El catalán Ramón Oriol traza un recorrido por el mejor rock underground de las últimas dos décadas con un estilo desenfadado, poco académico y rebosante de datos y asociaciones de ideas, heredero de la cultura del fanzine.
Nirvana, Bikini Kill, Neurosis, PJ Harvey, The Hold Steady, Sleater-Kinney, Hefner, Fugazi, Huggy Bear, Comet Gain, Primal Scream…decenas, cientos de nombres se agolpan en las páginas de Música alternativa. Auge y caída (1990-2014), recientemente editado por Milenio. Un libro tan suculento como transparente en sus intenciones: intenso y exhaustivo, escrito con las tripas y el corazón, así lo describe su propia contraportada. Y no le falta razón, porque la sucesión torrencial de información con la que el barcelonés Ramón Oriol ha plasmado en casi 400 páginas sus cinco años de trabajo solo se entiende, en la práctica, desde la pasión desbordante de alguien que se ha empapado hasta el tuétano de la mejor música alternativa de las últimas décadas. Por puro amor al arte.
Con un estilo que tiene tanto de resabio del fanzinerismo estatal como de derroche de erudición, poco ortodoxo desde el punto de vista periodístico pero sumamente jugoso para cualquiera que pretenda adentrarse en los páramos más habitables de ese arte que se escribe casi siempre en los márgenes de la industria, Oriol introduce al lector en el riot grrrl, el queercore, el punk pop, el metal, el emocore, el trip-hop, el post rock, el hardcore (y post hardcore), el noisecore o el cómic y el cine indie con arrobas de pasión, casi lindando en lo temerario. Pero que nadie vaya a pensar que es el suyo un libro sectario o fundamentalista: pese a que es su criterio el que manda, a veces desde ópticas que pueden ser más que discutibles, no se olvida tampoco de destacar la labor de músicos magistrales que no son precisamente pasto de minorías. Ese es el caso, por ejemplo, de Guns N’ Roses, Antony & The Johnsons o Lucinda Williams, convenientemente destacados en sus páginas.
En esencia, el libro supone un recorrido (más perfilado como un viaje con digresiones y vías secundarias que como una guía al uso) por una época especialmente fértil en el negociado de la creación musical de tinte alternativo, la que fue directamente heredera del rock underground norteamericano y del primer indie pop británico, ambos en los años 80, y que emergió en los años 90 como una ilusionante disyuntiva al acaparador poder de la música amparada por multinacionales, el mainstream y las radiofórmulas. La misma época de la que data el modelo del que se alimentó nuestra escena de festivales, como oportunamente remarca su autor.
El éxito impredecible de Nirvana y su Nevermind (Geffen, 1991) pareció marcar el fin de una época y el comienzo de otra. Pero la veda abierta por las majors en busca de nuevas bandas con las que alimentar su maquinaria (principalmente del ámbito grunge, noise y filoalternativo en sus múltiples variantes y sucedáneos) no reveló ninguna trasformación de calado a largo plazo. Ni en las escenas anglosajonas ni en la española, también aquí abordada de forma más somera. Sí, ahora resulta muy fácil constatar ese desencanto, a toro pasado. E incluso desdeñar aquel candor. Pero que levante la mano quien que no creyera, sumido en la anhelante efervescencia del momento, que los propios Nirvana, Pearl Jam, Sonic Youth, PJ Harvey y tantos otros nombres definitorios de la época no serían la avanzadilla de toda una pléyade de bandas válidas para que al menos una generación creciera consumiendo de forma mayoritaria productos de creatividad genuinamente libre y sin adulterar.
Nada de eso ocurrió, evidentemente. El derrumbe de la industria tal y como la conocimos, la devaluación de sus formatos tradicionales y el fraccionamiento de las audiencias conducirían al actual estado de las cosas, en el que apenas algunas citas masivas (el Primavera Sound, digámoslo claro) concitan un fervor mayoritario desde presupuestos independientes o alternativos, pese al espejismo hipster en el que con frecuencia se las enmarca. Y con todo su superávit lúdico, ineludible si se trata de recabar grandes cifras.
Ramón Oriol se despacha a gusto no solo con aquellos músicos que considera relevantes, desde una encomiable falta de prejuicios (los estertores del denostado hair metal tienen aquí también su hueco, por ejemplo), sino también con aquellos a los que no digiere, como Beck, Panda Bear, Jack White, Arcade Fire, LCD Soundsystem, Los Planetas post Súper 8 o la plana mayor del revival punk funk del nuevo siglo, a quienes finiquita sin remordimientos. Con todo, su visión (que al fin y al cabo no engaña a nadie: obedece a un criterio personal e intransferible) es la de un auténtico devorador de música pop, rock y todo lo que la envuelve, en la que no falta la pertinente reivindicación de bandas nunca suficientemente ponderadas, como los ingleses Piano Magic, los neoyorquinos Versus o los escoceses Arab Strap.
Pero Música alternativa. Auge y caída (1990-2014) no es solo un descarnado homenaje a muchos de los músicos que han hecho de nuestra vidas algo mucho más reconfortante y placentero. Es también un desprendido tributo hacia algunas de aquellas cabeceras de nuestro país, ya sea desde la prensa especializada como desde la escena de los fanzines, que dedicaron (y aún dedican) el mejor de sus empeños en hacer comprender a su clientela la música que les (nos) apasiona, la mayoría de las veces contagiando ese arrebato a través de la esmerada prosa contenida en sus páginas. Un recordatorio del enorme papel que han jugado (y aún deben jugar) en la difusión de la cultura más libérrima.
Lo que llevamos de siglo XX, en comparación con el periodo 1990-2000, sale excesivamente malparado del cotejo de sus páginas. Pero tampoco esconde una brizna de esperanza en el futuro, aunque muchas veces se concrete en nombres que no son precisamente emergentes. Seguramente no sea una guía para neófitos, pero sí una jugosa avalancha de información y reflexión para todo aquel que alguna vez haya participado de los códigos del llamado rock alternativo.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!