“Aquí no hay soberbia, ni autocomplacencia. No hay altivez, sepia rancia, ni jactancia. Aquí no hay ínfulas, ni engreimiento, ni avaricia, ni ese apetito desordenado de ser preferido a los demás que tanto afea, cuesta tiempo, amigos y envanece. Mejor dejarse atraer por el espacio que darse aires de gravedad”, dijo J. Hype.
J. Hype. Sabemos de Hype en la forma en que supimos de Leonard (Zelig, Woody Allen, 1979). Vemos a J. (Jaspers o Janis) Hype en distintas fotos subidas a la Red, iluminada al sesgo en un video dreampop de Youtube, aludida en tuits, etiquetado en Facebook, reseñada en Rockdelux: niño que no juega con los niños, madre que pasea por el parque, hijo sin hijas, gato entre perros, pájara que abandona la bandada, sol, luna, bufanda de verano, joy in repitition, O del H2O.
Quien lo trató –a ella o a él, a Jaspers o a Janis ¡a quién diablos sea J. Hype!– coincide en su aversión por la metafísica, los puros, las bajezas, tele cinco, la nación y las naciones, la mezquindad, el fanatismo, los toros, la ruindad, la tesis del inintegrable cultural, el kitsch, la telúrica obsesión por desperdiciar la vida en superar a éste o aquél, o peor: ¡en no consentir ser superado!
Todo lo que le conmueve, el sol, las noches de viento, los días de septiembre, las farolas encendidas intempestivamente, el coexistir de los sueños más sublimes en la sórdida finitud de la existencia, el mar, el sabor de este mojito- es inexplicable para Hype. No entiende nada ¡nada! del Ser ni de la Nada. No concede valor ni sentido al sufrimiento, no entiende a Vattimo, ni a Huntington, ni a Sartori, no comparte el tiempo-flecha, la tortura, las esencias, su hamburguesa, los celos, ni el derecho penal del enemigo.
Le producen extrañeza los que gritan, la jerga técnica de los abogados, la codicia, los que presumen de haber viajado mucho o de no haberlo hecho jamás, la gente que dice “quiero hablarte de este tema”, los chupitos, los que dañan, la dejadez, los que lamentan el éxito de los demás, los impermeables a Kundera, a Dorothy Parker o a W. G. Sebald, los que abusan, los que lo saben todo y los que no quieren saber nada, los insensibles a la música de Tom Waits o al Cumpleaños de Chagall, los trepas, los toreros, los vehementes, los palizas, los dogmáticos, los que utilizan la cultura para epatar, los que se empeñan en enterrar, en fin, la colilla del cigarro entre la arena de la playa.
Detesta a los crueles, las escenas, a los tiranos, a los que son fuertes con el débil y débiles con el fuerte, a los que nunca hablan y especialmente a los que nunca hablan bien de los demás, la pólvora, las raciones cortas y el azufre. Detesta a los que piensan que los pobres se merecen de alguna forma su desgracia.
A J. H. le gustan las farolas encendidas de madrugada, a mediodía o por descuido.
Le emocionan a J. Hype el teatro, la moda, el cine, la música, las artes escénicas y la danza, el frío de las últimas noches de otoño golpeando su mejilla, adivinar en él la negra profundidad del firmamento.
¿Se camufla Hype a la medrosa, amilanada, camaleónica forma de Zelig: jazzman entre jazzmen, holandesa entre holandesas, indio entre los indios?
Sabe que en algunos lugares no perdonan a quienes se han manejado en ellos con modales, que debemos siempre alborotarnos ante el señor que grita como palomas al pasar un crío. Cree que siempre hay una canción bajo cuya música nos creemos más fuertes aunque no mejores, que el día que perdamos la curiosidad y la extrañeza no habrá lugar en nosotros para hospedar otra cualidad digna de tal nombre. Y tiene la impresión de que, con la humildad apropiada, todos crecemos un poco cuando llueve.
¿Se camufla…? Al revés, al revés, más bien al revés. Hype aparece firme en minoría: negra entre blancas, caballero entre rufianes, judía entre gentiles, hablando por los codos, luchadora social entre princesas.
A menudo, mira con afecto las estrellas, admirando a todas, no sólo a las benéficas. Lee, baila, larga y escucha, manipula cosas con los pulgares (oponiéndolos), tacta la bruma antes de entrar, los ojos achinados, musitando que el peor problema del mundo es la desigualdad y no solo la miseria, la terrible, injusta, indecente desigualdad, el ruido, la crueldad, Gremlins 2, el cierre de los cines, las pipas del melón.
Dicen que Hype estrelló su bicicleta contra la montaña, que no la vio venir.
Es posible: esas estrellas muertas cuya luz aún nos alcanza no saben, no pudieron saber, que un día las señalaríamos con el dedo.
O quizás sí, a modo de déjà vu.
Vas al mismo sitio pero por un motivo distinto: si te fijas bien también el camino es por entero diferente.
Y es que Hype no para de crecer.
Hermosos: Movimientos de Loie Fuller, textos de Dorothy Parker, films de Allen y Truffaut.
Malditas: noticias de verano.
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