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Cultura

Lerín again: “Ciudad Corvina”

En Hermosos y malditas, Cultura martes, 31 de julio de 2018

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Tengo un primo pequeño al que llamamos Polilla (y a veces Bolilla), que se parece mucho al poeta, filólogo, artista y ornitólogo Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942). Trabaja Polilla en un taller de chapa y pintura y por la noche Bolilla según tengo entendido, no se dedica a la creación de personajes fabulosos, ni al descubrimiento de aves necrófagas, ni al exorcismo de demonios interiores ni a la alquimia en general. Su rostro tiene, sin embargo, algo de muñeco de guiñol de bello griego y su cuerpo la envergadura romántica del monstruo de Mary Shelley. No escribe. Es por ello, porque siempre me ha recordado físicamente a mi primo Polilla y no tanto porque Lerín «padre nutricio de la secta de los novísimos», no cese de explorar con audacia léxicos de niño enfebrecido y poesías de genio genial y muy vital, que el autor de Familias como la mía, siempre me ha parecido un escritor joven, incluso un escritor joven en demasía.

En efecto, Lerín, que ya o todavía escribe apasionada, arrebatada, intensamente todo lo que vive (incluido, por supuesto, todo lo que sueña –soñar: esa forma pájara de vivir), no para de publicar, o, como este negocio siempre se maneja entre dos partes (o entre tres cuando asoma su feudalísimo hocico la santa Academia), a Lerín no cesan… de publicarle. Lo hacen tanto editoriales pequeñas e inspiradas (al estilo de Leteradura o Jekyll and Jill) como grandes empresas de las letras capaces de difundir ampliamente la nueva leriniana al modo de Anagrama o Tusquets. Es así que a su extensa bibliografía de dos periodos vitales y geográficos hay que añadir la publicación, estos meses de calor apocalíptico, del híbrido con ecos de Lope de VegaCiudad Corvina (Valencia, Banda legendaria, 2018) y Besos humanos (Barcelona, Anagrama, 2018) volumen al estilo de Papur, Gingival y Mansa chatarra, es decir, otro tomo cosido de esencias éditas dispersas, inéditos fragmentos poéticos con aspecto de prosa y cadáveres de blog.

"Una luz", Francisco Ferer Lerín

A pesar del premio de la crítica (Fámulo) y de las palmas unísonas de la última década, creo que Lerín es uno de los escritores más ignotos, impacientes, auténticos, enrabietados, profesionales e interesantes que hay en la actualidad. Tres jóvenes poemarios memorables, Las condiciones humanas (1964), La hora oval (1971) y Cónsul (1987) y un silencio bartlebyano tras la aparición de Niquel (2005), le convirtieron, æonas oi æones, en un autor de culto, lo que significó, providencialmente, reunir oportunidad y experiencia al mismo tiempo..

Sabe quien ha vivido que el joven no tiene la experiencia y quien tiene la experiencia no tiene la ocasión de ponerla en práctica, pero Lerín ha roto ese círculo de irónica impotencia. Ferrer Lerín escribe con brío y oficio al mismo tiempo, lo hace en busca de algo cada vez más grande, sumergible y perfecto como Melville y Hawthorne sobre la proa de un barco ballenero. Por ello, sus textos son ficciones claras, por concisas, con ventanas por donde entra una oscuridad barroca afín a la enrevesada duda que atormenta al atardecer el corazón de los jóvenes enamorados, historias levantadas con materiales nuevos o con materiales convenientemente revisados que siempre habían estado allí. Venenos, temperaturas ambiguas, desdoblamientos, romanticismo, crueldad de quien muerde un cuerpo muerto. Sortilegio: ojalá se asome dentro de mucho a los 100 años como Oliveira o Douglas (Kirk).

Para algunos se trata, por su singularidad y por su biografía, de un escritor en el extremo de los novísimos, pero a mí, que de la literatura (la literatura es una forma muy particular de la escritura) me gusta, sobre todo, la misteriosa experiencia de leer (incluida la misteriosa experiencia de leer lo que uno mismo ha escrito), lo que me interesa de este autor es la exigente risa que le produce su voz propia, su humor de placentero jugador de formas literarias, su ligera ontología de sujeto volador. Su obra, continuamente remozada, revisitada, reproducida al modo de variaciones musicales, se me aparece así como un tratado tan sabio como lozano sobre el desenfado y el arte de planear. Lerín es un escritor de ritmo y miscelánea, clásico y de vanguardia, de versos fenomenales, voluntad estética y pugilística. Nos gusta conocerle y leerle por ahí, por eso hablamos aquí mismo de su destreza literaria y de su manifiesto de «arte casual».

Lo que ocurre con Lerín no es una segunda oportunidad (término que asume una suerte de estúpido formato deportivo o agonal de la vida), sino una segunda ocasión, otro momento abierto y oportuno, un kairós, por decirlo el modo de los griegos: Lerín reapareció en 2005 tras 33 años de agrafía y desde entonces todo lo que ha escrito este fabulador con gafas y sombrero, este original ingeniero de versos a partir de materiales muy prosaicos, ha merecido el asombro de gente variopinta y sofisticado estado mental.

Hace poco fui a ver a Lerín con motivo de la presentación que de Ciudad Corvina hizo con José Luis Falcó y Wences Ventura, dos seres asombrosos por los que ya asciende hasta coronar sus hermosas cabezas la respetuosa yedra de las letras. Como Lerín me dio un bofetón nada más verme y como yo tenía el deber de organizar en ese mismo instante una charla sobre la bebedora entre lejías Lucia Berlin, estupenda autora del Manual para mujeres de la limpieza, salí pintando de allí en dirección al ciclo de Canibaal «Literatura y alcohol» con la idea de hacerme el encontradizo algo más tarde.

De esa forma, cuando cayó la noche y tras haber degustado etílicos párrafos de Hemigway, Berlin, Fante, Conan Doyle, Stevenson, Fitzgerald y Poe me detuve, como en la antesala de un ágora no muy distinta, cerca de otro ser formado de arte y exquisiteces culturales, Víctor Segrelles, y le pedí que con voz profunda me contara, entre calada y calada, sobre la experiencia de editar hoy a Lerín. Dice Segrelles: Cuando en 2015 poníamos en marcha Banda Legendaria, entre nuestros objetivos fundacionales ya imaginábamos la posibilidad de “trabajar” con Ferrer Lerín en esta nueva aventura editorial. Unos años antes le habíamos publicado el libro de retratos fabulados “30 Niñas” desde el Café Malvarrosa – Espai Paral.lel con el sello de Leteradura, editorial en la que colaboraban los poetas Wences Ventura y José Luis Falcó –quien me había presentado por primera vez al autor y que escribió el prólogo del libro-. Editar a Ferrer Lerín es siempre un reto. Y un privilegio. Es uno de los escritores que más admiramos y, sin duda, un autor excepcional, de culto, en la literatura española contemporánea.

Y sobre Ciudad Corvina: A pesar de la distancia (Valencia-Jaca), durante todo el proceso de edición y artes gráficas de sus libros, su participación es decisiva. Exigente y flexible a la vez, avanzamos juntos paso a paso en las diferentes fases de su realización. Hace unos meses me comentó Falcó que tras unas conversaciones con Lerín ya tenían claro qué textos inéditos nos proponían para publicar en nuestra colección poética Cuadernos 21V. A partir de los tres poemas sobre Ciudad Corvina (I-II-III) que darán título a toda la obra –y que fueron los primeros en “llegar”- se fue construyendo todo el conjunto, con un cuerpo central de Cartas, una selección de poemas de Libro de la confusión (que pronto verá la luz con Tusquets) y el magnífico poema inicial Definición de poema. Algunos textos se descartaron por el camino, por cuestiones conceptuales en algún caso y de diseño en algún otro. Es una edición modesta, de tirada corta, impresión digital… pero hemos procurado cuidar al máximo todos los detalles para estar a la altura de su contenido. Un aliciente añadido a editar obras de Lerín es la posibilidad de compartir con él las presentaciones públicas –siempre actos brillantes, inteligentes, con humor…- que derivan de la aparición de un nuevo libro. El pasado mes de mayo estuvo en Valencia en el Aula de Poesía de la Universitat y en la Librería Bartleby, y muy pronto le devolveremos la visita a Jaca.

"Caligrafías", Francisco Ferrer Lerín

Foto de uno de los trabajos de Zafiro (una de las «niñas») que motiva el texto «Caligrafías»

Leí Ciudad Corvina, y al cabo de un tiempo, escribí a Lerín. Le pedí que me enviara algunas imágenes de esta poética urbe. Lo hizo. Son las que acompañan esta entrada a la nueva metrópoli leriniana. Me dijo que Ciudad Corvina es un libro profundamente valenciano, como lo fue 30 niñas. Incluyó un vídeo sobre danza (con una de las niñas) y Arte Sonoro (mugidos de bisonte casuales a cargo del cámara, uno de los editores de ambos libros) en la explanada del IVAM. Pude ver a Carmen Monteagudo apenas un instante. Al tratar de regresar a él, la imagen de la pantalla escapó danzando por la ventana. Lo hizo al zigzag con eléctrico ritmo de lagartija. Luego el vídeo mismo estalló en el aire confundiéndose con otros aspectos de esa tarde de movimientos ligeros e improbables como una pirueta en el film de Wenders sobre Pina Bausch: otra muestra de arte efímero, que no casual.

Hermosos: seres con alas y poemas de Ferrer Lerín.

Malditas: bolsas de plástico en el océano.

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