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Lo sencillo es a veces lo más complicado

En Música jueves, 25 de agosto de 2016

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

No falla: conforme muchos músicos de cierto renombre van cumpliendo años, van asumiendo que lo más difícil es dar con las dianas melódicas más elementales. No siempre resulta así, hay quien tiende a recargar su mensaje con multitud de ornamentos, a veces emborronando el mensaje. Y la verdad es que resulta más lógico que así sea si lo que se pretende es no repetir la misma fórmula a medida que pasan los años.

Suele ocurrir que lo que en la juventud apenas son balbuceantes bocetos, en la madurez se tornan obras complejas. Al menos en casi todas las manifestaciones artísticas. Pero el lenguaje del pop tiene sus propios códigos, sus propias servidumbres en pro de la inmediatez y su extraordinaria capacidad de síntesis, por mucho que veteranas leyendas como Lou Reed, Scott Walker o Neil Young se hayan aventurado a despachar sus ejercicios más intrincados e indescifrables en el crepúsculo de sus carreras.

Viene esto a cuento de cosas como el último single de Warpaint. La canción se llama, sin más, “New Song”, sin complicaciones. Y es lo más accesible y radio friendly que han facturado nunca. Un petardazo instantáneo, contagioso y bailable (dancing to you all night long, dice su letra), que se aleja consciente e intencionadamente de la neblina que suele recubrir sus canciones, que hasta ahora moraban entre la hipnosis de herencia shoegaze y un post punk esquivo.

El nuevo álbum del cuarteto femenino californiano sale el 23 de septiembre, y conviene que no le pierdan detalle, porque no tiene desperdicio. Aunque lo de su single de adelanto, como avanzábamos, no es más que otra muestra de esa tendencia: Las melodías más simples con las más difíciles de tocar, habrán escuchado en más de una ocasión. Y son cientos los músicos que, con el tiempo, acaban reconociendo en público que la línea recta es a veces más complicada de corroborar que el camino con baches.

Siempre intenté componer melodías complicadas, como si fuera un signo de inteligencia, pero una canción pegadiza de tres acordes es más difícil de hacer que una retorcida y progresiva de diez minutos, nos comentaba hace unas semanas Kevin Parker (Tame Impala) en una entrevista. Y habrá que darle la razón, porque si su carrera terminase abruptamente pasado mañana, no habría ningún tema más recordado en el acervo popular que su “Let It Happen”. Basta echar un vistazo a sus temas más reproducidos en las plataformas de streaming para saber por dónde van los gustos de la gente.

Más de lo mismo: Lo que importan son las canciones, y quitarme la presión de ser los más sofisticados… es como en la ciencia, que cuanto más simple es una idea, más bella es. Tiene que ser simple y contar las cosas, y no ser una tortura. Así es como describe Iván Ferreiro su etapa en solitario a nuestra compañera Arancha Moreno, en una larga entrevista para el trimestral Cuadernos Efe Eme. Otro ejemplo más de las múltiples depuraciones de estilo que, más allá de gustos, coinciden en asignar con el tiempo un rol primordial a lo más elemental.

La retahíla de ejemplos podría ser interminable. Otros orfebres del menos es más son Teenage Fanclub, tan inagotables como el propio reguero de canciones inmarcesibles que han ido expidiendo a lo largo de casi tres décadas. Hubo un tiempo en el que recubrían sus composiciones de herrumbre noise, cuando el grunge rugía con fuerza desde el otro lado del océano (telonearon a Nirvana, ¿lo recuerdan?), y trufaban sus álbumes con instrumentales tan fornidos como “Heavy Metal”, “Is This Music?” o “Get Funky”. Pero desde que dieron con el Santo Grial de la canción perfecta a mitad de los 90 (sin desmerecer aquella obra maestra que fue Bandwagonesque, en 1991), se convirtieron en una factoría de melodías impolutas, haciendo encaje de bolillos con la sencillez como estilete. Parece fácil, pero no debe serlo. La última prueba es este irreprochable “I’m In Love”, que nos avanza el contenido de su décimo álbum, disponible en un par de semanas.

La apuesta por la simplicidad, por el crochet directo a la mandíbula y por el desecho de la hojarasca, se antoja aún más sagaz en tiempos como los que corren, propensos a la escucha aleatoria y casual, con el apego por el formato álbum reducido a un culto minoritario. Al fin y al cabo, son las canciones con cierto predicamento popular las que perduran (las otras generan crédito, pero solo granjean rédito cuando sus artífices se mueren). Y son también las que expresan con más vigor su funcionalidad todoterreno.

Ahora que Tony Bennett, la música clásica, la electrónica o el hip hop conviven en un mismo espacio, y la única distancia entre todas ellas reside únicamente en la palabra clave para buscarlas a través de una pantalla (tomamos prestada la frase entera del maestro Todd Rundgren); ahora que ya apenas quedan placeres musicales que merezcan el calificativo de culpables, no hay estrategia más próspera.

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