Si bien lo tenía fácil para superar las dos entregas anteriores, lo de Logan ha sido un feliz sorpresa. Una película de superhéroes que no solo rompe con los otros Lobeznos y X-Men, sino también con el modelo del género; no habíamos visto nada igual en las adaptaciones recientes de la Marvel y de DC.
James Mangold, que ya se encargó de la anémica y descafeinada Lobezno inmortal, purga aquí todos sus pecados con una historia cruda y violenta, pero a la vez trepidante (la escenas de acción son alucinantes y orgánicas, nada de CGI de garrafón) y con chispa (esas fugas humorísticas que evitan que el conjunto caiga en la gravedad y el tremendismo de un Christopher Nolan), que de forma consciente homenajea a todos los géneros norteamericanos puros: western, road movie, cine negro o los actioners clásicos de los ochenta y noventa.
Logan, partiendo de una serie de comics de culto –Lobezno: El Viejo Logan, donde se presenta al famoso superhéroe encallecido y en decadencia física en un mundo apocalíptico-, se erige una de las primeras películas modernas de superhéroes que se atreve a desglamurizar el género.
El Wolverine de Mangold no vive en un mundo apocalíptico pero sí en un futuro cercano al borde del colapso donde prácticamente todos los X-Men han desaparecido. Trabaja como conductor de limusinas, está enganchado al alcohol y las drogas, y reniega de su pasado heroico (una especie de trasunto del Denzel Washington de El fuego de la venganza). Lo mismo se puede decir de su compañero, un irreconocible y anciano Charles Xavier. El primero quiere pasar sus últimos días al margen de todo y desaparecer sin dejar rastro. Y el segundo aun considera que les queda una última bala en el cargador: ayudar a una niña con poderes que podría ser la nueva esperanza de los mutantes.
Bajo esa premisa, plantea una historia de redención visceral (aquí hay sangre y desmembramientos) y de alto voltaje emocional, que nunca cae en el sentimentalismo y sí en el lirismo de un western fatalista. No es casualidad que en un momento del filme sus protagonistas vean en la televisión Raíces profundas de George Stevens. Una referencia que Mangold utiliza como reflejo mitológico del relato y para mostrar la relación paterno-filial que se establece entre Lobezno (un antihéroe a lo John Wayne en Centauros del desierto que no puede escapar a su condición maldita) y la niña mutante.
Para que se hagan una idea de la sensación que transmite todo el conjunto, Logan vendría a ser el Midnight Special del cine de superhéroes. Como pasaba en la estupenda película de Jeff Nichols -que daba la vuelta a la sci-fi comercial de la Amblin para mostrar su lado tenebroso-, Mangold subvierte el género de los superhéroes para ofrecer un relato desde las entrañas, encabronado y furioso, sobre un personaje que no quiere volver a recurrir a la violencia (algo que le ha convertido en un juguete roto y que le ha hecho perder a todos sus seres queridos), pero que se ve obligado a hacerlo de nuevo por una buena causa. La historia de un viejo pistolero que, por última vez, empuña el revolver.
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