Marlon Brando sería sin dudarlo uno de los claims si alguien tuviera una hipotética cuña de #Vidassalvajes, para saber de qué hablamos en este humilde blog, . No sólo interpretó Salvaje sino que no dejó de serlo un solo instante.
Marlon no quería ser guapo, huía de esa cruz adquirida por la naturaleza, pero la utilizaba en su beneficio cuando era necesario. Una de sus tres esposas, Tarita, la que más le duró, le definió como egocéntrico, celoso e infiel. Brando siempre se opuso a las convenciones a la hora de trabajar y construir sus personajes. Sin quererlo, fue uno de los estandartes del método del Actor’s Studio y de la fertilidad masculina, con sus 16 hijos reconocidos. Se pasaba algunos sábados por esa mítica escuela de interpretación para escuchar atentamente a Elia Kazan y aplicar más tarde lo aprendido en interpretaciones inolvidables en las que igual hacía de Emiliano Zapata que de Julio César.
También ayudó a ese destino el hecho de que su madre fuese actriz de teatro y que a él le gustase imitar a todos los personajes que iba encontrándose por el camino. Un camino hecho a base de coscorrones de su padre, quien pretendía hacer un hombre del joven Marlon, reiteradamente expulsado de sus colegios.
A su llegada a la gran manzana tuvo claro que el escenario era su lugar y lo refrendó con una inolvidable actuación protagonista en Un tranvía llamado deseo, obra del citado Kazan. A partir de ahí, se abre el camino de la gran pantalla coincidiendo con la década de los 50 y Brando no relaja ni un ápice su concienzuda manera de trabajar, yendo a su aire y granjeándose tantos admiradores como envidiosos detractores.
El momento de recrear para el cine la obra que le consagró fue su catapulta al imaginario colectivo de un Hollywood resplandeciente, pero el glamour no iba con el de Nebraska. Y eso que los sesenta también fueron suyos, aunque iría perdiendo fuelle, figura y la confianza de productores y directores.
Se dio el piro a su adorada isla privada en Tahití y actuaba únicamente cuando necesitaba pagar sus facturas y manutenciones. Pero no por ello dejaba atrás el método: preparó su oscarizado papel de Vito Corleone haciendo una prueba filmada por él mismo y con su propia caracterización. Coppola no puso un pero, aunque tendría que convencer a los productores de El Padrino para que aguantasen sus cambios de humor y excentricidades. Excentricidades o genialidades como la de rechazar el Oscar y mandar a una actriz norteamericana de origen indio como portavoz, para manifestar su repulsa al tratamiento de este pueblo en Hollywood.
Así era Brando, alguien que era tan militante como difícil de tratar. En Superman II impuso un aumento de sueldo por usar su imagen como padre del superhéroe y en Apocalypse Now apareció con la cabeza totalmente rapada y pasado de peso.
A partir de ahí espació más, si cabe, sus apariciones y participó esporádicamente en películas y vídeos de sus amigos Johnny Depp o Michael Jackson, respectivamente, mientras su vida personal iba camino de superar la ficción con el asesinato de uno de sus hijos a manos de otro de ellos. Llega al umbral de los ochenta años y su cuerpo, magullado por su vida salvaje, dice basta. Nace, o más bien prosigue, la leyenda…
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