Matteo Garrone estrena un cuento de hadas renovado, mientras Naomi Kawase e Hirozaku Kore-eda no muestran lo mejor de sí mismos.
Los cuentos de Giambattista Basile, autor de inicios del siglo XVII, calificados por Italo Calvino como un reflejo deformado de la obra de Shakespeare, han servido también de base para el guion de Il racconto dei racconti (El cuento de los cuentos), la última película de Matteo Garrone, estrenada en Cannes, en la que cuatro guionistas han trabajado en las tres historias de que se compone, con el firme propósito de sentirse libres en la adaptación. El director de Reality (2012) se ha enfrentado a una gran producción rodada en inglés y protagonizada por Salma Hayek, Vincent Cassel, John C. Reilly y Toby Jones, en la que no se ha escatimado imaginación en todos los aspectos visuales y se ha contado con la fotografía de Peter Suschitzky para conseguir que los fascinantes paisajes reales parezcan recreados y que los construidos se puedan considerar de verdad, todo ello envuelto con una partitura de Alexandre Desplat.
Lejos de la exuberancia de un Terry Gilliam y más cercano a The Fall (Tarsem Singh, 2006) visualmente, el universo de fábula del napolitano tiende mas al expresionismo ligado a la esencia de los fenómenos extraordinarios, proporcionando imágenes indelebles como la escena de la inmersión de Reilly a la captura de un monstruo marino o la travesía de un abismo hasta la gruta de un ogro. El mundo de los cuentos de hadas, con hechizos, suspensión hiperbólica de la verosimilitud y personajes capaces de las mayores proezas o aberraciones, es el vehículo de Garrone para transmitir tres historias que, más que aleccionadoras o cosmogónicas, ilustran el peligro de los anhelos (tener un hijo o rejuvener), el precio de conseguirlos y el dudoso valor del sacrificio.
Los personajes de Garrone están bien descritos, unos más que otros, la trama bien urdida y sorprendente, a pesar de lo que a priori es un lastre: el encorsetamiento de la sintaxis y morfología del cuento.
Por otra parte, Hirokazu Kore-eda presentó Our Little Sister, la historia de tres hermanas que encuentran y “adoptan” a la hija adolescente que tuvo su padre con su segunda esposa. Se trata de un relato que incide en exceso en la armonía, amor y solidaridad entre las cuatro, en ese límite que arriesga también en Kiseki, por ejemplo. Una vez más, el director coreano trata el tema de la muerte, el legado, la transmisión de valores y tradiciones, pero como reverso a ese despertar a la conciencia del sentido de la vida que planteaba en Still Walking.
En su nueva película, por contra, las hermanas se han criado solas, con una madre ausente (muerta en vida) y un padre que ha rehecho su vida con su nueva familia, y han contado únicamente con la figura de la abuela como un resto de esquema familiar. La felicidad y paz que han hallado en esa estructura como grupo, prescindiendo de sus progenitores, la hacen extensiva a sus amigos y vecinos, como familia elegida. En Our Little Sister el legado no imbuye a la siguiente generación y se reduce a alguna tradición, recuerdo, símbolo (cerezos en flor, kimono, licor de ciruelas, recetas de cocina) que no necesariamente implican una herencia de valores o transmisión de un legado inmaterial que dotara de sentido su presencia en el mundo. La muerte sigue presente: los curados paliativos a los que se dedica la hermana mayor como enfermera, la muerte del padre, la visita a la abuela en el cementerio, el fallecimiento de una vieja amiga, pero en ningún caso apreciamos que ese adiós haya dejado tras de sí el valor de una continuidad ni un nuevo eslabón en la cadena de la vida. En resumen, es una nueva perspectiva sobre un tema caro al director, tratado con un tono melifluo que no favorece el resultado.
La directora japonesa Naomi Kawase, de quien pudimos ver el año pasado Still Water inauguró la sección “Un certain regard” con su película An (el nombre de la pasta dulce de legumbres que rellena los dorayakis). El film narra el encuentro de dos seres dolientes, de distintas generaciones y problemáticas, pero que comparten un dolor profundo y sordo. Una anciana y un vendedor de pasteles convergen extrañamente y se convierten en compañeros de trabajo, lo que le da la oportunidad a este último de valorar la felicidad que proporcionan las pequeñas cosas, según le va enseñando con humildad la cocinera de an al tiempo que ambos desvelan sus íntimas heridas y se les suma una joven estudiante a la que la vida tampoco trata demasiado bien.
Esta es la primera ocasión en que Kawase no trabaja con un guión original, puesto que se trata de una adaptación literaria. La elección del primerísimo plano, sofocante en la estrechez del kiosko donde trabajan y cocinan resulta de gran efectividad para describir con poco la interacción en la distancia corta de tan desigual pareja y la rápida evolución desde la extrañeza al profundo respecto. El ritmo del film es pausado, el argumento muy sencillo y la directora no puede ocultar su exquisito sentido de la medida y la elegancia de su pulso, aunque la escala de An quede por debajo de su obra anterior.
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