En el futuro no violaremos con navajas. Será así, sencillamente, porque las navajas habrán dejado de existir. No estoy seguro de si un día dejará de haber asesinatos, palizas y violaciones. Creo que no. De lo que estoy convencido es que nosotros no lo llegaremos a ver. La única forma en que admito la posibilidad de que en los próximos 100 años deje de haber violencia entre seres humanos, o de éstos con el resto de animales, es que un meteorito caiga sobre la Tierra. Ni siquiera el cambio climático operaría de forma tan eficaz.
La llamada «sentencia de la manada» es uno de esos hechos de los que todos hablan o, más exactamente, de los que nadie puede dejar de hablar. En nuestra época sentimos la necesidad no sólo de tener, sino de manifestar públicamente una opinión sobre cualquier cosa.
A mí también me gusta pensar y llegar a tener una opinión sobre algunas cosas (no todas), aunque soy muy torpe y blando a la hora de juzgar. Me entristece el regodeo diario en la crónica de sucesos. Bastante lo explotan ya las cadenas privadas, todas amarillas y embrutecedoras. Bastante lo hace ya la cadena pública incluso cuando el apasionante hecho de si llueve o hace sol ocupe la mitad del telediario de la RTVE.
Me gustaría que todos valoráramos los logros de la civilización y que el Estado de derecho funcionara perfectamente, poder confiar en las estructuras que han tardado tanto tiempo en consolidarse. No me gustaría asumir que la opinión pública pueda dirigir en adelante las reformas legislativas o decantar las decisiones judiciales. Si así fuera, bastaría un aumento en la publicidad de casos de asesinato para que se votara a favor de la pena de muerte o se aprobara por aclamación la lapidación de pederastas en la plaza pública.
Lo cierto es que ya no parece posible sustraerse a todo lo que rodea este caso feo y escabroso. Por reconocer algo positivo, creo que invita a reflexionar sobre las relaciones entre seres humanos, y, particularmente sobre conceptos como violencia, consentimiento o voluntad. Defiendo la idea de que el derecho es siempre social, histórico y cultural. Lo imprescindible de él no es tanto, como dicen algunos profesores muy serios, proteger el orden, sino qué tipo de orden queda garantizado.
Es cierto que a muchos, el voto particular nos ha recordado las tesis sobre la explicación psicoanalítica que el realista americano Jerome Frank proponía en su Law and the Modern Mind (1930), pero ¿no parecen también las declaraciones del ministro de Justicia un lamentable episodio de un devenir populista de las cosas absolutamente delirante?
¿Es mala o injusta la sentencia? Por lo que he leído, aunque algunos interrogatorios nos parezcan torpes y el voto particular destile un machismo rancio y terrible, lo cierto es que la mayoría del tribunal ha creído a la víctima, como ha hecho la mayoría de la sociedad: ha reconocido que no se trata de una relación consentida.
El Código Penal califica como agresión sexual la penetración no consentida cuando media violencia o intimidación, mientras que la penetración sin consentimiento, pero sin violencia ni intimidación, cae del lado del abuso sexual. El Tribunal no ha observado violencia, pero, y he ahí lo que algunos creemos que podría ser muy discutible, tampoco ha visto intimidación.
El Tribunal no ha visto intimidación sino un prevalimiento (una forma de abuso de superioridad) que lleva a la víctima a un bloqueo mental, a que la relación se tenga por no consentida y los actos sean calificados como abuso sexual. Mi hipótesis es que podríamos estar ante una sentencia desaprovechada en diversos sentidos, primero porque la descripción de los hechos sí parece dibujar una forma sofisticada de intimidación, lo que podría haber llevado a la reconocer que se trata de agresión sexual, esto es, lo que la gente llama «violación». No soy lego en derecho y sé que la definición que ha manejado el tribunal, tanto de violencia como de intimidación, deriva de lo que ha ido entendiendo el Tribunal Supremo y esta es otra cuestión debatible. El derecho debe estar atento a la forma «viva» y real en la que se presentan los conflictos.
¿Debe una sentencia ser ejemplar? Mala pregunta. Todas lo son en alguna medida. Es cierto que ninguna pedagogía se puede hacer a costa de vulnerar garantías que, relativas a la contradicción, o a la presunción de inocencia, nos protegen a todos los ciudadanos. No se puede instrumentalizar a nadie para ejemplarizar, sin embargo, siempre es posible construir una primera sentencia que recoja sabiamente las aristas sociales y culturales del derecho, una sentencia que se toma en serio la motivación para hacer avanzar el derecho en una dirección más sensible a los valores que la justicia debe garantizar.
Si se admite la analogía, tengo la convicción de que el water boarding o las técnicas de ahogamiento simulado son tortura, porque para que haya tortura no hace falta que ésta se realice de acuerdo con el imaginario del tormento medieval. Hoy ya no se tortura con la «doncella de hierro», o asando vivo a un pobre hombre en el vientre de un buey de metal. Si mantenemos siempre una definición estrecha de tortura basada en la gravedad de la lesión o en la autoría de un funcionario, acabaríamos admitiendo como meros abusos ¡incluso como legales! prácticas más sofisticadas o encargadas a mercenarios privados sin escrúpulos. Si está diseñada para hacer sufrir el cuerpo o la mente de una persona indefensa es tortura, si te hace sentir como una tortura es tortura. Lo mismo ocurre con la intimidación, la forma con que ésta se consigue no debe ser relevante. Parece más relevante que algo, una situación o un entorno, se diseñe, se busque, se aproveche o permita en sí mismo intimidar.
Tengo la impresión de que se ha desaprovechado una buena ocasión para integrar en los razonamientos que hacen los tribunales una reflexión avanzada sobre el concepto de intimidación, sobre las formas actuales y futuras de aprisionar la voluntad.
En clase de Teoría del derecho, para introducir el capítulo sobre saberes auxiliares, suelo preguntar a los estudiantes si saben por qué tantos asesinos de sus mujeres se suicidan. Cuando han terminado de contestar, les digo que debemos ser humildes con esas intuiciones, que necesitamos la ayuda de expertos, psicólogos, antropólogos, sociólogos. No se pueden dejar llevar por la arrogancia de sus propios estereotipos. Que lean más, pero que confíen en la autoridad de los profesionales que echan luz sobre la naturaleza del hombre: si no crecen como seres humanos, ninguna legislación acabará con los peligros que subyacen a la interpretación anquilosada o perversa y a la aplicación insensible o ciega.
El derecho no puede escudarse en rigorismos, formalismos y tecnicismos, sino que tiene que ser sensible a las formas reales que adoptan los delitos contra la integridad sexual. Su auxilio debería provenir de profesionales que saben qué formas pueden adoptar la violencia y la intimidación. El derecho no es una ciencia de silogismo; la difícil tarea de juzgar debe realizarse con un esfuerzo de argumentación a la altura de la difícil función social que los jueces y tribunales no pueden dejar de ejercer.
Me hubiera gustado que la sentencia desarrollara la idea de que se puede conseguir una situación de intimidación de la forma en que parece que se produjo de hecho; que la intimidación puede surgir de forma repentina e irreversible; que se puede producir la violación en cualquier momento. Incluso si fuera verdad que antes buscaron con ella un hotel para «follar». Incluso si en la imaginación de los autores todo parecía una buena idea. ¿Qué más da? Quizás todo eso pueda ser tenido en cuenta para graduar la responsabilidad, pero no para calificar el tipo de agresión que sintió la víctima.
Lo importante es que la joven se sintió intimidada y por tanto violada. Los hechos probados admiten que fue así. Los psicólogos dicen que de hecho las cosas pasan así. He visto a jóvenes recibir palizas sin mover ni un músculo para defenderse. He visto matones de colegio doblegar la voluntad de los más buenos con un simple chasquido de los dedos. No por ello dejan de ser palizas y acosos escolares. ¿Por qué cuesta tanto ver lo evidente cuando hablamos de sexo y quien habla es una mujer?
No sé juzgar y me parece bajo escribir para hacer daño a alguien. Confío en el funcionamiento de la justicia y que el recurso se desarrolle con todas las garantías.
Creo, y esto no es más que una intuición, que no es del todo descartable que unos jóvenes de aspecto nuevo y viejas inquietudes, unos jóvenes con el cerebro derretido de tanta mala pornografía jugaran una noche a hacer un gang bang y acabaran violando a una muchacha.
Puede que no fueran conscientes de que estaban violando a una chica de 18 años, puede que no lo supieran, puede que nunca lleguen a saberlo, puede que lo supieran todo el tiempo, puede que hubiera un momento en que ni ellos mismos se dieran cuenta de que ya no se jugaba o de que, en realidad, nunca había sido un juego.
O creo que pudo haber un instante de esos que marcan la deriva de una vida entera, en que no quisieron asumir que el juego había terminado y había comenzado algo desesperanzador, criminal y terrible.
Hermosos: discos de Everything but the girl.
Malditas: agresiones.
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