Vivimos en un mundo en el que parece que asumimos tranquilamente la destrucción del mundo -como señalaba el filósofo Frederic Jameson-, antes que llegar a pensar que podemos hacer algo mejor. Y eso es algo que sabe bien el ilustrador Miguel Brieva (Sevilla, 1974). Su último libro, cáustico y conmovedor, se titula La gran aventura humana, publicado en la editorial Reservoir Books, y es el álbum más ambicioso desde que autoeditó Dinero, reincidiendo en algunas de sus preocupaciones recurrentes, dedicando entradas específicas a conceptos como el de religión, amor, poder, patria, turismo o utopía, con la intención de ayudarnos a afrontar los acontecimientos y a discernir la realidad que vivimos, con el humor siempre por bandera.
Alejandro Sierra: En tu último libro, La gran aventura humana, se percibe una cierta pérdida de optimismo, frente a la situación política y social actual. ¿Tan turbio es nuestro porvenir?
Miguel Brieva: Por mi parte, no, lo que pasa es que no se me ocurre otra forma de hacer ver lo que nos está pasando que desde la idea de que siendo conscientes de algo, podemos contribuir y actuar para que todo mejore. Más bien diría que mi postura está cargada de esperanza, puesto que intenta incitar a los demás a ver algo, que por más que es obvio, hay una serie de elementos de distracción y confusión que no lo ponen nada fácil.
A.S.: Citando a Frederic Jameson, ¿cómo nos imaginamos antes el fin del mundo que el fin del capitalismo?
M.B.: Ahí Jameson habla de una falla muy profunda en nuestra imaginación, donde se renuncia a la posibilidad de imaginar otro mundo posible capaz de sobrevivir a éste. La historia del capitalismo, frente a la historia de la humanidad, es nimia, por tanto, ¿cómo es posible que lleguemos a pensar que somos incapaces de vivir otra cosa que no sea el capitalismo, cuando hemos vivido de mil maneras diferentes?
En el libro hago un esfuerzo por mostrar los distintos planos por los que se ha dado este embargo mental, hablando de los elementos fundacionales del pasado, tanto en el buen y mal sentido, como del presente, donde hago un recuento más crudo de cómo han ido decantándose toda una serie de vicios muy tóxicos, que son los que justamente hacen posible la desaparición del mundo, mucho antes que el capitalismo.
A.S.: ¿Qué ha podido pasar por el camino, para que en el presente hayamos desarrollado semejante psicopatía mental?
M.B.: Cuando empecé en el año 2000 con la revista Dinero, lo que llamaba la atención era simplemente que yo hablaba del capitalismo, y la gente lo veía como una cosa pintoresca y vintage. Ahora ya sabemos que el capitalismo sigue existiendo desde el siglo XIX. Es verdad que a lo largo de este tiempo, ha habido cosas que han cambiado; el escenario está cada vez más tenso y, por otra parte, el cambio climático se ha ido evidenciando como una preocupación más seria e inminente. Este libro refleja un cambio, una aceleración de nuestro sistema, y sus consecuencias, como este nuevo estado de crisis perpetuo que yo le llamo crisísmo: Estado por el cual asumimos que la vida humana está permanentemente en crisis.
Todo esto va generando un estado mental que tiene una raíz común con la del año 2000, pero es distinto, porque en el 2000 podíamos vivir enajenados de la ilusión, de la burbuja inmobiliaria, del pelotazo, de yo voy a pillar cacho, etc. Todos los valores eran igualmente tóxicos, pero todavía había algo que parecía que nos sujetaba. En cambio, a día de hoy, lo que percibo es un sentimiento de abatimiento, de desilusión.
A.S.: ¿Cómo es que entonces no había libertad, pero teníamos una televisión bastante adulta y cuando hemos tenido libertad la televisión ha sido cada vez más pueril?
M.B.: Es un buen argumento que nos lleva a pensar si, efectivamente, hay tanta libertad como se presupone hoy en día. Quizá porque antes no había tantos referentes. En términos culturales, nunca se ha producido tanto contenido como en la actualidad. Es como la burbuja inmobiliaria. Sin embargo, si tú te atienes a la calidad de esos contenidos, estamos en uno de los momentos más tristes de la creatividad humana, porque está todo atrofiado en base a un modelo en el que prima el beneficio inmediato y las fórmulas más fáciles con el objetivo de llegar a más gente, como ocurre con el mismo modelo televisivo, pero aplicado a toda la cultura.
Luego también hay otra cosa muy dramática, en términos culturales, y es que lo más interesante de la producción cultural sucede en los márgenes de la industria cultural, que es la que hace de puente entre los creadores y el público. Al final, la gente se va embruteciendo, porque acaban asumiendo los canales que tienen.
A.S.: A esto hay que sumar el hecho de convertirnos en canales a través de las redes sociales. ¿Crees que esto nos amuerma?
M.B.: Totalmente. Hace falta empobrecer mucho la experiencia vital de las personas para que acaben acogiendo este sucedáneo, que son las redes sociales, como algo positivo y deseable. Entiendo los usos positivos de estas tecnologías, pero creo que cuando ponemos en una balanza lo que ganamos y perdemos, la conclusión es mucho más desalentadora que positiva.
A.S.: ¿Ves alguna forma de escapar a esta lógica capitalista? ¿El humor puede ser un motor para ello?
M.B.: El humor es como un trampolín para llegar a darte cuenta de ciertas cosas. Hay un primer paso que está en todos nosotros, asumiendo que hay cierto nivel de contradicción, que es inherente a vivir en esta sociedad, es decir, que si quieres ser coherente, puro e intachable, tendrías que vivir fuera de la sociedad. Pero lo que sí creo es que está en nuestra mano el ir empezando a hacer renuncias voluntarias: hay gente que renuncia al coche o al móvil, y que apuesta por otro tipo de consumos.
A.S.: O quizá por eso, la sensación de que todo parece que vaya tan bien da que sospechar.
M.B.: Exactamente. Si ves que todo va bien es que algo va mal, y en este mundo, realmente, nada va bien. Otra cosa es lo que interprete la gente, pensando que todo el mundo es una porquería, salvo uno mismo. Yo creo que para eso hace falta una toma de conciencia, y eso no siempre es fácil.
A.S.: Para concluir, ¿cuál es La gran aventura humana?
M.B.: Es una fase grandilocuente de otro tiempo, en el que aún creíamos en el proceso y en la visión épica de la especie, como si siempre fuéramos a ir a mejor. Trabajando en el libro, estuve muy tentado de cambiarle el subtítulo de Pasado, presente y futuro, por la Pequeña escaramuza homínida, que me parece que responde a la épica de La gran aventura humana, y habla mucho más de la realidad, en el sentido de que hemos sido unos animales que nos hemos bajado de los árboles, hemos evolucionado algo a lo largo de los miles de millones de años, y hemos llegado a este punto.
Pero si ahora nos autodestruímos, lo más que se podría decir es que ha sido una pequeña escaramuza. Y si verdaderamente podemos ser todo lo que se adivina que podemos ser, entonces sí, yo me atrevería a hablar de la gran aventura humana, incluso le haría un poema y le cantaría por soleares. Pero para eso, aún queda mucho tiempo para llegar a alguna conclusión al respecto.
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