Tras su estreno en la sección Nuevos Directores del 62 Festival de cine de San Sebastián, la última película de Roberto Castón arrancó en salas comerciales de diferentes ciudades españolas, el pasado 3 de octubre, con 16 copias.
Escribir un guión para una película de ficción y lograr su materialización es tarea complicada. A veces un revés financiero otorga a quienes están detrás, la posibilidad de reinventarla, aunque crean que lo que están haciendo es salvarla. Por eso, un director que presentó en la Berlinale de 2010 su primer largometraje, Ander, pensó que podría hacer de la necesidad virtud con el segundo, Los tontos y los estúpidos.
Roberto Castón decidió transformar un guión de historia poliédrica en una abstracción. Convierte una nave industrial de Torrejón de Ardoz, cerca de Madrid, en Bilbao o San Juan de Luz. Los actores se interpretan a sí mismos repasando las líneas del libreto sobre mesas de trabajo y hay un director, interpretado por otro actor en la escena, que dirige el rodaje de dicho ensayo. Detrás tenemos el rodaje del rodaje. No es fácil de explicar igual que no lo es de comprender. Y, sin embargo, no importa tanto saber dónde estamos. Las capas de la ficción y del documento están tan difuminadas que desaturan el realismo en pos de la magia de la interpretación.
Lo que se cuenta resulta familiar por sus ecos a historias de parejas de conveniencia. También suenan sus afinidades con Teorema de Pasolini, película en la que el último cine español ya se sumergió con Los nombres de Alicia de Pilar Ruíz Gutiérrez. Las tramas y sus giros son de melodrama de calidad, altamente sexuadas de masculinidad, y es fácil reconocer la sombra de Almodóvar sobre las mismas. No obstante, con el cambio obligado tras la renuncia a hacer la película convencional, todo lo referente al argumento pierde importancia ante la prestidigitación de la dramaturgia. Se rueda la esencia desnuda del acto de interpretar, de convertir una situación figurada en una realidad consensuada. Un primer plano de Josean Bengoetxea, interpretando sucesivamente en un círculo y otro, nos habla exactamente de esto. No es algo que logre un tonto, aunque sí pudiera hacerlo un estúpido.
Un equipo solvente en la interpretación con actores fuertes en teatro, como Josean Bengoetxea, Roberto Álamo, Aitor Beltrán o Nausicaa Bonnin, son iluminados por Juanmi Azpíroz sacando un alto provecho expresivo a la escenografía minimalista de Carmen Latorre. Con los ambientes sonoros adecuados de Raúl Cerezo, es esta una fórmula que devuelve el cine al espacio teatral sin reducirlo a las tablas como en Tío Vania en la Calle 42 de Malle o el Dogville de von Trier, pero con la dignidad, al menos, de La noche americana de Truffaut. Homenajes al cine que deben ser siempre ser bien recibidos por quienes simpaticen con él como tontos o lo vivan intensamente como estúpidos.
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