La Scala forja un “Siegfried” de gran impacto visual y musical

En Música miércoles, 02/07/2025

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

Con Siegfried, tercera jornada del Anillo de Wagner, prosiguió en La Scala de Milán durante el mes de junio la ambiciosa empresa wagneriana firmada por el director de escena escocés David McVicar. La producción confirmó la coherencia de la visión escénica desarrollada en los capítulos anteriores: un universo suspendido entre el fantasy nórdico, el simbolismo abstracto y un toque de ironía que, sin caer nunca en la parodia, añadía una ligereza inesperada al relato mítico.

Siegfried

Michael Volle en el primer acto de Siegfried. © Brescia e Amisano. Teatro alla Scala.

La dirección escénica trabajó con especial atención sobre los espacios simbólicos. En el primer acto, por ejemplo, la fragua de Mime se transformó en un laboratorio doméstico, donde el fuelle gigante no solo forjaba espadas, sino que también cocía sopas y horneaba cazuelas: una imagen grotesca, pero eficaz en su ambigüedad. En el segundo acto, el dragón Fafner no apareció como criatura viva, sino como un gran esqueleto antropomórfico, casi una alegoría del poder vacío. El efecto resultó desconcertante pero potente, al liberar la escena de cualquier pretensión realista y elevarla al plano del arquetipo.

Sigfried

Klaus Florian Vogt y Wolfgang Ablinger-Sperrhacke en el primer acto de Siegfried. © Brescia e Amisano. Teatro alla Scala.

El momento escénico más logrado llegó sin embargo al inicio del tercer acto: un gran globo terráqueo giratorio del que emergía una Erda somnolienta, símbolo de una sabiduría antigua ya incapaz de mantenerse despierta, mientras Wotan —convertido en el Wanderer— parecía resignado a la caída de los dioses. La gran mano sobre la que Brünnhilde se adormecía en el final de Die Walküre reapareció al final, sosteniendo simbólicamente el reencuentro con Siegfried: un desenlace visualmente sobrio, casi minimalista, pero lleno de sentido musical y fuerza emotiva.

Siegfried

Michael Volle y Ólafur Sigurdarsonen el primer acto de Siegfried. © Brescia e Amisano. Teatro alla Scala.

Desde el punto de vista musical, el centro de atención fue en esta ocasión la dirección de Alexander Soddy, quien asumió el podio en las funciones del 16 y 21 de junio, en sustitución de Simone Young. El joven director británico propuso una lectura analítica, rigurosa y clara, que evitó toda espectacularidad sonora gratuita y que marcó un paso adelante importante en su recorrido dentro de la Tetralogía después de las dos primeras “jornadas”. Su enfoque, casi estructural, se basó en la transparencia orquestal y en un refinado equilibrio entre foso y escena sin evitar nunca el podría sonoro y tímbrico de la escritura wagneriana. Soddy evitó la densidad excesiva que con frecuencia se asocia erróneamente a la música de Wagner. Su versión de Siegfried respiró, se movió con agilidad interna, sin sacrificar el dramatismo.

Destacó especialmente su tratamiento de los Leitmotive, no como simples etiquetas temáticas, sino como entidades dinámicas que evolucionan, interactúan y narran. El motivo del “Joven Héroe”, por ejemplo, se desplegó en el tercer acto —en el que se notó con creces el hecho que Wagner lo escribiera veinte años después de los primeros dos y con la experiencia de óperas como Tristan und Isolde y Die Meistersinger von Nürnberg) con tensión sostenida y brillo controlado. La orquesta de La Scala respondió con gran precisión a esta lectura, revelando una partitura rica en matices, donde cada transformación armónica adquiría un valor expresivo. El enfoque de Soddy privilegió la claridad constructiva y dramática, y ofreció un Wagner menos grandilocuente, pero más narrativo y orgánico.

Siegfried

Michael Volle y Christa Mayer el tercer acto de Sigfried. © Brescia e Amisano. Teatro alla Scala.

En lo vocal, Klaus Florian Vogt interpretó a Siegfried con su timbre característicamente claro y una línea de canto más lírica que heroica. Su enfoque juvenil y brillante encajó con la dimensión iniciática del personaje, aunque en ciertos momentos se echó en falta una mayor densidad dramática. Su presencia en escena fue vibrante y segura, pese a estar indispuesto como avisó La Scala al inicio de la velada. Camilla Nylund, que reapareció como Brünnhilde en el tercer acto, firmó una intervención de gran elegancia: su voz fluyó con naturalidad, logrando un equilibrio entre fuerza y lirismo. Michael Volle, nuevamente en el papel de Wotan/Wanderer, confirmó su maestría con un fraseo matizado y una interpretación de gran profundidad escénica. Mención especial merece Wolfgang Ablinger-Sperrhacke, un Mime expresivo tanto vocal como gestualmente, transformado en escena en una criatura grotesca gracias al trabajo de vestuario de Emma Kingsbury. Más apagado, en cambio, el Alberich de Ólafur Sigurdarson, correcto pero poco carismático, mientras que Christa Mayer estuvo muy intensa en el pequeño papel, pero fundamental, de Erda. Al finalizar la función, los aplausos prolongados y las numerosas llamadas a escena confirmaron la cálida acogida de un público visiblemente satisfecho de la larga velada.

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