El canal de la dársena interior del puerto de Valencia es el más cuidado de los accesos a la ciudad. Aún así, produce la misma sensación de no saber bien qué hacer con él igual que ocurre con el resto de los límites de la capital. Pero algo se mueve, siete años después de la 32 Copa América. Un paseo en herradura bordeando la Marina Real es una buena forma de comprobarlo.
Algo está cambiando en la entrada a la dársena que se construyó para albergar la Copa América, producto de un Bienvenido Mister Marshall que ha languidecido durante años a la espera de una idea, evento, lotería o milagro que animara esa fachada marítima. Ahora parece que se despereza.
Al entrar por el extremo de las dos gigantescas banderas que marcan el inicio de la zona portuaria junto a la playa de Las Arenas, llama la atención un puñado de operarios trabajando –es sábado por la mañana- en un foso pegado a la escollera que separa playa y dársena. Es un club, pero no piense usted mal, responde con retranca el encargado a la pregunta del curioso. Sí, hombre, el Beach Club, no un club de alterne, aclara.
A la izquierda, la playa grandiosa, ofrece diariamente un buen puñado de sorollas al alcance de cualquiera. A la derecha, se ve la otra señal de cambio, un edificio en avanzada construcción donde Juan Roig, el poderoso jefe de Mercadona, impulsa un centro de innovación junto al mar.
Lo demás sigue igual; El estupendo bar del fondo de la escollera, ideal para hacerse un gin tonic a media tarde viendo romper las olas; La escuela municipal de vela con escasa actividad a media mañana; El inútil y enoooorme puente giratorio de la Fórmula 1 como recuerdo del despropósito automóvil que cruzó en su día el acceso más cuidado y deslumbrante que la ciudad de Valencia ofrece al viajero exterior. Este acceso es marítimo y apenas tiene tráfico: en dos horas y media de caminar, apenas vemos una lancha dando un garbeo exploratorio al generoso Canal que acogió las regatas de 2007.
El edificio del varadero, medio modernista medio historicista, fruto del animado ritmo de construcción del primer cuarto del siglo XX y restaurado en 1989, recuerda impávido que ahí tenía sus oficinas A.C. Management, la firma gestora de la Copa América. Es impresionante la languidez imperante en la zona, toda aseada, apenas movimiento, como si estuviera preparada para que pase algo en unas horas, pero no pasa nada.
Nada pasa en Veles e Vents, el magnífico edificio de David Chipperfield que llegó a ser epicentro de la Copa, sin destino conocido, como las bases de los equipos, seis años de estorbos frente al mar. Y es que todo el camino, hasta llegar al emblemático Edificio del Reloj, que en otro tiempo marcó la entrada al puerto, uno tiene la sensación de que está al lado del mar pero casi todo le separa del mar.
Esa sensación, amortiguada por los múltiples alicientes visuales esparcidos por doquier, es más intensa al llegar al corredor interior conformado por los últimos tinglados a la derecha y las últimas bases, a la izquierda, tras sobrepasar la antigua estación de viajeros, otro mamotreto inservible. En la puerta del abandonado Emirates Team aún se puede leer: Por favor, colocar el correo en el buzón. Base nº 6. Muelle de Nazaret.
Los tinglados muestran los restos de la F1 que los convirtió en boxes, con absurdos toques kitsch como las planchas semidesconchadas que reproducían los naranjeros dibujos de los azulejos originales en estructuras postizas, y que permanecen ahí como testimonio de una pesadilla en colores. Cerca de la nueva estación de Acciona, aparece en un rincón olvidado el minimalista puerto de pescadores, buena parada para una cerveza. Y a continuación, enfilando hacia la Marina Sur, por fin sí, un paseo marinero como Dios manda, casi tocando el agua. Dos modernas estructuras acristaladas perfilan futuros establecimientos de restauración en el camino. Es igual, el paseo tiene valor por sí mismo aquí, al otro lado, el menos concurrido, del acceso regio a la ciudad.
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