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Nihilismo, violencia, pornografía y ficción de Nicolas Winding Refn

En Cine y Series martes, 2 de julio de 2019

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Ya se ha podido ver en España, a través de la plataforma Amazon Prime, la temporada completa de Too Old to Die Young, la serie de nihilismo, violencia, pornografía y ficción del danés Nicolas Winding Refn (NWR) algunos de cuyos capítulos se estrenaron en el pasado festival de Cannes y de los que se dio pronto buena cuenta aquí. 

El nihilismo es un término poderoso acuñado en el siglo XIX, siglo de las ideologías, y, a decir del historiador marxista británico Eric Hobsbawn, siglo más largo de la historia (que abarcaría desde la Revolución francesa de 1789 hasta la Primera Guerra Mundial en 1914).

Nihilismo significa ausencia de valores, negación de la idea de sentido asociada a estos y no, como suele decirse, rechazo de tales valores (el rechazo implica un reconocimiento previo). Bajo su rótulo caben episodios del pensamiento y acepciones muy diversas, desde el antiguo escepticismo hasta, de acuerdo con Heidegger (mal hombre, gran filósofo), el despliegue del pensamiento que deja fuera al ser, Nietzsche lo asoció tanto a la negación de la vida material en la larga corriente Sócrates-Platón-religión judeocristiana como a la posibilidad de que la muerte de Dios avivara la vida y alentara al hombre a crear su propio valor.

La ambigüedad y potencialidad del término se entienden mejor en la literatura rusa. Suele convenirse que fue en Padres e hijos donde Turgeniev da vida al personaje del primer nihilista, pero yo creo que es en Los demonios una de las obras maestras de Dostoievski donde el término adquiere su sentido más afín a la violencia de Nicolas Winding Refn, pues como me he atrevido a sugerir en otras ocasiones, es en medio de las tramas oscuras de la vida, en un tipo de imágenes de la violencia y en algunos relatos de la pasión propios de la moral suspendida, donde las categorías normativas y el universo de los valores (incluida la negación de estos, el nihilismo) se comprenden mejor.

Nicholas Winding Refn

Jesús y la sacerdotisa de la muerte: Too smart to die young.

Tengo a Drive (NWR, 2011) por una de las mejores películas de lo que llevamos de siglo. La vi en una pantalla gigantesca en el único pase  V. O. de un cine nuevo a las afueras de mi ciudad, lejos incluso del neón bajo el que Nicolas Winding Refn teje sus historias sórdidas e hiperestilizadas, en uno de esos lugares llamados centros comerciales y que un amigo mío llama con más precisión centros demenciales.

Drive era fascinante por muchas razones. En primer lugar, me pareció adorable la relación que mantenía con sus propias aspiraciones (la estética de los años 80, la contención temática típica de la serie B), pues a diferencia de la mayoría de productos culturales de nuestra época, y de acuerdo con el rasgo que más aprecio en una obra artística o literaria, el film estaba por encima de sus propias expectativas, es decir, pretendía parecer peor de lo que era. La película estaba, incluso, por encima de la inteligencia de su director, como si en algún momento, el holismo mágico del cine como producto colectivo hubiera convertido una aparente historia de venganza y redención en algo muy distinto.

Nicholas Winding Refn

Ryan Gosling y Carey Mulligan en Drive (2011).

La estética que recordaba el atractivo físico y la ambigüedad moral de los primeros films de Nicholas Ray y luego de Walter Hill se cargaba de repente con un lirismo que se desbordaba desde los enternecedores rostros de Ryan Gosling y Carey Mulligan hasta el oscuro hueco de ese ascensor protagonista de una de las escenas míticas de este nuevo arte. Las posibilidades redentoras del amor y la responsabilidad sobrevenida de alguna forma de progenitura no biológica convivían con la frialdad severa y el con silencio de un plano largo que se abatía sobre esas prostitutas muertas por dentro (un estilema fílmico típico de NWR) asesinadas por el tipo de sueños retorcidos que se orquestan bajo los efectos cegadores y nihilistas del brillo del neón. El espectador comprendía las emociones que la pantalla reflejaba y al igual que sus protagonistas creía en un futuro mejor.

Nicholas Winding Refn

La subsiguiente búsqueda en el video club del trabajo anterior de este joven danés nos condujo al submundo criminal en la trilogía Pusher, a la violencia extrema y carcelaria de Bronson (2008). También estuvimos atentos a su evolución, pero lo cierto es que ya no encontramos nada igual: Only God Forgives (2013) carecía de alma, la pretenciosidad y cierta autoindulgencia (más que la lícita dominancia del estilo) parecía absorberlo todo y la violencia estetizada podría ser calificada de nihilista: regodeo en la ambición, en el cuerpo y en la crueldad sin mayor motivo que la celebración de que este es posible.

Lo mismo ocurrió con la también francesa The Neon Demon (2013), cuya voluntad de una oscura trascendencia, su hueco narcisismo y, lo que es peor, su solemnidad (algo tediosa, por otro lado)  minaban los mejores argumentos que podría haber esgrimido: la revisitación de la parte elidida del giallo como desconcertante ejercicio de pornografía gore.

Nicholas Winding Refn

The Neon Demon (2013)

Y luego llegó Too Old to Die Young, una serie de 10 capítulos o, a decir del propio director, una película de 13 horas, una sublimación de su imaginario característico (la mafia, los prostíbulos, la dominación, la venganza) un neonoir hiperestilizado empeñado, al contrario de Drive, en parecer más de lo que es. El estupendo arranque del primer capítulo servía tanto para introducir la oscilante banalidad del hierático personaje del detective Martin Jones (Miles Teller) como para confesar la influencia del David Lynch más retorcido (el de Corazón salvaje, Carretera perdida y la tercera temporada de Twin Peaks) y del Quentin Tarantino más alambicado.

Es ahí, según lo veo, donde la serie alcanza sus mejores momentos, en los homenajes evidentes, en los escasos diálogos alargados hasta la desesperación, en el humor negro, en la sonrisa absurda ante un sinfín de situaciones algunas enloquecidas (divertidísimo el papel de William Baldwin) otras (las mejores) terriblemente sórdidas (la escena con los pornógrafos en el bar es de lo mejor que he visto en streaming) aderezadas por los recursos visuales característicos de Nicholas Winding Refn: travellings laterales, diálogos lentos de personajes fríos, juegos cromáticos, paisajes urbanos iluminados por neón, disrupciones violentas tras una mareante alternancia de foco.

Nicholas Winding Refn

El asco vital, el hastío, la pederastia, la venganza, el incesto, la teodicea y sobre todo, el nihilismo pasean entre la contundencia de los diálogos de un Cormac McCarthy y la procacidad obscena de un David Cronenberg. En Too Old to Die Young se viola con desgana, se tortura por rutina, el propio código de venganza justiciera es borroso: se asesina a los pederastas pero el justiciero inicia una relación sexual con una menor el mismo día en que esta pierde a la madre.

Queda la belleza vacua de la ciudad de Los Ángeles, la fascinante sensualidad del vestuario de la sacerdotisa Yaritza (Cristina Rodlo), algún que otro estereotipo racista, el narcisismo frívolo del personaje de Jesús (entre RuPaul’s Drag y Cristiano Ronaldo), el baile jamaicano de Damien, la barbarie de los cárteles de la droga, contracara, según lo veo, de la obsesión por lo pulido de Jeff Koons, instantes de una estremecedora artisticidad audiovisual, la duda sobre la intención última de tanta indolencia (¿ha hecho el frívolo de NWR lo que quería o es que no sabía hacerlo mejor?), la estupenda presencia de John Hawkes, el estilo cómic de Ed Brubaker, queda la sombra del nuevo nihilismo apuntalado por esa patología a la hora de juzgar, típica de la posmodernidad, y quedan, sobre todo, las ganas de ver evolucionar en el futuro a un magnífico director que debería hacer lo que todo gran artista ha hecho alguna vez en la vida: dejar de tomarse en serio a sí mismo.

Hermosos: travellings.

Malditas: vacuidades solemnes.

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