El Festival de Benicàssim afronta su 21ª edición con interesantes duelos escénicos, reivindicaciones de historia, peajes brit y un puñado muy diverso de bandas hispanas emergentes. Aquí te proponemos algunos de los conciertos que no deberías perderte.
A solo dos días de que comience una nueva edición del festival de pop rock más veterano de cuantos pueblan nuestra geografía, avanzamos algunas de sus claves para todo aquel que se acerque hasta allí.
#1 Vestigios del imperio británico
Los caprichos del destino han querido que justo ahora, cuando se cumplen 20 años de aquella rivalidad Blur vs Oasis alimentada de forma tan artificial por la prensa musical británica del momento, coincidan en el mismo escenario los principales artífices de esa controvertida dualidad brit pop. Y tenía que ser precisamente en Benicàssim, terreno abonado desde hace años al pop inglés en su versión más popular. Blur regresan con un muy estimable retorno bajo el brazo, un The Magic Whip (Parlophone, 2015) que no es una simple continuación de Think Tank (Food/EMI, 2002), sino una acertada puesta al día del discurso de la banda con el bagaje más reciente de Damon Albarn (Gorillaz o su último disco en solitario) bien presente. Y según parece, con la química entre él y su antiguo secuaz Graham Coxon funcionando de nuevo. Entre eso y su enorme batería de hits, lo tienen todo para marcarse un concierto acorde con su dimensión histórica. Y hacer olvidar deslices del pasado en el mismo escenario.
Noel Gallagher, por su parte, aterriza con su proyecto personal, sin el hermano con el que daba forma a Oasis (en un momento en el que de nuevo arrecian los rumores de reunión) y junto a su banda, The High Flying Birds. Y también lo hace con un disco más osado y expansivo de lo que acostumbraba, aunque en su caso quepa siempre hablar de aventuradas pinceladas más que de ninguna experimentación. Su pulso creativo nunca tuvo el trazo inquieto de Albarn, ni desafió fronteras geográficas o genéricas, pero eso no implica que haya que desdeñar un discurso que, en su caso, envejece dignamente. Aunque habrá que ver si los viejos himnos de Oasis siguen contrapensado tanto la balanza en el escenario como para acabar eclipsando toda su producción posterior, como ha ocurrido con cierta frecuencia.
A su lado, Florence + The Machine no presentan tal bagaje, claro. Pero su reciente y estupendo How Big, How Blue, How Beautiful (Island, 2015), también número uno durante semanas en Inglaterra, bien justifica que nadie pierda ojo a su actuación. Más aún tras la cancelación del que iba a ofrecer en 2012.
#2 Los previsibles tapados
A Franz Ferdinand los conoce todo el mundo, cierto. Pero su asociación con los angelinos Sparks, una de las bandas más excitantemente inclasificables de la historia (y, desde luego, mucho menos célebre), promete encabezar el capítulo de grandes revelaciones de este año. Sobre todo si se confirman los parabienes que han recabado en su reciente actuación en Barcelona, dentro del Cruïlla. Porque su disco conjunto, FFS (Domino, 2015) es otra cosa bien distinta, aunque preserve las cualidades de ambas bandas. Uno de los discos más efervescentes y vitaminados de la temporada, cuya traducción al escenario debería estar a la altura.
El FIB ya no es terreno tan propicio para el descubrimiento de bandas emergentes de perfil medio como antaño. Esa letra pequeña que, más allá de los cabezas de cartel, enriquece de verdad un cartel y lo dota de una solidez incuestionable. Pero cada año sigue dando aún voz a algunas bandas que no acaparan grandes focos, pero se sustentan en repertorios más que encomiables, a veces con proyección de futuro (¿alguien recuerda que fue el primer festival que acogió en este país a los ahora reverenciados Tame Impala en 2011, cuando apenas se les conocía en España?).
Ese bien puede ser el caso de Frank Turner & The Sleeping Souls, una banda que se inscribe en esa corriente de folk rock expansivo y grandilocuente tan en boga en el Reino Unido en los últimos tiempos, pero lo hace con una garra que les aleja del edulcoramiento de otros homólogos y les acerca, por momentos, a Billy Bragg. Otros, algo más conocidos por estos pagos, son los californianos Crocodiles, artífices de un rock correoso que se mira en el espejo de The Jesus & Mary Chain o cualquier preboste del shoegaze o del garage rock, con estimable desparpajo. Su actuación promete nervio y chispazos de electricidad sucia.
Americanos son también The Augustines, banda de indie rock al uso con pespuntes electrónicos y aliento épico, que no inventan la pólvora pero pueden ser francamente resultones en escena. Y mucho ojo a los también neoyorquinos Darwin Deez, porque su repertorio es auténticamente irresistible, aupado en una fórmula que evoca cómo sonarían The Strokes con mucho menos presupuesto y algo más de imaginación. Los valencianos Polock, sin ir más lejos (también en cartel), siempre les han admirado. Sin olvidar el rock fibroso y contundente de los británicos The Cribs (aunque ya no cuenten con Johnny Marr en sus filas) y, por qué no, ilustres veteranos tan caros de ver por la costa valenciana, como los hiperexpresivos y aún valiosos Godspeed You! Black Emperor, desde Canadá. El norteamericano Curtis Harding, por su parte, promete sudor y carnalidad, porque a esos parámetros obedece su concepción del soul, de hechuras clásicas pero sin darle la espalda a la contemporaneidad. Puede ser una de las sorpresas de este año.
#3 Lecciones de historia
Será de lo más estimulante comprobar si las propuestas de Public Enemy o The Prodigy, ambos con producción reciente o inminente, soportan con entereza el paso del tiempo. Porque mucho ha llovido desde que ambos fueran una referencia en sus respectivos negociados, el hip hop y el dance rock. Los primeros están a punto de desvelar la primera parte de un álbum doble para este año, del que no se espera gran cosa, aunque poca falta hace con el arsenal de infalibles hits que esgrimen. Un manojo de bombas de relojería, del que habrá que comprobar si su mecanismo ha caducado o no. Los segundos llegan con un disco que salva medianamente el tipo, pero se ve lastrado por un código que agotó muchos de sus cartuchos en los años 90, cuando facturaban con su proverbial saña aquella retahíla de himnos de rock para la pista de baile. Menos dudas ofrecen Portishead, quienes llevan tiempo deslumbrando aún con sus impactantes directos, consiguiendo que sus fieles renueven sus votos en su intransferible fórmula trip hop.
#4 La armada hispana
La presencia de bandas estatales en Benicàssim sigue siendo nutrida, aunque casi siempre ocupe (qué remedio, cuando al menos el 70% del público es británico) los horarios más madrugadores de la programación. También ocurría hace muchos años, con la diferencia de que entonces sí gozaban de audiencias más concurridas. En todo caso, y es algo que ya se daba en ediciones precedentes (la última, sin ir más lejos, muy marcada por el garage rock), el cartel autóctono se aleja generalmente de las propuestas más acomodaticias y populares para incorporar sonoridades que en muchas ocasiones proceden de la independencia más absoluta o del underground, si es que no son la misma cosa.
La excepción serán Los Planetas, banda que siempre ha tenido una relación muy estrecha con el festival (desde su primer año), y que presentan un nuevo EP, y Vetusta Morla, omnipresentes en esas citas más económicas que suelen solaparse con el FIB, y que a buen seguro le granjearán una buena inyección de público local. De hecho, desde el seno del festival se afirma que la proporción entre público foráneo y el estatal está en vías de nivelarse, a un 60%-40% (o incluso un 55%-45%) en favor del primero. Habrá que ver qué parte de culpa tiene la banda de Tres Cantos.
Así que si se acercan por allí, no deberían dejar de disfrutar del shoegaze de Celica XX, el rock retorcido de Nudozurdo, la psicodela hipnótica de Holögrama o de Ocellot, el post punk de Belako y Trajano!, el pop pluscuamperfecto de deBigote, el garage rock de Beach Beach, el pop fibroso de The Last Dandies, el synth pop destartalado de Joe Crepúsculo, el calambrazo de rock áspero y sugestivo de Mox Nox, el desparrame instrumental de La M.O.D.A., el folk pop épico de Nunatak, los mantras electro-rock de Siesta! o el synth pop caleidoscópico y satinado de Polock, entre algunos más.
#5 El batallón electrónico
A partir de las 02:00 o las 03:00 de la mañana (e incluso antes), la programación electrónica es la que sostiene a la parroquia del FIB en pie. Tanto por algunos directos que podríamos calificar como convencionales, directamente orientados a las pistas de baile, como por los DJ set de algunas de las luminarias de los géneros y subgéneros que lo alimentan. Y pocas presencias hay más esperadas en este apartado que la de Mark Ronson, el productor que convierte en oro prácticamente todo lo que toca (Amy Winehouse, Paul McCartney, Lilly Allen) y que aterriza en Benicàssim con el aval de su exitoso Uptown Special (RCA/Columbia/Sony, 2015), un efervescente álbum que alumbró uno de los grandes hits de las pistas de baile de la temporada, el “Uptown Funk” que facturó junto a Bruno Mars.
Su presencia en la medianoche del sábado será lo más esperado entre una nómina en la que también destacan el eclecticismo de Jonathan Toubin, la clase de Brodinski o Tiga, la contundencia de A-Trak, el techno de ritmo inmisericorde de Timo Maas o Evan Baggs e incluso la selección de hits de la radiofónica Sunta Templeton. Amén de una pléyade de DJs españoles como Aldo Linares, Edu Imbernon, Elyella DJs, Luis Le Nuit, Ley DJ o Diego RJ.
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