Los libros sobre música pop y rock siguen delimitando un amplio panorama que goza en nuestro país de una excelente salud. Da incluso la sensación, a veces, de que algunos proyectos editoriales son más rentables que los propios discos, ahora que solo una minoría resistente los compra. Seguramente, porque ninguna herramienta digital podrá reemplazar el placer de sostener en las manos un libro, oler su tinta y degustar sus páginas con calma.
Es más, teniendo en cuenta que el arcón de canciones inéditas por exhumar de las vacas sagradas del género anda ya exangüe, de tanto que se ha exprimido, son muchas veces los acercamientos biográficos desde el papel lo único que aún puede incentivar el apetito de sus seguidores, esa parroquia ya bien entrada en años que suele ser la que afloja su bolsillo ante cada novedad editorial. Basta con echar un vistazo a la proliferación de biografías y ensayos que desmenuzan la obra de músicos de fuste.
En cualquier caso, ya sea desde esa óptica —la de la biografía o el ensayo, a veces colectivo— como desde la propia autobiografía, la pujante —ahora en nuestro país—historia oral o desde el repaso histórico a un estilo o una escena concreta, cada vez son más los rincones del poliédrico espectro musical de las últimas décadas que acaban por iluminarse en castellano.
Entre los relatos en primera persona, la autobiografías, en las que la fiabilidad se sobreentiende (no tanto la solvencia literaria) por aquello de ser el propio músico quien plasma su vida de su propio puño y letra, han destacado este año la de Brett Anderson, de Suede —la fascinante Mañanas negras como el carbón (Contra)— , la de Johnny Marr, ex de The Smiths —¿Cuándo es ahora? (Malpaso)—, la de Bruce Dickinson, líder de Iron Maiden —Para qué sirve este botón. Una autobiografía (Cúpula)— o la publicación por fin en castellano de la edición integral (es decir, con la ampliación de los capítulos que sucedieron a su primera edición en 2003) del extraordinario Electroshock (Barlin) del DJ y músico electrónico Laurent Garnier. Entre las autobiografías hechas en España, pocas más reveladoras que la de Edi Clavo, de Gabinete Caligari, en Camino Soria (Contra), aunque se circunscriba al proceso de creación de aquel disco de 1987.
A todo ello hay que sumarle otra semblanza de mucho peso, aunque fuera la visión de alguien muy cercano al músico, la biografía autorizada y plenamente fidedigna que el escritor y músico Warren Zanes trazó de Tom Petty (fallecido hace poco más de un año) en Petty. La biografía (Neo Person), y que vino a sumarse al cofre de discos An American Treasure (Reprise), para redondear de forma quién sabe si definitiva el recuerdo del rockero de Gainsville.
O la traducción también a nuestra lengua de las memorias de Nina Simone (originalmente publicadas en 1991) en Víctima de un hechizo. Memorias de Nina Simone (Libros del Kultrum), de Eunice K. Waymon. Más singular es aún la biografía póstuma que el periodista Álvaro Alonso ha plasmado desde Madrid, culminando un trabajo de investigación de más de una década, sobre la figura del añorado Gene Clark, miembro fundador de The Byrds, en Gene Clark Vuela hacia el sol (Lenoir).
La bibliografía de las músicas populares en nuestro país también va añadiendo nuevos capítulos, glosando obras fundamentales. Lo hicieron con solvencia Marcos Gendre con Pata Negra (en Blues de la frontera. Anarquía y libertad de los Amador, Efe Eme), Xavier Valiño con Golpes Bajos (en Golpes Bajos. Escenas olvidadas, Efe Eme) o Jordi Bianciotto con Maria del Mar Bonet (en Maria del Mar Bonet. Intensidades, traducción de Milenio al castellano del original publicado en catalán el año pasado).
Y es que el periodismo musical estatal sigue proyectando luz sobre algunos de los mitos musicales de nuestro tiempo, a veces con la riqueza que deparan las visiones colectivas: tanto Madonna con Bitch. She’s Madonna. La Reina del pop en la cultura contemporánea (Dosbigotes) como Joy Division con Joy division. Placeres y desórdenes (Errata Naturae) fueron prolijamente desmenuzados (de forma desigual, pero siempre esclarecedora) por un puñado de plumillas, sociólogos, músicos y especialistas en sus respectivos negociados.
Y no sólo de músicos célebres, cuyos trayectos ya han sido glosados antes en inglés, se alimenta nuestro hervor editorial: también algunos fenómenos o estilos que han pasado a la historia han sido abordados en libros destinados a convertirse en nuevos volúmenes de referencia. Es lo que ha ocurrido con el sonido Manchester gracias a Marcos Gendre y su Mánchester. El sonido de la ciudad. De Joy Division a Madchester (1976-1991), publicado por Milenio, y sobre todo con la escena de la música electrónica internacional y esa auténtica biblia que supone el enciclopédico Loops 2. Una historia de la música electrónica en el siglo XXI (Reservoir Books), de Javier Blánquez, ampliando todo lo que ya apuntaba en aquella primera entrega colectiva de 2002.
Más obras de referencia, estas sí gestadas en ámbito anglosajón, y esenciales para entender lo que es, han sido y serán dos géneros como el indie y el heavy metal: Freak Scene. Los chalados e inconformistas que crearon la música independiente (1975-2005), la esperada traducción al castellano (Contra) del esencial libro del británico Richard King, y La historia del heavy metal de Andrew O’Neill, traducida un año después por Blackie Books, un complemento estupendo a otros tomos necesarios para entender el género como el añejo El sonido de la bestia (Ma Non Troppo, 2005) de Ian Christe.
Y para terminar, la también necesaria traducción al castellano de la torrencial, desbordante y proteica prosa de uno de los grandes maestros del periodismo rock de todos los tiempos, emblema del estilo gonzo norteamericano que primó en los EEUU durante los años setenta, el incontinente Lester Bangs (1948-1982): Reacciones psicóticas y mierda de carburador. Prosas reunidas de un crítico legendario. Rock a la literatura y literatura al rock (Libros del Kultrum), extraordinariamente traducido por el periodista Ignacio Julià, pone a nuestro alcance aquel caótico y delicioso compendio de artículos que Greil Marcus agrupara por primera vez en 1987, y que (más allá de la innegable influencia que tuvieron sobre toda una generación de críticos de nuestro país) supone un vívido fresco de la era en la que Stooges, MC5, Bowie, Lou Reed o Kraftwerk apuntaban el futuro de la música popular con sus propios discos.
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