Estamos ya metidos de lleno en la vorágine de todas esas obligaciones absurdas que exigen la celebración del ocaso anual; los fastos del final de un año que, al parecer, hay que celebrar bajo unas condiciones muy concretas, ya que es evidente que éstas determinarán dramáticamente el devenir del nuevo curso.
Hay que entrar en el siguiente año con las listas de lo mejor del año hechas; las opulentas cenas de Navidad bien regadas (con alcohol y gente de corte barato); la ropa interior roja, horrible con obscenidad, adecuadamente falcada; los propósitos de la nueva temporada correctamente confeccionados, a partir del manual del buen cuñado. Pero, ¿y si no hubiera nada que celebrar en realidad? Entonces, Las Grecas.
Seguro que, después de esta introducción, lo primero que habéis pensado es en la poesía de lo obvio que es el arranque de “Solitario”: y te llaman solitario porque solo siempre vas (caminando por las noches las calles de mi ciudad). En realidad no, es cierto. Y por eso, en 2016, todavía no tenemos nada que celebrar de verdad. Al menos, no lo más importante: abrazar el valioso legado de Las Grecas. En el 40 aniversario de su tercer disco (sugerentemente titulado Tercer Álbum) todavía hay que hacer ejercicios de verdadera prospección minera para descubrir la revolución musical que hay detrás del morbo, el cliché, los prejuicios y, por encima de todo, la auténtica pasión española: la anécdota.
https://www.youtube.com/watch?v=GW8g942ksmA
Está bien, juguemos con vuestras reglas. Ahí va una anécdota. En 2010, Gonjasufi, un disc jockey y productor que se ganó cierta notoriedad a partir de su intervención en un disco de Flying Lotus, sacó uno de los mejores discos del año en su género. Sea el que quiera que sea. A Sufi And A Killer, valorado por el Oráculo de Pitchfork con un 8.4, contenía “Kowboyz&Indians”, una canción construida a partir del sampling de una canción de Las Grecas. “Bella Kali”, con las voces de Carmela y Tina, era el pilar de aquel tema sobre el que cantaba Sumach Ecks, en lo que era un ejercicio perfecto de lo que definieron entonces en The Guardian: uno de los más extraños y eclécticos discos que se pudieron escuchar en 2010.
Servida la anécdota. Hablemos de lo estrictamente musical. De la herencia sonora del dúo de Carabanchel se pueden decir muchas cosas: que inventaron el gipsy rock (no era tanto la unión de flamenco y pop, era una unión en el aspecto expresivo, tal y como explicaba su productor), que sirvieron (junto a otros como Smash) de puerta de entrada para la versión menos estricta del flamenco que luego encarnaron nombres como Veneno o la vertiente más innovadora del mismo, Camarón de la Isla (fan declarado junto a Paco de Lucía), y que su mestizaje con el pop ayudó, al mismo tiempo, a oxigenar y poner en un primer plano bien ponderado a ese flamenco que en su momento les dedicó tanta hiel.
Ellas hacían flamenco a una voz, cuando nadie lo hacía, y lo mezclaban con pop, rock progresivo, funk o soul. No es descabellado pensar que a un fan de Cream pudiera gustarle el modelo básico de canción de Las Grecas que podría ser “No, Nanay”; para eso su productor, José Luis de Carlos, contaba con músicos como Pepe Ébano (Camarón, Glutamato Ye-Ye), Dave Thomas, Eddy Guerin, Pepe Nieto, Johnny Galvao (Miguel Ríos, Paco de Lucía) o Carlos Villa (responsable de la guitarra en “Te Estoy Amando Locamente”).
https://www.youtube.com/watch?v=SKeG0OiYBmA
En sólo cuatro discos, lo que les duró el amor antes de cruzar los 70 y perderse en las expectativas y la mala gestión, las hermanas Muñoz dejaron un repertorio extraordinario en cuanto a excepcionalidad. El recopilatorio doble Orígenes recoge con bastante precisión, a lo largo de sus 41 canciones, lo que hoy es un tesoro para cualquier arqueólogo musical que quiera ir más allá del chascarrillo.
La versatilidad de Las Grecas estaba al servicio de una producción tan impropia de un disco de flamenco como, en realidad, de LPs de pop del momento. Los discos de Las Grecas le debían tanto a la psicodelia como a la resaca hippie que eclosionó a mediados de los 60. Todo valía: desde los aires árabes de “Anabalina”, “Amma Immi” o “Bella Kali”, al descaro para las versiones (“Nadie te quiere ya” de Los Brincos, “Achilipú” de La Terremoto o “Happy Together” de los Turtles), pasando por la revisión explosiva de clásicos como “La Zarzamora”, “El Garrotín” o “Al Pasar la Barca”, hasta llegar a esa combinación perfecta de barroquismo rock y flamenco en el que órganos y guitarras rivalizaban con las voces del dúo (“Orgullo”, “Negros son tus ojos”, “Qué bonito aquella noche”, “No, nanay” y “Yo no quiero pensar”, verbigracia).
La vigencia de la obra de Las Grecas acaba por otorgarle una atemporalidad indiscutible que va más allá de la coyuntura de los 70. Y eso, además de por el hecho de haberse granjeado un sonido y una personalidad musical propios, reside principalmente en su facilidad para conectar con el ser humano y su decepción inmortal. Me encuentro sola en la cama y nadie viene a visitarme, cantaban en “Orgullo”. ¿Se puede ser feliz y que te gusten Las Grecas? Sí, claro. Y también te puede gustar Nirvana. La gente dice que fui tonta, y no lo fui, argumentaban en “No me arrepiento”. Las hermanas Muñoz, con esa inspiración en lo popular, sabían perfectamente dónde se escondía esa capacidad innata del homo sapiens para encontrar el lado malo de las cosas. Incluso cuando aparentan ir bien: ilusionada vivo por ti, enamorada, enamorada… enamorada y no soy feliz, cantaban en, claro, “Ilusión”.
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