El libro El cine del III Reich. Desmontando el cine nazi en 50 películas (1933-1945) de Marco da Costa, nos recuerda que el cine nazi también existió. En su conjunto, la filmografia alemana desde 1933 hasta 1945, hasta ahora casi invisible, es una momia pestilente. Pero en medio de aquel basurero propagandístico surgía de vez en vez alguna película apreciable. Con esta obra, editada en 2016 por Notorius, con prólogo de Luis Alberto de Cuenca, poeta y académico de la Historia, Marcos da Costa ha urdido un libro ejemplar, en el que la erudición y la ciencia se dan la mano para abrirse camino a machetazos críticos por la jungla del desconocimiento que ha ido tejiéndose con los años sobre el cine de la época nazi, escribe De Cuenca.
El autor del libro no pretende reivindicar un cine execrable en su conjunto y crecientemente propagandístico y antisemita. Aquella locura racista y ultra-nacionalista, que creció gracias al apoyo bien programado de la cultura de masas (cine y radio), provocó paso a paso la más devastadora catástrofe bélica de la historia. El investigador no intenta una recuperación cinéfila con argumentos más o menos sofisticados, lo que pretende es documentar y subsanar el vacío historiográfico que existe sobre el tema.
Este volumen contiene cincuenta capítulos divididos en dos partes. La primera contiene veinte películas que corresponden al periodo 1933-1939. La segunda parte (treinta películas), abarca una selección de aquellas producciones que se estrenaron durante la II Guerra Mundial, explica Marco da Costa, profesor de lengua española en la Universidad de Izmir (Turquía).
Destaco algunas revelaciones del libro: Impresiona el destino trágico de muchos protagonistas -actores, directores o guionistas- del cine nazi. El aviador Ernst Udet se convirtió en un célebre actor de películas sobre batallas aéreas en torno a unos leves argumentos (Alas milagrosas, Heinz Paul, 1935); Los momentos de gloria terminaron cuando el ministro Goering culpó a Udet de la fallida invasión a Inglaterra en la Operación León Marino. Una noche de noviembre de 1941, el aviador se suicidó tras emborracharse. La vida de Udet se llevó años después a la gran pantalla (El general del diablo, Helmut Kautner, 1955, con Curd Jürgens encarnando a Udet).
Sybille Schmitz, nacida en 1909, protagonizó emblemáticas películas del cine nazi. Adicta a la morfina y con pocas ofertas de trabajo al finalizar la guerra, se suicidó en 1955 con una sobredosis de drogas. Su vida inspiró la película La ansiedad de Veronika Voss (Fassbinder, 1982). La muerte de la popular actriz Renate Müller (1906-1937) se produjo en circunstancias aún no esclarecidas del todo. Renate acabaría con su vida arrojándose desde la ventana del hospital en el que estaba ingresada por una supuesta operación de rodilla (algunas versiones apuntan que ingresó en estado delirante por su adicción a las drogas).
Por su parte, Heinrich George (1893-1946), uno de los actores más prestigiosos del periodo nazi (había colaborado con el dramaturgo Bertolt Brecht y con el director teatral Erwin Piscator), murió en 1946 en el campo de concentración de Sachsenhausen a causa de las enfermedades y el hambre. Al director Herbert Selpin (1902-1942), figura destacada del cine nazi, le detuvo la Gestapo, acusado de críticas (privadas) al Gobierno. Apareció ahorcado en su celda. Nunca se aclaró si fue un suicidio o un asesinato. El popular actor y director Kurt Gerron (1897-1944), de origen judío, murió junto con su mujer en una cámara de gas de Auschwitz.
En la década de los treinta las películas nazis intentaron entontecer a las masas con historias empalagosas, espectáculos históricos, comedias blancas o cintas musicales. Pero el estreno en 1940 de El judío Süss, dirigida por Veit Harlan, significó el inicio de una serie de películas violentamente antisemitas, cuyo propósito era el de envenenar al gran público inoculándole odio a los judíos, representados en la película de Harlan como sucios, miserables, mentirosos, malvados y astutos (términos literalmente tomados del propio guion). El gran genocidio estaba ya en marcha.
Con todo, en medio de tanta infamia ideológica y cinematográfica, hubo algunas películas excelentes. En esa categoría figuran los famosos documentales de Leni Riefenstahl (magníficos, aunque evidentemente a mayor gloria del nazismo y la exaltación aria (La victoria de la fe, 1933, y El triunfo de la voluntad, 1934). De 1933 es la atractiva rareza Viktor und Viktoria (Reinhold Schünzel). Blake Edwards realizó un remake de esta comedia, titulada ¿Víctor o Victoria?, éxito comercial de 1982, protagonizado por Julie Andrews en uno de los mejores papeles de su carrera, si no el mejor de todos).
Otra pepita de oro (la definición viene muy al caso, lo comprobarán enseguida) fue la apreciable cinta de ciencia-ficción Oro (Karl Hartl, 1934, apreciable en opinión de Marco da Costa: este cronista no ha visto la película). El filme, muy propagandístico aunque con unos decorados espectaculares, narraba los intentos de convertir el plomo en oro. En el último plano de la película, el protagonista arroja al mar la pepita de oro, testigo del avance científico de la raza aria y símbolo, al mismo tiempo, de la corrupción y codicia humana del capitalismo y el judaísmo internacional. No falla: los totalitarismos siempre necesitan chivos expiatorios.
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