Antes de que una tal Rosa Parks revolucionase el presunto país paladín de las libertades individuales, Estados Unidos, con su resistencia pacífica, un hombre fornido y temperamental se negó, siendo soldado, a sentarse en la parte de atrás de un autobús por el mero hecho de ser negro. Hablamos de Jackie Robinson… El resto es historia.
Jackie Robinson encarna a la perfección la rabiosa lucha contra un sistema que le oprime y le deshereda por el hecho anecdótico (así debería ser) de ser negro. Con la convulsión provocada por el asesinato de un joven en Ferguson y la posterior absolución del policía que le sepultó, esta lucha parece que vuelve una vez más a estar de plena actualidad. Por eso queremos recordar a Jackie, pionero en reclamar sus derechos como ser humano más allá del color de su piel.
De abuelo esclavo y padre campesino, este deportista polifacético (corría, jugaba al baloncesto, al fútbol americano y, con un mayor éxito, al béisbol) quiso oponerse frontalmente a todas las injusticias que arreciaban a los negros en Norteamérica ya en los tempranos años de su adolescencia. Fue entonces cuando se enroló en una banda callejera y fue detenido por insultar a un policía que había detenido a un amigo suyo.
No obstante, al recalar en la prestigiosa universidad de UCLA empezó a despuntar en casi todos los deportes, sobre todo en el fútbol americano. Aunque curiosamente sería conocido por sus dotes y su carrera en el béisbol profesional.
Los acontecimientos se precipitaron y fue alistado en el Ejército, donde sucedió la citada escena del autobús. Esta resistencia hizo que la Policía militar le detuviese y se le juzgase de forma tendenciosa, aunque finalmente sería absuelto.
Ahí empezó su carrera como brillante deportista, aunque primeramente tuviese que jugar en las ligas vedadas única y exclusivamente para los jugadores de raza negra. Jackie se enfrentó con todas sus fuerzas al sistema y sólo recibió insultos y humillaciones en el proceso. Un alto precio que tuvo que soportar estoicamente para poder jugar en los Brooklyn Dodgers durante una década. Antes había aguantado que llenasen de gatos negros el campo, que los rivales le tirasen la bola a los pies y a la cabeza, que le escupiesen en los zapatos y un largo etcétera de tropelías.
El 15 de abril de 1947 Jackie Robinson se convirtió en el primer jugador negro de la época moderna del béisbol. Aunque allí todo siguió siendo un infierno: algunos de sus compañeros no querían sentarse con él, sus rivales le increpaban y aconsejaban que fuese a recoger algodón. Alguno de sus compañeros le protegió de estos atropellos rodeándole y afirmando poco después: Puedes odiar a un hombre por varias razones, pero el color de piel no es una de ellas. Su popularidad creció como la espuma y ayudó a que muchos otros hermanos recalasen en las Ligas Mayores.
Una vez retirado del deporte profesional, Jackie continuó su lucha contra el racismo creando un banco de ayuda a los negros y una constructora para edificar casas para gente desfavorecida. Se había quedado ciego por la maldita diabetes, pero no paraba de abrir ojos a lo que era una injusticia palpable y demoledora.
Se fue con 53 años, pero su viuda prosiguió con una fundación con su nombre que ayudó a los jóvenes desfavorecidos. Como suele ocurrir en estos casos, con el tiempo llegaron los reconocimientos, la penitencia de un país rendido a sus logros y a sus pies, esos mismos pies que pocos años antes habían sido escupidos con la inquina de la sinrazón.
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