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La Scala devuelve «Boris Godunov» a sus orígenes

En Música 15 enero, 2023

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

Finalmente, tras muchos años, la temporada 2022-23 del Teatro alla Scala se ha estrenado con una ópera no perteneciente al repertorio de la ópera italiana. Y es que, pese a la importancia que tiene ese repertorio dentro del historia del género lírico —sabemos que la ópera y el teatro de ópera nacieron ambos en la península italiana en del siglo XVII—, muchos son los títulos fundamentales pertenecientes a otros contextos y es importante que un teatro con perspectivas internacionales, como es La Scala, ponga en relieve en la velada más importante de su temporada. Uno de estos títulos es sin duda en el Boris Godunov de Modest Músorgski, una de las óperas irrenunciables del repertorio operístico, además de obra clave del melodrama ruso del siglo XIX.

Boris Godunov

Un momento de la primer escena de Boris Godunov © Brescia e Amisano – Teatro alla Scala.

Para el estreno milanés, el director principal del teatro, Riccardo Chailly, escogió la primera versión de la ópera que en 1869 fue rechazada por la Comisión de los Teatros Imperiales de San Petersburgo, por carecer de un personaje femenino importante y por presentar una escritura musical demasiado tosca e irregular. De hecho, Músorgski rescribió totalmente la ópera añadiendo un acto y arreglando la partitura, también en lo que se refiere a la orquestación, para el primer estreno que se hizo con gran éxito en el Teatro Kirov de San Petersburgo en 1872.

La segunda versión es la que justamente se representa habitualmente, ya que presenta muchas mejoras y cuyo único límite es la ausencia de la escena frente a la Iglesia de San Basilio, presente únicamente en la primera versión y que, sin duda, es una de las escenas más impactantes escritas por Músorgski.

Para Riccardo Chailly escoger la primera versión Nace por la voluntad de evidenciar la modernidad de la música de Músorgski, que en esta primera versión de 1869 se evidencia de forma todavía más evidente. Me pregunto por qué hoy, en una época post-post todo, la modernidad tiene que ser todavía considerado un valor por sí mismo, debido a la visión historicista de las llamadas neo vanguardias artísticas de la segunda postguerra. La realidad es otra, y es que Músorgski nunca pensó que su primer Boris Godunov fuera mejor que el segundo y más avanzado, a lo mejor lo contrario, ya que la versión de 1872 es mucho más lograda y efectiva a nivel dramatúrgico y en lo que se refiere a la escritura musical y a la profundidad psicológica con que son delineados los personajes. Garantizar que la segunda versión sea menos ‘moderna’, más tradicional u ‘operística’ es índice no tanto de retroguardia cultural sino de cierta sordera.

Boris Godunov

Ain Anger y Dimitri Golovnin e la segunda escena de Boris Godunov © Brescia e Amisano – Teatro alla Scala.

El intento de evidenciar la supuesta vanguardia de la primera versión ha llevado el director Riccardo Chailly a una interpretación sin duda lograda en su conjunto —sobre todo por capacidad de guiar la orquesta y todo el reparto a una lectura cargada de tensión teatral y perfección estilística—, pero también a una lectura demasiado volcada en relevar los aspectos considerados más ‘modernos’ de la partitura, descontextualizándola de esta forma demasiado de la época en que fue escrita. Sin duda hay muchos momentos en Boris Godunov casi experimentales, a menudo envueltos en una orquestación imprevisible, punzante, con colores siniestros y dominada por voces casi exclusivamente masculinas, sin embargo, hay que saber equilibrar todos estos aspectos, para que el resultado sea efectivo y no solo impactante.

Boris Godunov

Ildar Abdrazakov en un momento de la segunda parte de Boris Godunov © Brescia e Amisano – Teatro alla Scala.

El reparto fue dominado totalmente por la actuación soberbia de Ildar Abdrazakov en el papel principal de Boris Godunov. El más relevante bajo de esta generación ha sabido dominar perfectamente el personaje con voz aterciopelada y potente, siendo capaz de exhibir además no solo una interpretación musical perfecta, sino también un excelente trabajo de actor. Fue gracias a él que el protagonista conservó una gran dignidad, así como una profunda humanidad dentro de una realización escénica que ponía en relieve sobre todo la obscura y cruel lucha para el poder. Coprotagonistas fueron ante todo el magnífico coro del coliseo milanés, dirigido por Alberto Malazzi, así como los otros intérpretes, entre los que destacaron  el Pimen de Ain Anger, el Varlaam de Stanislav Trofimov, el excelente Grigory de Dimitri Golovnin y, no menos, la mezzo Anna Denisova en el papel secundario de la hija de Boris, Xenia.

Boris Godunov

Ildar Abdrazakov en un momento de la segunda parte de Boris Godunov © Brescia e Amisano – Teatro alla Scala.

La puesta en escena del danés Kasper Holten fue de corte bastante tradicional, utilizando de forma efectiva el decorado de Es Devlin y las luzes de Jonas Bøgh. El inmenso adorno decorativo en forma de papel algo enrollado, con inscripciones e indicaciones geográficas del imperio ruso ofreció eficazmente la idea del curso de la historia que, inexorablemente, se repite. Menos lograda fue, no obstante, la presencia obsesiva del fantasma ensangrentado del zarévich asesinado por Boris, que con el tiempo terminaba por ser una imagen redundante y francamente innecesaria. Algo que se hizo patente especialmente en la segunda mitad del espectáculo.

Si la primera parte se benefició de una efectiva sucesión de los acontecimientos y de los lugares donde transcurría la acción, así no fue la segunda, donde no fueron respetados los tres lugares previstos: la habitación de los niños, la plaza frente la Iglesia de San Basilio y la sala del trono del Kremlin. Al contrario, todo transcurría solamente en la habitación de Boris como si los acontecimientos fueran exclusivamente proyecciones de la mente enferma del zar. Idea sin duda interesante, pero que Holten no consiguió plasmar de forma efectiva, modificando además innecesariamente la muerte de Boris, que en el original ocurre por la incapacidad del zar de superar el sentimiento de culpa por el asesinato del zarévich Dimitri, y que en la versión del director de escena danés se transforma en un asesinato por el poder perpetrado por el boyardo Shuiski. Al final de la velada todos los artistas fueron acogidos con un contundente éxito, reservado sobre todo a Ildar Abdrazakov y, en forma algo menor, al director Riccardo Chailly.

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