“Si Hawks encarna el cine americano clásico en su mejor faceta, si ha dado a cada género sus letras de nobleza realizando por turno el mejor filme de gangsters (Scarface), el mejor filme de aviación (Sólo los ángeles tienen alas), el mejor filme de guerra (Air Force), el mejor western (Río rojo), finalmente las mejores comedias (La fiera de mi niña, Bola de fuego, Me siento rejuvenecer), es que él ha sabido siempre, en cada uno de los casos, elegir aquello que el género tiene de esencial y de grande, y confundir sus temas personales con aquellos que la tradición americana había profundizado y enriquecido lentamente”. Quien escribió esto fue Jacques Rivette. Lo hizo en Cahiers du Cinéma y venía a decir que, más allá del género, las señas de identidad de Hawks se mantienen a lo largo de todas sus películas; y que es precisamente por esto que podemos considerar al cineasta americano un autor. La reflexión de Rivette en torno al director de La fiera de mi niña es una más dentro de una obra crítica que se dedicó a ahondar (entre muchas otras cosas) en un concepto tan cuestionado actualmente como es el de la autoría.
Todo esto viene a cuento del estreno de La religiosa, la traslación al cine que el director francés Guillaume Nicloux ha hecho de la famosa y controvertida novela de Diderot. La cita de Rivette no es baladí.
Primero: porque, en 1966, él mismo firmó una adaptación de La religiosa, una película que ha pasado a la historia más por sus tribulaciones extrafílmicas (fue severamente censurada) que por su puesta en escena, algo injusto si se tiene en cuenta que Rivette fue, entre otros, uno de los responsables de trasladar la expresión mise en scène del teatro al cine. Algo injusto pues, aunque La religieuse no está entre mis películas favoritas de Rivette, supone innegablemente un trabajo brillante en torno al espacio (los movimientos de cámara convierten los escenarios, que bien podrían resultar teatrales, en lugares puramente cinematográficos) y en torno a las maneras estrictas de la iglesia (no hay que olvidar que la novela de Diderot se centra en una joven presa en un convento de clausura sin vocación ni devoción).
Segundo: porque Nicloux es un caso curioso. En La religiosa, el director francés recupera algunas de las ideas más interesantes del filme de Rivette, como el trabajo sobre un espacio que se revela como opresivo (la versión de 1966 comenzaba con una panorámica hacia los barrotes tras los cuales tiene lugar el juramento de votos de Suzanne, la protagonista); también, el retrato de un lugar eminentemente gris. Sin embargo, todo parece responder más a la copia que al ejercicio personal. He aquí una sospecha: quizá, Nicloux es un realizador, y no un autor. Después de filmar La religiosa, ha rodado otras dos películas: El secuestro de Michel Houellebecq, un falso documental sobre la desaparición del autor de La posibilidad de una isla; y Valley of Love, una película de fantasmas con Isabelle Huppert y Gérard Depardieu y el paisaje desértico americano como principal reclamo. Es decir, que en apenas dos años ha firmado tres películas de carácter distinto: a diferencia del bueno de Hawks, su paso por distintos géneros no le reafirma como autor.
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