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Mostra de Venezia 75 #3 Martone, Tsukamoto y Zhang Yimou

En Cine y Series 8 septiembre, 2018

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

Los últimos días de la Mostra de Venezia han ofrecido obras con una calidad algo inferior con respecto a lo visto anteriormente. Ya en pasadas ediciones del certamen había ocurrido algo parecido, como si el director hubiera apostado por la primera parte del festival.

Carlos Reygadas con su Nuestro tiempo ha llevado a Venecia el tercer largometraje latinoamericano presentado en concurso. Su cine siempre ha dividido público y crítica: recordamos el shock que causó Batalla en el cielo en Cannes en 2005, donde se describía una Ciudad de México hirviente y desesperada, con escenas muy realistas o Post Tenebras Lux que también en Cannes ganó el premio como mejor realización en 2012. La cinta presentada en la Mostra es la sexta del realizador y cuenta la crisis de una pareja que vive en el campo criando toros de lidia. Juan, poeta de fama mundial (interpretado por el mismo Reygadas) selecciona los animales, mientas su mujer Esther (compañera del realizador) se ocupa de la gestión del rancho. La aparente serenidad de la pareja se pone a prueba en un momento complicado, cuando Esther se enamora del amigo americano Phil.

El director mexicano nos catapulta dentro de esta crisis con un estilo redundante utilizando todas las potencialidades del formato panorámico y sirviéndose de estilos visuales y narrativos muy diversos, que van del uso de la subjetiva a planos aéreos acompañados por la voz off de los personajes y de una voz femenina infantil. En algunos momentos, Reygadas consigue atrapar al espectador en su peculiar narración, pero la mayoría de las veces exagera y hace que las casi tres horas del metraje se hagan en ciertos momentos insufribles. Sale así una película redundante, borrosa y a veces pretenciosa hasta la molestia, pero que al mismo tiempo es capaz de exhibir momentos de gran cine. Podría correr el ‘riesgo’ de un premio importante.

Nuestro tiempo (Carlos Reygadas, 2018)

El director Carlos Reygadas en un momento de Nuestro tiempo

Poco interesante fue, por lo contrario, 22 July del director británico Paul Greengrass, conocido por la dirección de tres de los largometrajes de la saga de Jason Bourne, pero también de algunos dramas basados en eventos reales como Captain Phillips o United 93. La cinta presentada en Venecia entra en el segundo caso, ya que cuenta la famosa matanza del 22 de julio de 2011 en Noruega, cuando 77 personas perecieron en un atentado con dinamita en Oslo, y en una masacre de jóvenes en la isla de Utoya, a cargo del mismo extremista neonazi.

El director narra esta horrible historia y, por ciertos aspectos absurda, basándose en el libro de Asne Seierstad, Uno de nosotros, que escoge el punto de vista de uno de los supervivientes. Greengrass consigue una película eficaz y bien confeccionada, pero que tiene dificultades en desmarcarse del simple relato de los hechos, pese a querer aportar continuamente la perspectiva de los protagonistas, del responsable de los atentados y de algunos sobrevivientes a la masacre. Nos da la impresión de un intento poco logrado de incluir en el concurso de la Mostra de Venezia a un autor más próximo al mainstream cinematográfico que al verdadero cine de autor.

22 de julio (Paul Greengrass, 2018)

Un escena de 22 July

Muy poco que decir de la película australiana de Jennifer Kent, Nightingale, segundo largometraje tras el interesante Babadook de hace cuatro años. Una historia de venganza de parte de una mujer violada a la que le han matado marido e hijo y que se desarrolla en una sucesión de escenas violentas y desagradables que terminan cansando al espectador. Mucho mejor fue la tercera película italiana a concurso, la muy esperada Capri Revolution de Mario Martone. La obra cierra una trilogía sobre Italia, entre los siglos XIX y XX, cuyos dos anteriores y excelentes capítulos fueron, Noi credevamo, sobre el Risorgimento y Il giovane favoloso basado en la figura de Giacomo Leopardi; ambas cintas, como esta, presentadas en Venecia.

Capri-Revolution (Mario Martone, 2018)

Capri Revolution © Mario Spada

En su última creación, Martone centra su ojo en la isla de Capri en el año 1914. En ese paraíso natural se enlazan una realidad arcaica, la naturaleza salvaje pero curiosa de una cuidadora de cabras, Lucia (una excelente y debutante Marianna Fontana), y la vida de una comunidad naturista formada por ingleses, franceses y alemanes, guiada por Seybu (Reinout Scholten van Achat). La comunidad está inspirada en un verdadero grupo formado en la isla por el pintor Karl Wilhelm Diefenbach y anticipa algunos temas que se desarrollarán en las comunidades de los años sesenta del mismo siglo. Lucia observa a los miembros de la comuna entre las rocas, libres y desnudos, y, fascinada, empieza un recorrido de emancipación que la llevará a elegir libremente su nuevo destino.

Capri Revolution está ambientado en el pasado, sin embargo, tiene mucho que ver con nuestro presente. Contiene todas las preguntas que la sociedad y la política se hacen hoy en día: cómo nos comportamos con la naturaleza, la medicina, la libertad y el amor. No es una película histórica sino más bien una transfiguración sobre el valor revolucionario del arte, practicado por la comunidad, dentro de la sociedad. Martone lo cuenta con gran estilo y momentos visuales elegantes y secuencias penetrantes, aunque a veces no siempre consigue todo cuaje a la perfección dejando algo borrosos y esquemáticos los temas sobre los que ha querido investigar. Una buena película pese a todo, pero con menos fuerza de las dos cintas anteriores del director napolitano.

Capri-Revolution (Mario Martone, 2018)

Reinout Scholten van Achat y Marianna Fontana en Capri Revolution

El concurso se cerró con última obra del celebrado Shinya Tsukamoto, Zan (Matar). En esta ocasión el argumento escogido por el director se basa en una historia ambientada en el Japón del siglo XIX centrada en un joven samurái sin amo (un ronin) que intenta rehacer su vida ayudando a unos campesinos en la época de la recogida del arroz. Sin embargo, en un mundo todavía feudal, de violencia y opresión, se cierne la amenaza de destruir la vida de los más débiles, incluida la de la hija de un campesino (la estrella nacional Yu Aoi) y la de su hermano. El encuentro con un viejo samurái que parece ofrecer la posibilidad de un rescate a la vida de los protagonistas se convertirá en un viaje dentro de la violencia y, como predice el título, de varias matanzas. Tsukamoto, al que le gusta cubrir los papeles de director, guionista y actor, alterna la cámara a mano con planos fijos de un rigor casi clásico.

De unir los dos estilos se encarga un montaje desmenuzado y frenético, que también sirve en Zan para definir un estatuto de la realidad siempre ambiguo, donde se repiten con eficacia los temas habituales del director: la pulsión a la destrucción, las relaciones sadomasoquistas, el doble, la enfermedad, la amnesia, la violencia y la rabia. Emerge de esta forma una obra tensa que convence hasta cierto punto, ya que resulta recargada sin una motivación estética completamente convincente. Un límite que ya otras veces hemos encontrado en el cine de Tsukamoto.

Zan (Shinya Tsukamoto, 2018)

Una escena de Zan de Shinya Tsukamoto

Fuera de concurso ha reaparecido en el Lido, después de varios años de ausencia de la Mostra de Venezia, Zhang Yimou con Ying (Sombra). El director chino ha dejado en los últimos años algo de lado su cine de los comienzos, que era por un lado, elegante y estéticamente impecable, así como lleno de profundidad (pienso a Linternas Rojas), por otro, extremadamente realista (La historia de Qui Ju y No no uno de menos); todo para dedicarse con cierta regularidad a la realización de súper producciones más o menos logradas. Doce años después de La ciudad prohibida, Zangh Yimou vuelve al género de la épica wuxia, contando una historia de poder basado en la figura de un sosia (“sombra”) adiestrado para defender con coraje y dedicación a un cargo importante en la China del periodo de los Tres Reinos (220-280 d.c.).

En este caso se trata del doble del gran comandante Yu, decidido a vindicar el honor perdido en su última batalla, pero en conflicto con el rey que actúa siguiendo misteriosas estrategias. La película juega con un planteamiento visual extremadamente elegante, gracias a una fotografía muy pictórica basada en una paleta cromática totalmente descolorida y al borde del blanco y negro. Gracias a un ritmo de montaje muy dinámico, la cinta de Zangh Yimou atrapa el espectador sobre todo en la segunda parte, la primera es algo lenta, y lo arrastra a un mundo donde hay mujeres que disimulan sentimientos y hombres que luchan, bajo la persistente lluvia, batallas cruentas suntuosamente coreografiadas. Sobre cada personaje gravita en todo momento el peso del destino y de la muerte. No es una obra maestra, pero sin duda consigue un mejor resultado que la anterior del director chinoLa gran muralla.

Ying (Zangh Yimou, 2018)

Un primer plano de Ying (Sombra) de Zangh Yimou

PALMARÉS de la 75 Mostra de Venezia

Premio Marcello Mastroianni (para jóvenes actores): Baykali Ganambarr (The Nightingale).

Premio especial del jurado: The Nightingale de Jennifer Kent.

Mejor guión: La balada de Buster Scruggs. (Joel y Ethan Coen), un hito para Netflix y los festivales de cine, que por primera vez premian a una plataforma digital.

Copa Volpi al mejor actor: Willem Dafoe en At Eternity’s Gate (Julian Schnabel).

Copa Volpi a la mejor actriz: Olivia Colman (The Favourite).

Mejor Director: Jacques Audiard (The Sisters Brothers).

Gran Premio del Jurado: The Favourite (Yorgos Lanthimos).

León de Oro: Roma de Alfonso Cuarón. Aquí puedes leer la crítica de Gian Giacomo Stiffoni.

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