Miles Davis es una de esas personas a las que fue difícil conocer si no era a través de sus múltiples grabaciones. Un biopic intentará acercanos a este trompetista, pero unas pinceladas sobre su vida salvaje también ayudan a que le entendamos algo mejor.
El jazz es ese pantanoso y prolijo terreno en el que por mucho que te esfuerces siempre puedes parecer un toli. Pero esto es “Vidas Salvajes” y nos centramos más en ese Miles ser humano que en sus infinitas vueltas de tuerca del género, nadie pudo refrenar su creatividad. Se codeó con músicos de la talla de Coltrane o Gil Evans y supo destacar como un trompetista que imprimía un especial sonido a sus notas gracias a una sordina todavía recordada.
Kind of Blue está en todas las colecciones de jazz para principiantes e iniciados por igual, resistiendo indemne el paso del tiempo. Azul era el color, pero negra era su raza y ello le marcó como a muchos de sus coetáneos con esa respuesta airada a prejuicios raciales que no entendía y ante los que se rebelaba una y otra vez.
El Príncipe de la oscuridad (así le llamaban) se veía con mujeres blancas, tocaba con músicos blancos, pero siempre fue militante de una raza despreciada por los poderosos en aquellos tiempos. Él era difícil, tocaba incluso de espaldas al público en ocasiones e increpaba a sus admiradores al acercarse a él.
Provenía de una clase media más o menos acomodada en Illinois y la dolce vita de las mujeres atractivas y coches de moda le pirraba. Y claro, las drogas llamaron a su puerta y acabó siendo un adicto en diferentes etapas de su vida. Practicó el proxenetismo, maltrató a algunas de sus mujeres y mantuvo ese carácter áspero que su viuda dice que tiene que ver con el querer alejarse de los focos y de la gente, con la que no sabía (ni quería) relacionarse. Todas sus particularidades personales le hacían parecer alguien hostil para los demás, aunque lo que él verdaderamente quería era protegerse de la gente, no quería ser otro Louis Armstrong, afable y cercano.
Jo Gelbard, una de sus mujeres, enseñó a Miles a pintar, y escribió un libro que actualmente vende on line en el que cuenta que sí, le pegaba, pero que ha de reconocérsele el valor humano, así como el de su genialidad musical. Toda esta reivindicación a expensas del enfoque que le vaya a dar a su vida la película dirigida por Don Cheadle, Miles Ahead.
La trompeta fue su verdadero amor y aprendió a perfeccionar su estilo en la escuela Juiliard de New York. Empezó a codearse con Charlie Parker, con Billy Eckstine, con Dexter Gordon y un largo etcétera de talentosos instrumentistas hasta convertirse en un innovador, rupturista y al mismo tiempo pionero.
El íntimo y delicado toque que aportaba la sordina de acero adherida a su trompeta protagonizó sus inicios en el llamado Cool Jazz, hasta instaurar el llamado Hard Bop, un género que pondría el jazz patas arriba.
Miles no era lo que se dice academicista al tocar, siempre rompió esquemas con su técnica y se mezcló con el rock y el funk sin paliativos. Ello le convirtió en una influencia indudable en muchos de los músicos de los 70, por esa forma de entender la música y la trompeta.
Su vida basculó entre la heroína y la cocaína, entre las blancas y las negras, entre la adicción y la desintoxicación, pero dejó tras de sí un legado de más de 120 grabaciones, giras y actuaciones en las que tuvo que luchar contra sí mismo y sus fantasmas. Casado tres veces y con cuatro hijos, llegó hasta los 65 años y nos dejó un día de septiembre en la soleada California, con “ese tipo de azul” de aquel cielo particular de los díscolos y frágiles músicos de jazz que no llegarían nunca a ser comprendidos.
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