niños gravemente enfermos y un único edificio de viviendas al otro lado del Bulevar Sur, emerge imponente asentado en la nada sobre lo que fue una zona de huerta.
Desde los miradores del hospital que dan al sur puede divisarse más huerta y hasta resulta apetecible dar un paseo por sus inmediaciones. Pero para ello hay que superar alguna prueba. Imagina uno que por la parte de atrás del centro, justo por donde acceden los pacientes y sus familias, habrá alguna forma relativamente fácil de acceso a esa huerta que los valencianos se supone que conservamos como seña de identidad.
En paralelo a la carretera de Malilla, que se eleva para caer a plomo sobre la V-30, es posible caminar sobre una superficie terrosa que este extraño septiembre todavía no ha conseguido empapar. Bajo el puente se ve como al otro lado se descompone lentamente la nave industrial de Ediciones Bidasoa, envuelta en graffitis, como breves textos recordatorios de que allí se imprimían periódicos y revistas.
Aunque la rotativa se fue de ahí a un polígono industrial próximo apenas hace siete años, darse de bruces con ella en ese paraje ahora es como volver al planeta de los simios y ver medio hundida la Estatua de la Libertad. O si se quiere, ver desplomarse una vieja estatua del Papel Prensa Impreso. No es el único resto de un modesto pasado industrial que se desvanece en las inmediaciones.
Un pequeño túnel bajo las vías que nos separan de la huerta, medio oculto entre matojos y cañas, alienta la ilusión de llegar a algún lado. Pero, quiá, más allá de estas vías hay otras vías. Al fondo, hacia al Este, se juntan ambas y hacia el Oeste confluye cada una por su lado con otra vía que cruza en perpendicular. De pronto te das cuenta de que es el triángulo férreo casi perfecto y de que el cinturón de hierro del que hace décadas se hablaba en Valencia, muy potente en el Norte de la ciudad, ahora está en el Sur. Y para rematarlo, posiblemente el mayor bosque de postes férreos de la ciudad.
Alvias, cercanías, altarias, mercancías negros y de colores, de todo se ve pasar por ahí en menos de una hora, hasta producir mareo. A un lado, la estación de Fuente de San Luis; al otro, la de San Isidro. Hay mucho movimiento de tierras en medio que permite alzar el tipo y la vista tratando de divisar una salida a la huerta. Siempre hay una salida si la buscas, es una de las máximas del errabundeo.
Por algún lado ha tenido que acceder una furgoneta con dos operarios que han decidido adelantar faena en sábado, en la impresionante zanja de hormigón que explica todos los montones de arcilla y piedras desplazados por el entorno. Un cartel lo explica, la zanja y el impresionante túnel que le precede son la conexión entre las estaciones de los santos Luis e Isidro. Y con la valla publicitaria que se autoanima “haciendo Europa”, aparece la salida hacia dónde sea. El camino nos lleva al barrio de Camí Real, para encontrar la respuesta: Más allá de la Fe está la esperanza de encontrar un camino hacia la huerta. Otro día.
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