The Killing Moon de Echo & The Bunnymen suena en un espacio imaginario entre el espagueti western, la fabulación oriental y el pop de cámara. O en ese rincón mental en el que se esconden los fantasmas y se distorsiona la percepción del tempo. Es decir: en Donnie Darko.
Hoy cuesta creer que Ocean Rain, el cuarto disco de Echo & The Bunnymen, tuviera en su día una acogida tibia. Pero en 1984, y tras un trío de discos extraordinarios que reformulaban los claroscuros del pop de guitarras, el cuarto álbum de la banda de Liverpool no se entendió como la carta que completaba uno de los pókers del pop más deslumbrantes del post-punk. Se le acusó de blando, de repipi y de exceso de de ambición y sofisticación.
Hoy, la valoración, afortunadamente, es mucho más justa: es una fantasía de pop orquestado y exótico que, de haber salido en el s. XIX, hubiera sido el disco de cabecera de Lord Byron y demás poetas románticos. El Forever Changes de Love, pero en los 80. La piedra filosofal de la épica pop como bien han demostrado después The Verve, Coldplay (la misma canción Ocean Rain convalida toda la carrera de la banda de Chris Martin) o Richard Hawley. Y además, con hits: Silver, Seven Seas y, por supuesto, The Killing Moon.
Alucinación pop a mayor gloria del amor fatal, de Ennio Morricone y de Jim Morrison, The Killing Moon es una canción en duermevela. Por eso, cuando en Donnie Darko suena para acompañar las visiones fatalistas de un adolescente protagonista al que se le aparece un siniestro conejo plateado de tamaño humano (el reverso tenebroso de El invisible Harvey) entendemos que su inclusión en la BSO sirve para algo más que para fijar una época.
Otras canciones de los alrededores de 1988 (la época en la que se sitúa la acción de este film de culto que Richard Kelly realizó en 2001) aparecen en la película: INXS, Tears For Fears, The Church, Duran Duran, Joy Division… Pero ninguna como The Killing Moon transmite con tanta precisión y poética el vaivén de los paseos sonámbulos de ese personaje nihilista que niega tomarse su medicación. Total, ¿para qué? Si hasta los aviones se estrellan, literalmente (¿o es metafóricamente?), en su habitación.
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